Y los sueños todo son
21/1/2020
“La vida es un sueño y todo se va” dice uno de los versos de la canción de Arsenio Rodríguez, maravilloso y ciego, sí, pero visionario. En el terreno de los desengaños amorosos, llevaba razón. No obstante extrapolo con toda intención la frase hacia otros contextos para meditar un poco sobre la magnitud onírica de la vida y la permanencia, no solo de lo vivido, sino también de lo que primero fuera sueño hasta devenir realización o fracaso.
Vivir es soñar y soñar es vivir: perogrullada palindrómica, pero nueva en cada subjetividad. Esas escenificaciones que nos visitan mientras dormimos, ¿son los sueños? ¿Las antípodas sueño-pesadilla no constituyen en sí una unidad que nos convoca a la vida tras desechar las metas pedestres? Cuando emprendemos proyectos inéditos y en apariencia inconquistables, ¿soñamos o vivimos?
A veces los sueños que soñamos dormidos ofician como cruenta corrección de estilo de los sucesos y minutos que el azar nos puso delante. O escriben la posible toma dos de un guion para el rescate de lo desaprovechado. O nos conducen (de los ojos para adentro) a la confesión de lo pecaminoso, de las veces que fuimos mezquinos o injustos: auto de fe íntimo e inconfesable. No me parece disparatado decir que gracias a los sueños le enmendamos el futuro —aunque sea virtualmente— no solo a lo vivido sino sobre todo a lo que fue y podría ser (o dejar de ser) la vida.
Pero hay otra manera de soñar. Soñador no es quien construye historias mientras duerme, sino, sobre todo quien lo hace en plena vigilia. Se sueña con los ojos y el corazón despiertos, por lo general en sintonía con el altruismo. José Martí, Apóstol de nuestra independencia, tal vez haya sido el coterráneo nuestro que más lejos avizoró con sus sueños lo que con su esfuerzo construía: “Yo sueño con los ojos / Abiertos, y de día / Y noche siempre sueño. / Y sobre las espumas / Del ancho mar revuelto, / Y por entre las crespas / Arenas del desierto”.[1] Ese hombre soñó hasta tan lejos que sus sueños, a 125 años de su muerte, aún resultan viables y sirven para diseñar la vida. No me permito omitir mi repudio a los malos cubanos que mancharon con sangre de cerdo los bustos del poeta. Esos nada saben del país digno que aquella mente soñadora, soñando despierto, construyó para ellos. La propia vida como ofrenda: he ahí la credencial del soñador.
No hay poeta capaz de prescindir de los sueños. Ni siquiera de ese estado de la conciencia en el que realidad y ensoñación se erigen globo de luz donde germinan a la par verdades y visiones. Recordemos a Pedro Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ficción, / una sombra, una ilusión, / y el mayor bien es pequeño; / que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”.
¿Sueños y anhelos? ¿Sueños y arrepentimiento? ¿Consejero generoso el sueño o juez implacable? Se sabe por la Psicología y la Neurología que entre las etapas del sueño, la denominada “Sueño REMO MOR” [2] es la más productiva en materia de visualizaciones. En ese estado las narrativas oníricas resultan más irracionales, de ahí que constituya excelente materia prima para el trabajo artístico.[3] Los surrealistas sacaron enorme provecho del fenómeno. Constituye el estado de la mente en que nos pueden visitar, emanados de la profundidad subconsciente, lo inefable o lo grotesco, y recibir consejo o juicio. Por lo general la primera de estas acciones tiene un alto nivel de coincidencia con nuestros anhelos y proyectos cocidos en la vigilia. Un poema de Antonio Machado nos ilustra al respecto:
LXII
Desgarrada la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.
Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
…¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris!
¡el agua en tus cabellos!…
Y todo en la memoria se perdía
como una pompa de jabón al viento.[4]
La cualidad efímera (o cuando menos intermitente) de los sueños –como mismo parpadea la felicidad– está igualmente recogida en ese texto del andaluz. Con demasiada frecuencia el término “soñador” se aplica con ánimos peyorativos atendiendo a una supuesta falta de sentido práctico. Si el hombre no soñara, nunca hubiera conquistado lo imposible, ya tantas veces conquistado. No vacilo en definir al sueño como una de las condiciones (¿sobrehumanas?) que le permiten a la humanidad rebasar las limitaciones del cuerpo y las estrechas circunstancias que les niegan la plenitud. La invención y desarrollo de la electricidad, de la biotecnología, de la cosmonáutica, de la informática, por solo citar esas cuatro, unidas a las teorías sobre el desarrollo humano, ¿no fueron antes sueños?
Cada sueño, de los que se sueñan despiertos, tiene también su pesadilla equivalente. De uno a otra vamos, y también viceversa. Los usos y abusos de las conquistas del hombre han transformado en pesadilla –pongamos otros ejemplos– el sueño glorioso de la fisión del átomo, la robótica, el ideal de democracia, la plataforma del respeto a los derechos humanos, el libre uso de la palabra. En ese diferendo el ser humano debe hacer su elección, en esencia difícil, en pos de rebasar los esquemas y las matrices de opinión sólidamente cimentadas por el oligopolio de los medios de comunicación al servicio de los poderosos. Acudo una vez más a Antonio Machado:
LIV
Los sueños malos
Está la plaza sombría;
muere el día.
Suenan lejos las campanas.
De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras,
con reflejos mortecinos,
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.
En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Suena el eco de mi paso.
—¿Eres tú? Ya te esperaba…
—No eres tú a quien yo buscaba.[5]
Soñar dormido y soñar despierto tampoco constituyen antípodas: uno alimenta al otro por esos tortuosos salones de la mente, de manera que lo que se nos presenta como disparate en la vigilia, se realiza mientras dormimos, con tal intensidad que a veces hasta se torna sensorial. Y de la misma manera, los mejores proyectos para el crecimiento de la especie, antes de ser hechos, fueron visiones en las profundidades de nuestras neuronas en reposo.
Un texto de Jorge Luis Borges, titulado también “El sueño”, expresa lo anterior como solo la poesía puede hacerlo:
El sueño
Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora
de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra
y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?[6]
Los cubanos de estos tiempos tenemos la misión —y la obligación— de custodiar los sueños, pensados o soñados. No debemos dejar que devengan pesadillas, porque cada día un nuevo peligro los perturba. Peligros desde adentro y, más que todo, desde afuera. La poesía bien puede preservarlos, renovar con enzimas algún cansado espejismo, rescatarlos de esa medianía pragmática que sentencia con pasmosa rotundez que quien vive de sueños muere de desengaños. Asumamos, como antídoto contra el reduccionismo fáctico a que nos convocan los segadores de sueños, un fragmento del “Poema del viaje”, fechado en 1944 por ese otro grande de nuestro panteón poético: Jesús Orta Ruíz (El Indio Naborí):
El férreo nerviosismo del tren me arrojó el sueño
por una ventanilla… Bajo la noche fresca
perforaba la verde quietud de la campiña
el trueno de las ruedas.
Las horas se llevaban pedazos de la noche
y vi el perfil del alba detrás de los palmares,
con los ojos cansados de medir la distancia
en la óptica y perenne carrera del paisaje.[7]
Riverón, como poeta que reconoce (y bien conoce ) la obra de poetas paradigmáticos, ofrece en este artículo una mirada que nos hace reflexionar. Soñar no es de ilusos, sino de aquellos que ven más que la mayoría, que ven más allá de lo inmediato y sueñan con la claridad aún en tiempos opacos.