Yaima Orozco: de su libertad a la nuestra
Días antes del concierto interpelé a Yaima Orozco a través de WhatsApp, pues los periodistas solemos adelantarnos a los sucesos, hacer mil preguntas, radiar la primicia y convertirnos en cómplices. Sin embargo, Yaima dedicaba todo el día y gran parte de la noche a ensayar, desde que llegó a La Habana, para montar el concierto, el cual sería —¡al fin!— la oportunidad de lanzar su álbum Mi libertad (premio Cubadisco en la categoría de Nueva Trova), bajo el sello Bis Music.
Imagino su ansiedad, su angustia, su preocupación. Músicos nuevos que deben dominar el repertorio en poco tiempo, la promoción del concierto —aunque el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes se la gana con creces siempre— y el nerviosismo propio de toda primera vez. Vi fotos publicadas en sus redes sociales, percibí buena energía en cada una, y entonces sentí alivio por ella, ya que auguré que todo saldría bien.
Así fue. Yaima Orozco cautiva, envuelve. Ella es sencilla, espontánea, sincera. Justamente las canciones de este álbum la desnudan, la revelan tal cual es; fluyen una tras otra en la misma cuerda, aunque en algunas salte su atrevimiento.
Acompañada del guitarrista Alfred Artigas, también arreglista y productor musical del disco; el bajista Rafael Paseiro; la chelista Luna Pantoja; el trompetista Dayron Oney; el percusionista Irán Farías, El Menor, y Marbis Manzanet y Miguel de la Rosa en los coros, Yaima se adueñó del escenario. Sus invitados de honor fueron Enid Rosales, Oscar Sánchez y Mayquel González. Escribo estas líneas luego del concierto, cuando ella debe estar aún agradeciéndoles, abrazándolos, emocionada por tenerlos ahí.
“Un abrazo cada vez” fue la primera canción que regaló, y nunca otra mejor. Dijo hace algún tiempo, cuando el disco se masterizaba en Argentina, que la compuso para su guitarra en ferviente declaración de amor, pues es el instrumento al que se aferra y que al mismo tiempo debe dejar reposar de vez en cuando para que las crisis de tendinitis desaparezcan.
Continuó con el amor como pretexto e interpretó “Vuelve”, donde pide a gritos que se le mueva la vida, que haya desasosiego, que no se acomode el sentimiento. Por si fuera poco, inundó de ternura la sala al estrenar seguidamente “Nana a Lua”, un tema “compuesto para mi hija mientras lactaba; era una nana para dormir pero se convirtió luego en una nana para despertar”. ¡Qué orgullosa estará Lua al saberse cantada!
“Nueva melodía”, con Oscar Sánchez en el tres, y “De soñarte”, con las voces de Marbis Manzanet y Enid Rosales, quien además tocó el tres, no podían faltar, porque son temas de sus primeros andares por la composición, y siempre es bueno presentar los orígenes para entender y disfrutar la evolución posterior.
“Callejón” removió un poco los cuerpos atónitos en las butacas. Es una canción que, como también confesó tiempo atrás, surgió en un momento de su vida en el que tomar decisiones se le hacía difícil, y ello la liberó. El videoclip, colocado en las plataformas digitales, fue dirigido por Mauricio Figueiral y la artista de la plástica Zaida del Río, quien intervino la foto de la portada del álbum con colorido y desenfado. Justamente inspirada en ese día de filmación compuso “Boceto”, estrenada en el concierto, al igual que “Ranchera”, “una canción que tenía guardada hace rato, esperando ese lazo con México”.
“Debo dejar” y “Abundante” llegaron en plenitud, cuando la Orozco liberaba todavía más sus tensiones y relajaba sus pies, sus manos, su boca, su pelo. Sorprendente fue el perfecto empaste con Mayquel González en “Viento y lejanía”, la última canción del fonograma.
Sopló el aire y el pecho de Yaima se llenó. Su padre pasaba, le aplaudía, le sonreía. Ella tenía que cantar “Desde mí”, “que casi se convierte en el título del álbum, hasta último minuto. Dedicada a mi padre, una parte escrita tras su muerte desde el dolor, y la otra, escrita desde la nostalgia y el deseo de nombrarlo siempre”. Incluida en el disco Gracia y retomada en Mi libertad.
Por su parte, “Remolino” fue concebida como un son y luego, a sugerencia de Marbis Manzanet, fue convertida en guaguancó; otra prueba de la versatilidad de la trovadora santaclareña.
“Este espectáculo fue legítimo, soñado, defendido y completamente disfrutado”.
No fue el concierto copia fiel del álbum. “El disco físico está ahí, afuera, lo pueden escuchar”, invitó Yaima. Obviamente se trata de una joya, gracias a la confluencia de talentos y al valor de sus invitados. Este espectáculo fue legítimo, soñado, defendido y completamente disfrutado. La libertad fue compartida, por ambas partes, y es ese también un punto a su favor. Por suerte, un DVD quedará como evidencia.