XXV Premio de Poesía La Gaceta De Cuba

Luis Lorente
28/5/2020

Oda para la brevedad del año dieciocho

Luis Lorente

HE LEÍDO LOS LIBROS Y EN NINGUNO TU NOMBRE

He leído los libros y en ninguno tu nombre.

Mientras juego a los naipes entre sombras chinescas,

en momentos cruciales, en un álgido clímax,

entre los dientes de un tenedor de alpaca,

en una algarabía de perros callejeros con hambre,

en la semipenumbra, bajo ese ventarrón amenazante,

he leído los libros y en ninguno tu nombre,

sin embargo, recuerdo que tus pies eran trémulos

y sufrían avatares como llamas de un fósforo,

como un barco que transporta imprevistos

y deriva azotado frente a la costa donde estuvo tu casa.

En la página ochenta de Así empieza lo malo,

no se sienten tus pasos inequívocos regresar

de los días devastados y sin antonomasia

donde tú no mañana serías presa, reincidente,

capricornio olvidado, mitológica musa de ausencias

perdurables como tu pensamiento inspirado

en una idea que no podemos expresar, treinta

y nueve años después de vivir afligidos,

en los parques, en la carpa de un circo, en el vaivén

del agua, soterrados, en la fronda de un árbol

Dos figuras anónimas implicadas en el telón

de fondo de un teatro desierto como una campiña

que el sol quemó a su antojo, semejante a una pelota

de trapo que tiraban los niños para manchar los techos,

para romper las puertas de cristales, la angelicalidad

reinante en los retratos. Era la época de la canción

protesta, lo trascendentalista, algunos visionarios,

yo buscaba entre líneas, entre capas y espadas,

en aquel primer día terminada la guerra,

levantándose el alba y era en vano.

ODA PARA LA BREVEDAD DEL AÑO DIECIOCHO

Ya se fueron huyendo los días irreales,

mutilados, vacíos, derramando su sangre.

El invierno del año dieciocho terminó de vivir.

Es preciso que ahora entreguemos la casa

y se adopte la idea de salir destapados

con las tetas al aire, sin ningún abalorio.

Memorizo el invierno del año dieciocho,

su nefasto delirio de matiz impalpable,

el hastío, las palabras usadas, levitando,

la mañana fugaz, todo el mundo cautivo.

Tú mirando los barcos, mastodontes insomnes

como reyes severos, entre largas distancias

que el tiempo fabricó atropellando, perseguidos,

exangües, a punto de entregarte a las moscas

merodeando la boca y la nariz como quien

entra a un mausoleo saqueado por el paso

de los días pedestres, atados a la espalda,

observando a esos niños sin dueños que

están moviendo los muebles de la sala.

Esos niños que barren la basura y las atribulaciones,

papeles y cenizas, kilómetros de agua, con los pelos

de punta, enmarañados y no dejan dormir a los demás

que ya no pueden restaurar su cara y las ideas como

las que tenemos de la vida. El tiempo como un loco

golpea la pared. ¿Acaso tú no escuchas el rumor

de las hormigas, los pájaros dormidos en brazos

del sillón y tú conmigo, abochornados de ver

alrededor tanta sevicia, tanto argumento inoportuno

como un pretexto desilusionante?

¿Acaso tú no viste en absoluto nada, ni un símbolo

del año dieciocho, niños corriendo, supuestamente

niños accidentados e imprevistos pisando

los cristales, las cenefas, las lámparas

con el mismo martillo que rompían la pared,

amedrentados, en constante zozobra, envueltos

en las telas que tejen las arañas, limpiando

el polvo que arrastró la noche, sepultando

a los muertos que tuvimos ayer, como un panal

de abejas azarosas sorprendida in fraganti,

mirando como llueve y el malogrado

instante suspendido sin aferrase a nada

antes de colapsar en el mar donde se estigmatiza

y calla por ahora sin dar vueltas profundas, hace un total

mutismo, se calla de una vez.

Cada tarde que llega me asomo a la ventana.

Aquí no viene nadie, no hay rastros ni de espíritus.

Hay solo un ave endémica que a veces casi vuela

como una jabalina y pasa el mismo hombre estrafalario,

con mostacho, fumándose un tabaco, parece ser

un hombre que no sufre espejismos.

Tropología del aire, solsticio del invierno.

Me asomo a la ventana frente a profundas rayas

sepias y amarillas que minuciosamente se organizan

para el consuelo de mi amada, lejos, donde peregrinar

el resto de los días, abandonados, juntos, haciendo

otros dibujos paso a paso de todo lo que fuimos

conservando en la memoria. Tropología del aire.

La tarde es un retablo para titiriteros eufemistas,

para raras visiones, carrera de caballos

que cerraban los días incomprensibles, los días

irreales mirándonos actuar unos a otros, a los demás,

utilizando el mismo exceso de palabras,

la misma anatomía desastrosa que llegamos a ser,

a fingir y no ser, sin darnos cuenta de que estábamos

obrando como muertos, como pintados por los niños

en aquella pared donde decía Viva, donde decía

Abajo, coño, Abajo, de una vez.

HIPÓTESIS

¿De qué año hoy es once de abril?

¿Cómo se llama Julia la que escucha

el rumor de las begonias?

¿Cómo se llama Julia cuando duerme?

¿Quién sigiloso toca fuerte, con ansias

en la puerta, urgente, tembloroso

reclamando el placer de la tristeza?

¿Quién no sabe que tú pudieras ser yo mismo,

disfrazado de ti y con tus manos en el laúd,

inesperadas, haciéndome pasar

por Mefistófeles, el que interpreta otro papel

anónimo cualquiera, palabras manuscritas

sin mucha cohesión?

¿Si hacíamos el amor y no la guerra,

cómo íbamos a ser libres o mártires,

cómo se tomaría el cielo por asalto

entonando los himnos, las consignas dogmáticas

y los pronunciamientos sobre la victoria y la fe?

¿De qué estabas hablando, a dónde fuiste,

qué ignoro si camino una circunferencia,

un remolino surgido en la campiña

por los alrededores de la tierra allá en Pinar del Río?

¿Qué quisimos decir cuando callamos,

mirándote nadar otros kilómetros

para hacer tu familia con delfines?

¿Todos somos distintos de la misma manera

en que somos iguales, aire de agua,

viento de cuaresma, nordeste preferido de las recordaciones?

¿De qué tarde sería esta tarde una hipótesis?

¿Ese muerto en la fiesta con la ropa tan limpia,

con tanto aburrimiento y afeitado, coherente,

como un hombre cabal, ese muerto es el mío,

imperfecto, el que incumple las leyes,

las costumbres, el decreto infalible?

¿Hago la voluntad del padre y no la mía?

¿Quién me busca y persigue y se impone

en voz alta y dirá que este nombre es ilógico,

anacrónico, no es verídico, es impropio, anticuado,

es un nombre de asmático? ¿Por qué no se pronuncia

en Crimen y Castigo ni en Una temporada en el infierno,

ni aparece en la lista de los condecorados?

¿Qué se dice en la calle, en la casa de otros,

entre los izquierdistas, qué se piensa de Julia?

¿Cuándo no escampa lloras, te repliegas, te tapas

con las piedras preciosas, con gusanos de seda,

hojas de roble, con el fondo marino, con la espada

rebelde que te aplaca la ira?

¿O te cubres contigo solamente y te basta?

¿Es posible la vida entre tardes tediosas,

das un giro, otros pasos y flotas donde te has dado

cuenta de que careces de frío y de importancia?

¿Es servil mi silencio y por eso describo avergonzado,

a grandes trazos paisajes primitivos,

las horas tormentosas, permanentes?

¿A quién vieron los ojos ocultarse detrás de la mampara,

sería un alma cuidadosa y ubicua llevando un laúd cobijado en su brazo?

¿Era Julia quién iba?

¿Antiguos moradores viviendo en la vicisitud de la intemperie?

¿Era Julia que no había sido nunca encontrada, ni por azar,

ni pura coincidencia, ni porque la evocáramos?

¿No fue siempre un designio, un mandamiento, un deseo

impostergable y obsesivo que la conversación versara sobre Cuba?

¿Está echada la suerte, reina calma, todo tranquilo

con premeditaciones, expectantes en casa para ver

si algo ocurre que no sea la llegada crucial del gatopardo?

¿Vuelven las noches, las mañanas, los bellos años de la lucha

armada, desfilan militares, mujeres, adivinos, hombres como

nosotros, un ciego enamorado?

¿Acaso no fui yo quien te lo dijo?

¿O estaba habitualmente confundido y oyéndote decir

que evitarías la desaparición de tus dos caras?

¿Coinciden las dos caras?

¿Existe una supremacía, divergencias, pugnas, decepciones,

opiniones políticas contrarias?

¿Te has puesto un antifaz para esperarme?

¿Todo fue reducido y escaso, no hubo que lamentar

limitaciones, impedimentos, que se obstaculizaran los caminos?

¿Ni tú, ni yo, ni Julia? ¿Nadie?

¿Cuál fue la fecha exacta de su ausencia, la transfiguración,

lo que ocurrió, el milagro?

¿Alguna vez la dimos por perdida y guardamos sus trajes

de aristócratas y sus libros escritos en La Habana?

¿La despedida la consumó por fin en una epístola donde

se declaraba muerta hacía muchos años, muerta y culpable?

¿El dueño del laúd era un espectro que recibía dictados

de otro artífice, y establecían diálogos tocando sus laudes

y nosotros también nos convidábamos?

¿Cuántos éramos todos?, ¿cuántas personas vivas componían la tarde?

¿La señora como una quimera que había permanecido en una silla

incomodísima, acaso no era ella, no se llamaba Julia esa señora?

BAILEMOS

Bailemos esa música barroca

que el tiempo manuscribe veloz

en la pared, bailemos como dos

pelícanos agónicos, caricaturizados

huyendo de la tarde definitivamente.

Bailemos en voz baja, bailemos

otra vez un vals irreductible.

Que las manos carentes

de opulencia resbalen por los feudos

invictos de la espalda.

Bailemos esa música de circo,

de andar por los trapecios, entre

fieras, bailemos sin decir una palabra,

dentro de un claroscuro donde brillan

insectos que aprenden a volar.

Bailemos un danzón melodramático,

entréguele la oreja a la lengua voraz

de Frank Sinatra, música incidental

para protagonistas de escenas de suspense.

Bailemos a capella, un aire huracanado,

canción de desamor, aunque no estemos

convencidos que estuvimos bailando en la taberna,

encima de una ola, debajo de un cerezo.

Bailemos un discurso sedicioso, el aria

de una ópera, un concierto de oboe,

ese violín sonando dentro de la excesiva carne

de su pecho, emoción, soledad, esquizofrenia

que se baila como una contradanza en el Liceo.

Bailemos monte adentro, profundo, inalcanzable,

en el palenque, acosados, en la aglomeración,

en la maraña, el manoseo, en el tapiz

de espacios transparentes.

Bailemos hoy afuera del tapiz, mañana

en los salones de su campo abierto.

Dioses que se erotizan al saber que el mar les queda cerca.

Bailemos descorazonamientos, ruinas de la tarde

geométrica, veleros que se acercan a interrumpir

la cópula con osadía en la saleta a la vista

de todos los ausentes.

Bailemos la ambición de los crepúsculos,

sus grandes actuaciones, la música irreal,

colgados de los puentes a punto de caer

como frutas maduras en la alfombra,

con una ventolera, flores secas, espadas antagónicas.

Bailemos como hacen las ballenas

dejándose llevar según sus corazones

intranquilos, pero siempre fastuosos,

las ballenas que cuidan de su alma

como la nuestra impía.

Bailemos poseídos, divinos pies de Aquiles,

un nido de serpientes enroscadas; fatuos,

indecorosos, sin comedirnos tanto, sin mutuas

atracciones, divergentes.

Bailemos como desesperados oriundos

de la noche, dando pasos a ciegas,

a la orilla del mar fucsia, escarlata,

vísperas de una tromba marina,

sin importarnos en absoluto nada.

Luis Lorente (Cárdenas, Matanzas, 1948) ha publicado Las puertas y los pasos, Premio David de Poesía, UNEAC, 1975; Café nocturno, 1984; la plaquette Ella canta en La Habana, 1985; Como la noche incierta, 1991 (junto al poeta Aramís Quintero); Aquí fue siempre ayer (Unión, 1997); Esta tarde llegando la noche ―Premio Casa de las Américas, 2004 y Premio de la Crítica de ese mismo año―, Más horribles que yo (Ediciones Matanzas, 2006), Premio de la Crítica 2007; la antología poética Fábula lluvia (Ediciones Unión, 2008); El cielo de tu boca (Ediciones Matanzas, 2013); Twobrother’s bar, ilustrado por el artista Arturo Montoto (Ediciones Matanzas, 2017) y tiene en proceso de publicación, por Ediciones Unión, el poemario Excepcional belleza del verano. Parte de su obra ha sido recogida en antologías editadas en Cuba y en el exterior.