Unas semanas atrás un joven y dinámico periodista me sugirió un tema: ¿hasta dónde llega la responsabilidad de quien ofrece información o realiza comentarios? ¿por qué asumir la de otros?
El hombre o la mujer que aparece ante las cámaras para señalar una deficiencia, preguntarse el porqué de una situación o alabar un resultado, no es responsable del maltrato, demora en construir o los tan múltiples como diversos problemas que existen en la Cuba de hoy.
Supongo que la vida de José “Pepe” Alejandro Rodríguez, un colega que siempre ha ejercido el criterio desde las páginas de Juventud Rebelde o Bohemia, se le complicó cuando empezó a hacer Papelitos hablan, espacio de crítica de la revista Hola Habana.
En esa sección con reportajes en el lugar o a veces sólo leyendo cartas de los televidentes y emplazando a los responsables, Pepe, en su condición de servidor público, (todos los periodistas lo somos), denuncia, examina, propone, con el ejercicio del criterio como lanza, en contra de lo mal hecho. Y todo el mundo lo ve, se sabe quién es, como no le pasa cuando hace lo mismo en su sección Acuse de recibo.
Pepe, no me lo ha dicho, pero estoy segura que ha devenido buzón humano de quejas y sugerencias, a cualquier hora y cualquier lugar. Hace sólo unos días yo estaba con un amigo (periodista) tomando un café y en poco más de una hora, conté a cuatro personas, una le entregó un papel, describiéndole una situación determinada para que la denunciara.
En todos los casos se trata de negligencias, malos tratos, desidias a la hora de escuchar al ciudadano o ciudadana que se acerca a realizar un trámite o exigir un derecho. Entonces esas personas acuden al periodista. Realmente, me siento orgullosa de ser una servidora pública, pero me preocupa mucho lo certera que puede ser esa frase “si viene la TV el problema se arregla”.
No voy a poner ejemplos, pero tengo unos cuantos de soluciones dadas por la presión de una nota de prensa. ¿Por qué?. Porque indudablemente que pueden existir deficiencias imputables a la desidia de algún responsable, que cuando “su foto” sale en un medio informativo, le dan un jalón de orejas “desde arriba” y se arregla el asunto o por lo menos ofrecen una respuesta satisfactoria, sin ladrar (los hay que gruñen y todo).
Ahora bien: el periodista por encima de un servidor público en una persona que necesita tomarse una taza de café en paz, mirar el mar en el malecón, bailar o disfrutar de una cerveza fría, sin que lo estén acosando con problemas que él puede canalizar, pero no resolver.
Mis colegas disfrutan (y hasta yo tengo un pedacito con quejas sobre la TV) que se le acerquen cubanos y cubanas con el interés de resolver un entuerto, pero tienen derecho a un poquito de solaz y también a decir “eso se sale de mis manos”. Es que como de todo hay en la viña nuestra, existen personas que exigen la reproducción de su queja tal y como la entienden, sin darse cuenta de que la opinión se ejerce bien cuando se hace con responsabilidad.
Una carta, una llamada telefónica no puede ser la única fuente para dar a conocer un acto de indolencia: un salidero, mala atención en una farmacia o un incumplimiento de un contrato, entre otros hechos. El profesional de la prensa debe (y si no lo hace se arriesga) investigar para ofrecer un juicio en contra de actos de diversa índole.
El impacto de un hecho noticioso está en una de las antológicas canciones de los Van Van que en 1994, estrenaron La sorpresa, conocida por Voy a publicar tu foto en la prensa… y que agrega “Voy a hacerte una ampliación de 40X40/ Pa´que la gente lo sepa que tu eres tremenda / Porque me trataste mal…me trataste con violencia /Voy a publicar tu foto en la prensa… Lo voy a publicar…”
Con la sabrosura del ritmo inconfundible del tren de Juan Formell, desde entonces cualquier persona amenaza a otra con sandunga y todo: Voy a publicar tu foto en la prensa. Es bueno que suceda, pero primero hay que tocar la puerta del (i)responsable, después la imagen.