Vivimos tiempos de impronta martiana y de pupila insomne
26/1/2021
Quizás muchos lectores aún se pregunten cuáles han sido las particularidades histórico-políticas —e incluso sociales— que han hecho de Estados Unidos y de sus diferentes administraciones un país con actitudes de gendarme internacional, de coloso expansionista y manipulador de grandes capitales financieros en el mundo entero. Hay que recordar que Estados Unidos fue la primera nación moderna, surgida a partir de un régimen político-liberal y de un modo de producción capitalista reproducido en otros territorios europeos y trasladado al ámbito norteamericano en forma de prácticas, concepciones y pensamiento filosófico en general.
Así, la sociedad norteamericana nace y se afianza a partir de un tipo de colonización muy específico, distinto al que irrumpe en América Latina como consecuencia del proceso de conquista y colonización europeas. Un proceso que algunos analistas denominan sociedad-fragmento. Se trata de países nuevos que surgen lejos de la metrópoli; primeramente con la existencia de grandes asentamientos indígenas distribuidos en buena parte del Nuevo Continente una vez llegado los conquistadores, y más tarde, con un comercio de esclavos procedente esencialmente de África y de algunos puntos de Asia y Oceanía, los que con el tiempo y tras un proceso de profunda transculturación originarían el mestizaje en los pueblos de nuestra América.
Ninguno de los nativos asentados en territorio norteamericano conocieron o tuvieron relación con nuestro grande y hermoso proceso de mestizaje. Lo que realmente ocurre en el territorio de Estados Unidos es el aniquilamiento, exterminio o expulsión y confinación de la gran masa segregada de los pueblos nativos a manos de los colonizadores anglosajones blancos protestantes. Algo que aún conforma la raíz filosófica y sociológica de la élite política estadounidense y de sus instituciones en general, como ideología arraigada.
Hay que recordar que luego de lograr su independencia a finales del siglo XVIII, Estados Unidos se sustrajo a los conflictos existentes en Europa y se consagró al desarrollo de sus fuerzas productivas, de hecho sacó cierta ventaja a su metrópoli de origen, Gran Bretaña, y llegó a convertirse en potencia hegemónica durante el siglo XIX. Asimismo, su quehacer bélico expansionista siempre ha sido librado en territorios ajenos, sin ocasionar daño alguno en su tierra. Valdría la pena rememorar sus experiencias en dos guerras mundiales, y sus intervenciones militares en Vietnam, Afganistán, Libia, Irak, el Golfo Arábigo-Pérsico, etc. Con ello, y a partir de su dominio imperial, ha logrado reforzar su economía en tiempos de guerra, y a su vez ha obtenido cuantiosos avances industriales en todos los órdenes, entre los que se incluyen los relacionados con la esfera espacial.
Con mayor fuerza aún se observan manifestaciones que conforman sus raíces psicológicas, ideológicas y político-sociales, así como una cultura política “única e invencible de gran nación” que continúa reproduciendo valores filosóficos, éticos y morales similares a los de la llamada guerra fría. Sin duda, una imagen deleznable, prepotente, expansionista y sobre todo racista, a partir de la consigna de “América primero”, enarbolada por el recién saliente inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump.
Bajo este precepto, dicha Administración realizó durante sus cuatro años en el poder una labor de afianzamiento ideológico y cultural imperialista:
En la medida en que esa cultura antecede y sucede a la guerra fría como tal, alimenta en la actualidad el proceso de afianzamiento ideológico de la hegemonía norteamericana (…) que pareciera tener como objetivo transformar el mundo en función de los valores de los Estados Unidos, mediante una nueva apelación al consenso interno y a la defensa exterior de la seguridad de la nación.[1]
A este engranaje —trasladado a todas las esferas de la vida del pueblo norteamericano— han respondido y responderán (desafortunadamente) cada una de las administraciones de ese país. Acerca de ello el Héroe Nacional de Cuba alertó a la América nuestra a modo de conclusiones necesarias para estudiar e investigar con profundidad.
En las crónicas martianas se halla la descripción del sistema político estadounidense, cuya vigencia es trascendental:
El boss odioso cabecilla del partido es quien prepara las elecciones, las tuerce, las aprovecha, las da a sus amigos, las niega a sus enemigos, las vende a sus adversarios, es quien dominaba los cuerpos electorales e imponía candidatos que son siempre tenaces tenedores de ricos oficios. (…) Se compran y se venden los votos, y eso es la cuna del poder, de ahí que elegantes caballeros y altos potentados se coaligan para la compra-venta, por lo que una aristocracia política ha nacido de esta aristocracia pecuniaria, y domina periódicos, vence en elecciones y suele imperar en asambleas.[2]
Debe incluirse en este trabajo un fragmento sobre el criterio del Maestro acerca de sistema electoral, a partir de una de sus crónicas escritas en 1881:
Es recia y nauseabunda una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidatos a la presidencia a aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyan a nombrarlo y sacarle victorioso.[3]
Se trata de apuntes y observaciones publicadas en distintos órganos de prensa norteamericanos y latinoamericanos, así como la escritura de acción y unidad independentista aparecida en Patria durante una estancia de casi quince años en los Estados Unidos. Valoraciones martianas precursoras del peligro del naciente poder imperialista; peligro que no puede soslayarse en estos tiempos de pupila insomne, por estar también presente en las acciones cada vez más cruentas, injerencistas e inhumanas de un conjunto de oligarquías neoliberales, representantes del coloso norteño. Hoy, sin lugar a dudas, vivimos tiempos de impronta martiana y de pupila insomne.