Vuelo Estocolmo-La Habana, con escala en Bruselas
La socorrida imagen de un viaje en avión que una las capitales de Suecia, Bélgica y Cuba tiene la utilidad de colocar rápidamente al lector en función del tema: en noviembre la programación de la Cinemateca, con sede en el cine 23 y 12, comienza con una muestra de cine belga —cinco filmes recientes realizados en régimen de coproducción con Francia—, del miércoles 2 al domingo 5, y luego la pantalla del céntrico cine estará ocupada por una muestra de cine sueco, integrada también por cinco títulos de reciente producción.
Como los filmes belgas y los suecos tampoco es que gocen de una amplia popularidad en Cuba, ni tampoco nuestro público conoce a plenitud tales producciones, se impone caracterizar ambas muestras, y decir un par de palabras sobre las cinematografías que las originan. Respecto a Bélgica, toda caracterización pudiera comenzar con la afirmación respecto a que la proximidad de Holanda y Francia, sobre todo de esta última, ha ralentizado y empobrecido el cine belga, porque el mercado local es tan pequeño que apenas alcanza para lograr el reembolso de lo invertido en cada producción, y además los cineastas se ven obligados a producir sus proyectos más ambiciosos en coproducción con Francia, y hablados en francés, de modo que la mayor parte de los cineastas belgas francófonos han sido asimilados por la industria del cine galo.
A pesar de todo, el cine belga ha generado una serie de talentos, sobre todo en el documental (Henri Storck, entre otros) pero también en la ficción, como André Delvaux y Chantal Akerman, que conquistaron gran prestigio en los años sesenta y setenta. Posteriormente se impusieron Alain Berliner (Mi vida en rosa), Jaco van Dormael (Totó el héroe), Lucas Belvaux (Pour rire) y los prestigiosos hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, grandes maestros del cine europeo. Las filmografías de todos ellos resultan bastante conocidas en Cuba, o al menos hemos visto sus principales filmes, de modo que es saludable abrir la percepción a nuevas obras.
De Luc Belvaux, un actor devenido realizador en los años noventa, podemos ver ahora una producción de 2020 titulada Des hommes, o La guerra sin nombre, que le da continuidad a la rama francófona del cine belga, en tanto está protagonizada por intérpretes galos como Gérard Depardieu, Catherine Frot y Jean-Pierre Darroussin. Adapta una novela de Laurent Mauvignier, y tanto el filme como el relato literario se concentran en dos soldados que estuvieron en el frente durante la Guerra de Argelia, que tuvo lugar entre 1954 y 1962 y fue un periodo de lucha del Frente Nacional de Liberación contra la colonización francesa establecida desde 1830. Los personajes se reencuentran 40 años después, y se ven obligados a afrontar su pasado.
La jornada de cine belga se inaugura con el documental (ya decíamos antes que este es una de las modalidades principales que adopta el mejor cine belga) En otra vida, del cineasta Philippe de Pierpont, un testimonio estremecedor del cineasta, quien filmó en Burundi a seis niños de la calle, y hasta ahí apenas hay algo extraordinario, pero lo fuera de lo común aparece cuando el realizador les promete volver a filmarlos regularmente, mientras ellos se comprometan a seguir con vida. Los niños se han hecho hombres y Philippe de Pierpont les da la palabra para que evoquen el pasado, su niñez, y al mismo tiempo pongan en evidencia la manera en que han evolucionado sus puntos de vista.
Philippe de Pierpont tiene otro largometraje en la muestra: Ella no llora, ella canta, que fue su ópera prima, en 2011, y que él no solo dirigió, sino que también escribió y produjo, a partir de una adaptación al cine de una novela autobiográfica de Amelie Sarn, en torno al tema del incesto. Laura va a visitar a su padre al hospital, y aprovecha que él está en coma para recordarle los muchos años en que estuvo abusando de ella. Erika Sainte, que interpreta a Laura, recibió el premio Magritte (equivalente belga al Oscar) en la categoría de mejor esperanza femenina.
La programación de la semana belga se completa con Tierra roja, de Farid Bentoumi, un drama de denuncia sobre la contaminación ambiental de una planta química; y Simpatía por el diablo, de Guillaume de Fontenay, que también se decanta por la densidad del conflicto histórico-político y retrata la guerra de los Balcanes, en 1992, a propósito de la biografía del periodista de guerra francés Paul Marchand, quien cubrió el sitio de Sarajevo y allí debió enfrentarse al predominio de los militares, la tropas de Naciones Unidas e incluso a sus propios compañeros.
Saliendo los belgas entran los suecos, que ocuparán la pantalla del 23 y 12 del miércoles 9 de noviembre al domingo 13. Con una extensión territorial mucho mayor que la de Bélgica, pero similar cantidad de habitantes, Suecia logró un distinguido aporte al séptimo arte mundial desde los años diez y veinte, con obras románticas dirigidas por Mauritz Stiller o Víctor Sjöström, que luego de aportar algunos títulos clásicos emigraron a Hollywood, a la par con Greta Garbo. Luego la producción se vuelve intermitente, pero todavía de alta calidad, en consonancia con la creación de la estatal Svensk Filmindustri. Los años cincuenta fueron presididos por el maestro Ingmar Bergman, y posteriormente la mayor parte de los cineastas suecos siguen sus huellas o intentan desmarcarse ex profeso de una influencia demasiado fuerte.
La muestra sueca de este año está presidida por el filme Tigres (2020, Ronnie Sandahl) basado en un personaje de la vida real: el futbolista Martin Bengtsson, y además de cumplir con todos los requerimientos de un buen biopic, el filme se propone ilustrar el lado oscuro del fútbol profesional a partir del paso del personaje protagónico por un gran club italiano: el Inter de Milán, y la conversión en pesadilla tenebrosa de un sueño de fama y gloria. El director Sandahl escribió y dirigió Tigres como segunda parte de una trilogía deportiva cuyo primer escalón fue la muy exitosa Borg/McEnroe, también inspirada en personajes reales. Según informan reportes de prensa, la tercera parte se titulará Perfect, y gira en torno a la gimnasta norteamericana Kerri Strug.
Otras ficciones a ver en la semana sueca son dos filmes dirigidos por mujeres: Golpes (2021) de Frida Kempff, es una película de horror, porque la protagonista abandona el hospital siquiátrico pero empieza a escuchar extraños ruidos en su apartamento, y Clara Sola (2021) dirigida por la costarricense-sueco-uruguaya Nathalie Álvarez Mesé, que fue la gran ganadora de los premios del cine sueco, entre ellos los de mejor película y dirección. Está hablada en español y se desarrolla en Costa Rica, donde vive la protagonista, una mujer de cuarenta años que inicia un viaje hacia el despertar sexual y la liberación de las convenciones sociales y religiosas.
La categoría documental está representada por El muchacho más bello del mundo, de Kristina Lindström y Kristian Petri, que trata sobre el poder devorador de la fama (al igual que la ya mencionada Tigres, pero aplicado al mundo del cine) y el alto precio de la belleza, a propósito de la vida de Bjorn Andresen, un tímido adolescente sueco elevado a la categoría de superestrella gracias a su participación en Muerte en Venecia, de Luchino Visconti. También es documental Sabaya, de Hogir Hirori, que se relaciona con la guerra en Medio Oriente, y la tragedia de muerte y violencia creada por ISIS en esa región. En específico se trata de un grupo de personas que arriesgan sus vidas para rescatar a mujeres que el grupo terrorista tiene prisioneras como esclavas sexuales. Porque tanto la muestra belga como la sueca nos regalan ventanas, de límpidos cristales, con que contemplar el mundo actual.