El alemán Werner Herzog y su reducido equipo fueron verdaderos privilegiados cuando en 2010, pudieron adentrarse en la cueva de Chauvet en el sudeste francés, descubierta en 1994. Estaba cerrada al público para evitar su deterioro y proteger el endeble ecosistema cavernario, pero Herzog, uno de los grandes maestros del cine mundial, logró acceder cámara en mano, y ante sus ojos se abrieron, mostrando el esplendor con que fueron dibujadas por el hombre hace más de 30 mil años, muchas de las obras de arte más antiguas de la humanidad, creadas en el Paleolítico Superior. Aquella era una cápsula temporal perfecta: renacían, a punto de saltar, como si aún corrieran por el valle cercano: venados, osos, bisontes, mamuts, rinocerontes, jabalíes, antílopes, caballos y toros, sí, toros. El documental La cueva de los sueños olvidados es el resumen de esa inmersión de Herzog en Chauvet y en los inicios de arte.
“Con semejante embiste, el del toro libre y rebelde, Rafael Zarza irrumpió en el arte cubano, con el tema taurino como estandarte”.
Desde el comienzo de los tiempos el hombre imagina y sueña. Y en duermevela le asedian los enormes animales que intentó cazar o que ve, libres e imponentes, en selvas y llanuras. Animales feroces que hoy no existen y manadas que huyen en desbandada y que acabarían, como los bóvidos, domesticados. En las paredes y techos de las cuevas, o en abrigos rocosos, a la luz de la antorcha, el hombre del Paleolítico, nuestro antepasado, delineó con colores ese sueño y le dio vida al ser sensible. Tomó, así, trazos concretos la espiritualidad. Estas imágenes de artistas anónimos, en las que bueyes y caballos representan aproximadamente el sesenta por ciento de lo que se conoce, son recuerdos de sueños olvidados hace milenios, cuando el hombre, en el umbral de la noche, mientras observaba aquellas líneas perfectas que portan, incluso, el movimiento, pudo soñar a través de ellas con el embiste de los auténticos toros.
Con semejante embiste, el del toro libre y rebelde, Rafael Zarza irrumpió en el arte cubano, con el tema taurino como estandarte. Su trabajo, con el empuje sincero de un animal brioso que no ha perdido la lozanía de los años mozos, sino al contrario, ganado en agilidad y perspicacia, en vigor, lo coloca entre los artistas más sagaces e irreverentes del arte contemporáneo insular y, además, como uno los principales exponentes del grabado en Cuba, desde que en la década del 60 realizó Tauromanía, serie asociada al pop y a la impronta de Umberto Peña.
Bravíos y a punto de embestir, mansos o viriles, musculosos o esqueléticos, vivos o desollados, solitarios o en yuntas, libres o domesticados, líderes o en crucifixión, con cuernos agudos o mutilados, erotizados, provocadores y posmodernos; cargados de signos históricos, sociales y artísticos, los toros de Rafael Zarza han realizado un viaje al primer trazo, a la génesis; o sea, a las pinturas rupestres, al encuentro con los espíritus de Lascaux, Altamira y Chauvet, aquellos que portan aun el riesgo de la acometida inicial de estos “animales peligrosos” que le han permitido, mediante la apropiación y la cita, y también la ironía, reinterpretar creaciones y temas recurrentes en la historia del arte, que es la historia del hombre.
Estas piezas de Zarza —que no deja de ser un creador provocativo y lúcido, atrevido y lúdico, que revisita y se sumerge críticamente en nuestra realidad social y cultural—, nos reafirman su apuesta, a pesar de los riesgos. Zarza apuesta por el brioso empuje del animal de raza, que es también animal primitivo, estampa primaria reescrita y convertida en símbolo que rearma, irónicamente, como en un juego, con una línea de colores cálidos, primarios, que nos pone frente a un toro rebelde, ágil, un semental inhiesto y potente, listo para la embestida desde la pared de la caverna, y también, al animal asechado por las flechas y los gritos de los seres humanos. Incluso, como en la cueva de Chauvet, el hombre incorpora elementos zoomorfos, ese “hombre animalizado” que cree en el poder que el toro representa y anhela lograr poseerlo.
“Zarza apuesta por el brioso empuje del animal de raza, que es también animal primitivo, estampa primaria reescrita y convertida en símbolo”.
Hoy estamos atrapados en la historia, pero aquellos primeros artistas, no. Zarza entró a la caverna y se sumergió con su luz en las profundidades de las galerías, entre las formaciones rocosas. Allí escuchó los primeros bramidos y vio surgir de las grietas a estos portentosos animales.
Werner Herzog salió de Chauvet alucinado y nos entregó uno de sus mejores documentales. Rafael Zarza salió de la caverna también asombrado y dejó allí, con las huellas de sus trazos en la piedra y para el diálogo con sus contemporáneos, a sus toros prístinos, sugerentes y bravos.
*Palabras inaugurales de la exposición Pinturas rupestres, de Rafael Zarza, Premio Nacional de Artes Plásticas 2020, en la Sala Principal del Centro Provincial de Arte de Holguín, el 26 de octubre de 2023, como parte de la XXIX edición de la Fiesta de la Cultura Iberoamericana.
Un texto bien escriro por Erian Peña, acerca de una exposición de un artista visual constante en sus códigos y metáforas, quien tras lo aparente de una temática animalista, de ruedos y rodeos taurinos, más visiones de ganadería y referentes prehistóricos asumidos de pinturas tupéstres universalizadas, crea visiones abiertas a lecturas dísimiles, “documentos estéticos” sobre la vida misma de todos; con una irónica manera de hablar Zarza respeco de lo que siente, piensa, le molesta y sueña. Es bueno que artículos así publique esta culta revista digital que una tarde concebimos, en oficina del MINCULT de tiempos abelianos, un grupo que decidimos nombrarla como el Ángel jirinillesco lezaminao, precisamenmre para que nunca fuera simplona, superficial, temerosa, parcializada, engavetadora, circunstancialmente noticiosa, dada en llover sobre mojado y reproductora de ese mal que duele enfermar a la cultura del Socialismo…designado por el Che Guevara cuando se refería a crear o decir “lo que le gusta a los funcionarios”. PALANTE…PUES!