Otro fin de semana más. Dos noches para seguir viviendo la aventura de los cabarets habaneros de los años ochenta. Sí, porque los noctámbulos de la época tenían como norma andar la noche de viernes y sábado; el domingo era día para descansar el cuerpo y poner en orden las ideas. El lunes se debía regresar a trabajar; era allí, en el puesto de trabajo, donde se contaban las leyendas —reales o cargadas del entusiasmo de las vivencias aún frescas— al amplio coro de conocidos, allegados y colegas.

Esta regla tenía su excepción. Un grupo de aquellos amantes de la noche terminaba el domingo asistiendo a un baile. Para no perder el hábito de dar goce al cuerpo hasta que no pueda más.

La siguiente parada era el cabaret Arcoíris, en el poblado de Regla. A Regla se llega por dos vías fundamentales, usando el transporte público —en esos años desde el centro de la ciudad se podía ir en las rutas 6 o 106— o simplemente cruzando la bahía. Es decir, montándose en la “lanchita de Regla”.

De estas dos formas la más atractiva, y preferida por casi todos los habaneros, era cruzar la bahía. Todo un espectáculo visual. Eran tiempos en que en la rada habanera había fondeados barcos de diversos calados y banderas disímiles; todos encendidos, lo que daba al viaje de apenas 15 minutos un encanto especial. Era como cruzar una autopista marina iluminada.

El recorrido por ómnibus era menos pintoresco. La ruta 6 se adentraba en distintos barrios de la ciudad; mientras que la otra se consideraba “expresso” por lo rápido que hacía su recorrido. Aun así; ir a Regla era toda una aventura usurase la vía que fuera.

Cruzar en la “lanchita de Regla”: “Todo un espectáculo visual”. Foto: Tomada de Radio Ciudad Habana

Allí radicaba el cabaret Arcoíris, que se había erigido en el espacio de la finca del mismo nombre en un espacio que colindaba con el otro límite del poblado, a un extremo de la vía blanca. Ruta de acceso a la ciudad desde el este de la misma.

El Arcoíris imitaba el espacio a cielo abierto de Tropicana, aunque no poseía la misma fastuosidad y el aforo era menor. Las mesas estaban situadas en forma de herradura y comprendían tres niveles (Tropicana disponía de cinco). También poseía su propia orquesta jazz band integrada por prestigiosos profesores en cada instrumento.

Si usted quería ver, bailar y cantar con las figuras de la música que vivían en Regla y en Guanabacoa, lo recomendable era asistir al Arcoíris. Y esas atracciones estaban lideradas por el cantante Sergio Farías como figura central y para el segundo show que mejor propuesta que el Conjunto Roberto Faz.

Pero había más. En el lobby del Arcoíris, que estaba flanqueado por un bar, se podía escuchar horas antes de comenzar el show a un pianista conocido como “el Siniestro” y que era hermano de la cantante Clara —del dúo Clara y Mario— y que había hecho carrera en los años sesenta y setenta como pianista de “sopa”, en el Gato Tuerto, en las tardes. El hombre dominaba un repertorio tan amplio que daba gusto verle antes de que comenzara el show a las 10 de la noche.

Sin embargo; el plato fuerte de este lugar era su “cuadro negro”; que más que un cuadro era un desfile de auténtica música, cantos y bailes afrocubanos. Era la única propuesta que terminaba con el desfile de los íremes abakua en una apoteosis sonora que perduraba más allá de su presentación.

“El Arcoíris imitaba el espacio a cielo abierto de Tropicana, aunque no poseía la misma fastuosidad y el aforo era menor”.

Mas, las cosas se ponían alegres cuando al comienzo del segundo show tocaba el turno al Conjunto Roberto Faz. Sin proponérselo, aquella presentación era todo un lujo que solo se podía permitir este cabaret; y no es que el resto tuviera elencos menores. No. Era simplemente que ellos no limitaban su actuación a la ejecución de sones, guarachas y los obligados “mosaicos”. Era mucho más. Apelaban a la fórmula de su fundador y muchas veces aparecían en escena recreando con el vestuario estampas conocidas de la música cubana y sus diversas influencias.

A diferencia del resto de los cabarets de la ciudad, el Arcoíris terminaba su propuesta bailable cuando lo dispusieran los músicos; y es que por estar situado en el cruce de dos calles principales y tener cerca un solar convertido en parque era normal que allí se reunieran familias para bailar con el Conjunto o dar apoyo a los cantantes del primer show.

Era un cabaret de poblado y como tal funcionaba. Solo que a él también tributaban su talento otras importantes figuras de la música de esos años; por lo que a nadie sorprendió que por una temporada allí se presentaran Elena Burke y su hija Malena; o que un sábado al mes estuvieran Las D´Aidas y su grupo alternando sus presentaciones en el cabaret Caribe del hotel Habana Libre.

“Era un cabaret de poblado y como tal funcionaba”.

Lamentablemente, el Arcoíris fue el primer cabaret habanero que cerró al comienzo de la crisis de los años 90; pero no fue sin cierta resistencia protagonizada por “El siniestro” que mantuvo por al menos unos meses más su propuesta de tocar todas las tardes, no importa que no hubiera bebida o un apagón obligara a cerrar antes de tiempo. Él apostó a su piano y a su llamado asistieron muchos reglanos hasta que ya los ejecutivos del lugar decretaron su fin.

Pero antes de este fin definitivo se debía seguir camino por la vía Blanca hacia las playas del Este. Allí estaba otra importante propuesta nocturna que competía con la de cabaret del centro de la ciudad y ponía en ocasiones en entredicho el reinado de Tropicana dentro del mundo nocturno habanero. Para allá vamos.

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