Welis Peña expone nuevamente en Holguín, luego de varios años sin hacerlo. Las piezas que integran Del espanto a la ternura —muestra personal abierta al público en la Sala pequeña del Centro Provincial de Arte, como parte del 30 Salón Provincial de Artes Visuales Calendario 30 ¿Te acuerdas de…?, realizado del 13 al 17 de septiembre— fueron creadas en los últimos años y dejan traslucir muchas de las preocupaciones de un artista que, espantado de todo, se refugia en universos pictóricos por momentos oníricos y en otros fantasiosos y/o fantasmagóricos, donde, como en la canción de Silvio Rodríguez que integra el disco ¡Oh, melancolía! de 1988 y nombra esta exposición, transcurre la vida.
Entre el espanto y la ternura llega la creación. Welis lo sabe y lo vivió en el período de claustro por la COVID-19, cuando en la soledad de un taller poblado de voces susurrantes y seres que, entre las luces y las sombras, emergían de los fértiles territorios de la imaginación, nacieron las piezas que no dejan de ser reflejo de la incertidumbre reinante. La perplejidad ante lo desconocido, el miedo y la muerte. Lo atroz sobrevolando el paisaje insular y la ternura dentro, anclada con fuerza, como resguardo y como fe de vida, como constatación de ese soplo de humanidad esperanzadora que puede cambiar la realidad.
“Fiel a su poética, Welis es, sobre todo, leal a sí mismo y a su cotidianidad”.
Welis, nacido en Holguín en 1972, es un pintor de formación autodidacta que se ha desempeñado en la pintura de caballete y de gran formato, y que domina el dibujo y el color con peculiar talento y trazo expresionista. Sus piezas nunca han estado exentas del pavor, es cierto, lo comprobamos al recorrer su obra anterior; pero en Del espanto a la ternura este pavor se hace más palpable y aflora en las sutiles líneas de un trazado con singular fuerza.
Fiel a su poética, Welis es, sobre todo, leal a sí mismo y a su cotidianidad. Sus personajes, hijos de las circunstancias, se alejan de una paleta más colorida y prefieren resguardarse —porque ellos pueden ser también seres temerosos— entre los sepias y los marrones, el ocre y los grises. Son rostros infantilizados que se evaporan antes de corporizarse. Seres fantasmales surgidos entre el humo y las nubes que nos miran casi dulcemente, sin dejar de interrogarnos. Pero cuidado, sus sonrisas pueden dejar escapar una mueca y la mirada bien puede ser antesala de un desgrane de dudas y miedos.
En ellos hay vacilación, incertidumbre. No llegan a cuajar en completas formas humanas y se pierden, verticales, en lo etéreo, ascendiendo como el humo. Son rostros, a veces regordetes como niños viejos, que salen o se sumergen en la bruma: arlequines calcados de un viejo guiñol descolorido, donde se cuentan historias que por fantásticas pueden ser más palpables.
“Mujer con sombrero”, por ejemplo, porta el espanto de unos ojos vacíos e inexpresivos en un rostro pétreo y cabizbajo, como una máscara. La sonrisa con su sombra oscura y horizontal, refuerza lo “terrorífico” de una imagen espectral y oscura.
Muchas de estas figuras se apoyan en engranajes cilíndricos y en trazos del monte y la jungla, por momentos similares a columnatas barrocas que cobran vida y recuerdan la fuerza de Acosta León y Wifredo Lam y la influencia en su pintura. “Personaje XVII”, “Rostro”, “Rancañización” (que es un homenaje a Ernesto Rancaño), la propia “Del espanto a la ternura”, “Ventana V”, “Arlequín”, “Rostro en la bruma” y “Teatro” lo muestran.
“Son rostros, a veces regordetes como niños viejos, que salen o se sumergen en la bruma: arlequines calcados de un viejo guiñol descolorido, donde se cuentan historias que por fantásticas pueden ser más palpables”.
Es interesante también en la obra reciente de Welis Peña el uso de la máscara. Ese “otro yo” que viene, incluso, desde antes del teatro griego y las fiestas dionisiacas y que están vinculadas, como aseguran los etnólogos, al momento en que se produce la autoconciencia (la conciencia de uno mismo).
En Del espanto a la ternura —con curaduría de Roxana La O Sánchez y dirección general de Yuricel Moreno Zaldívar—, las máscaras representan solo una parte del rostro, la superior, y recuerdan algún que otro personaje de la Comedia del arte.
Son máscaras mutiladas, rostros a medias en seres que se anuncian y solo les basta ese resquicio para dejar sentir su presencia apabullante, sobrecogedora. Anclajes del miedo con mirada esquiva. La máscara para salir a la calle y también la que usamos en las redes sociales y el universo virtual y sus debates. Dos máscaras o ¿acaso la misma? El rostro falso que termina convirtiéndose en rostro real y que susurra, sonríe y pregunta.
Dos piezas así lo ejemplifican: “Tres hermanos”, que conocíamos desde el pasado enero, en el Salón de la Ciudad de Holguín, y “Baile de máscaras”, la de fecha más reciente en la muestra; una obra que sorprende por la fuerza de su figuración, en la que dialogan tanto las máscaras como los rostros fantasmales en un juego de trazos y formas. Una gran luz circular ocupa buena parte del espacio y parece engullir todo y a todos.
Entre el espanto y la ternura transcurre la vida y la creación. En ese tránsito, crece la hiedra y la vida canta. Ambas permanecen como señales inequívocas de la existencia humana. Los seres de Welis —miembro de la Uneac y merecedor de varios premios y menciones por su trabajo—, sus figuraciones y rostros esquivos y fantasmagóricos, siguen poblando (para hoy y mañana) los imaginarios sobre los que crecen las artes visuales en Holguín. Sus fabulaciones rehúyen al vacío y la locura; y pueden estar en equilibro “con el abajo y con la altura, con vida y muerte”, pero acaban germinando en vida. Desde esa vida, responsable de todo lo demás, nos habla también la obra de Welis Peña.