Viñales, más allá de la postal

Nidia Cabrera Huerta
24/3/2021

La imagen icónica con que el mundo identifica a Viñales es la vista que se aprecia desde el mirador del hotel Los Jazmines, pero toda su belleza y sus atributos, reconocidos nacional e internacionalmente, no caben en esa postal.

Imagen icónica con que el mundo identifica a Viñales.
 

Fue Domingo Ramos, destacado pintor habanero que residió en Viñales desde 1921 y por varios años, quien, en una exposición desarrollada en New York en 1938 bajo el nombre Un siglo de progreso, mostró por primera vez al mundo un lienzo con la imagen del valle de Viñales. Un artista presente en la muestra expresó que aquel paisaje no correspondía a la realidad, que se trataba de una “fantasía tropical”; solo las lágrimas de un cubano presente demostraron la veracidad de la obra. Así lo describe en su libro El valle de Viñales el ilustre maestro, poeta y escritor pinareño Pedro García Valdés. En aquel suceso podríamos ubicar el inicio o despertar de un creciente interés por visitar Viñales y, además, por venderlo como destino de esparcimiento.

Desde entonces y hasta la fecha, ¿cuáles han sido los atractivos que más seducen a los visitantes?

Una mirada a las guías de turismo, publicaciones nacionales e internacionales, incluso a la opinión de los propios viñaleros, arroja que, sin dudas, son los mogotes y las cuevas el mayor atractivo, lo que es hasta cierto punto acertado.

La presencia de esas raras elevaciones cársicas con forma de domos, que datan de los períodos jurásico inferior o medio ―aunque formaciones semejantes pueden encontrarse también en las Grandes Antillas, China y la península de Malaca―; el impresionante relieve cársico superficial predominante y la riqueza de sus formas subterráneas hacen que el valle de Viñales sea reconocido como la “capital del carso tropical mundial”.

Por otra parte, sus extensos y complejos sistemas cavernarios le confieren una elevada importancia espeleológica, tal es el caso de la Gran Caverna de Santo Tomás, la mayor del Caribe y la tercera de América Latina.

La Gran Caverna de Santo Tomás.
 

El doctor Manuel Iturralde Vinent, reconocido geólogo cubano, ponderó el valor de Viñales al considerarlo un “tesoro paleontológico”. Hecho que viene confirmándose desde los primeros descubrimientos realizados a finales del siglo XIX por el doctor Carlos de la Torre Huerta y, posteriormente, por el hallazgo en 1949, al nordeste de Viñales, de restos de hueso fosilizado de dinosaurio que, tras una serie de investigaciones, realizadas por el Museo Nacional de Historia Natural de Cuba, el de La Plata, el de París y el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, se concluyó que dichos restos llegaron a nuestra tierra ya fosilizados dentro de las rocas que los atesoran hace más de 146 millones de años. La aparición, además, en este territorio de rocas que se formaron como resultado de la caída de un enorme asteroide hace millones de años provocando la extinción de los dinosaurios y otros organismos, es otro dato que apunta a su relevancia desde el punto de vista paleontológico.

A los atributos antes expuestos, se le añaden impresionantes recursos florísticos y faunísticos, con un alto grado de endemismo, así como extraordinarias características escénicas que conforman un paisaje multiforme y cambiante según las horas del día y las estaciones del año.

La inclusión del sitio en la Lista del Patrimonio Mundial, en diciembre de 1999, como el Primer Paisaje Cultural declarado en América Latina y el Caribe, representando así la obra combinada del hombre y la naturaleza, definió su Valor Excepcional Universal:

“El valle de Viñales es un sobresaliente paisaje cársico en el cual los métodos tradicionales de agricultura (principalmente la cosecha de tabaco) han sobrevivido sin cambios durante varios siglos. La región también conserva una rica tradición vernácula en su arquitectura, artesanía y música”.

Es notorio en esta declaratoria el reconocimiento de valores o atributos que no habían sido suficientemente ponderados y visibilizados. Al respecto, la doctora arquitecta Ángela Rojas expresó: “Si solo fuera por estar en el valle, el poblado de Viñales ya sería lo bastante particular para ser recordado. Pero no es únicamente la envoltura lo que lo define, sino sus propios valores que lo hacen atractivo dentro de su sencillez”.[1]

Ciertamente el poblado de Viñales tiene una personalidad propia, resultado de una modalidad constructiva local, siendo la más clara expresión de una arquitectura vernácula particular.

Es un pequeño asentamiento en el que aún persisten algunos de los rasgos que definen los poblados rurales cubanos. La frontera entre lo urbano y lo rural se pierde. El ambiente sosegado que caracteriza el valle se irradia a la población, provocando una sensación de armonía. La escala en que se desarrolla la arquitectura doméstica de Viñales, lejos de parecer de un orden menor acrecienta sus valores, logrando su máxima expresividad con el mínimo empleo de recursos y en el aparente anonimato del conjunto.

El incremento acelerado de nuevas viviendas, generado por el interés turístico por la zona, se manifiesta en un crecimiento espontáneo y desarticulado. En palabras de la doctora Rojas “…las extensiones no son las propias de lo comúnmente considerado periferia, sino un híbrido entre espontaneidad y poder económico que difiere tanto de la marginalidad pobre como de la evasión hedonista, y también del punto medio: el reparto especulativo”.[2] Este fenómeno apunta a la importancia de reforzar el monitoreo del territorio, porque de no atender a esta necesidad corremos el riesgo de aumentar excesivamente las dimensiones del asentamiento y de afectar su impacto visual, con una arquitectura foránea y descontextualizada, perdiendo la maravillosa imagen de un pequeño poblado en el fondo del valle.

El poblado y su arquitectura son frágiles y, por tanto, se requiere de un estricto control sobre lo que está ocurriendo. Es imprescindible garantizar a sus pobladores materiales de calidad con precios asequibles que les permita mantener esta arquitectura, en la que los protagonistas indiscutibles son el ladrillo y la teja criolla.

El tabaco, otro de los atributos exaltados en la declaratoria, aunque no es el mejor del mundo ―como se difunde en ocasiones― sí cuenta con algunas singularidades, que lo hacen excepcional. Valga señalar que fue en los Cayos de San Felipe, pequeña comunidad rural perteneciente al municipio Viñales, donde primero se sembró tabaco en la provincia de Pinar del Río. Las vegas de tabaco son unidades diversificadas de producción, en las cuales el campesino no solo siembra la aromática hoja, sino que también produce alimentos y cría animales para su consumo. Además, debido a las particularidades geomorfológicas del territorio, estas plantaciones se caracterizan por la pequeña escala. Otra especificidad es la tipología de barraca, empleada mayoritariamente en las casas de curar tabaco, caracterizada por una pendiente mayor de sus paredes y completamente de guano, heredera de las construcciones varaentierra de los aborígenes y destinada al almacenamiento de producciones pequeñas.

Con relación a la mencionada infraestructura tabacalera, el guano es otro material imprescindible dentro del vernáculo rural del territorio, y sobre este particular urge tomar medidas para ampliar su uso en las cubiertas de las casas de tabaco, y en el programa de vivienda rural, no solo por su perfecta armonía con el entorno, sino también por su durabilidad y adecuación ante los eventos climatológicos.

Casa de curar tabaco tipología de barraca.
 

El conjunto de valores socio-culturales le conceden a Viñales también una condición atípica y singular, pues es la huella del hombre quien marca el carácter de los paisajes culturales. El ente antrópico se apropia del medio natural y construye su historia.

En el propio acto de preparar y cultivar la tierra, se han mantenido en el sitio elementos de etnología campesina que evaden las formas mecanizadas y que se expresan en la utilización de instrumentos y medios de trabajo tradicionales como la yunta de bueyes, la carreta, el arado americano o el arado criollo.

Otra de las tradiciones que apuntalan el Valor Excepcional Universal de Viñales nos remite a la artesanía, sobre todo con fines utilitarios. En este aspecto destaca, por ejemplo, la confección de cestas, sombreros y otros artículos de gran demanda, empleando como materia prima el guaniquiqui. El mantener la autenticidad y sencillez que caracterizó a esta expresión, alejada en sus inicios de todo atisbo de banalidad y homogenización, es hoy uno de los grandes retos que enfrentamos.

Tejiendo con guaniquiqui.
 

Sin embargo, resulta alentador el florecimiento, desde hace algunos años, de nuevos proyectos y creadores, volcados al rescate del oficio de la costura y el diseño, con una loable incorporación del tejido a mano heredado de las abuelas. Es Viñales Moda el evento más antiguo del poblado, que goza además de un alto reconocimiento popular, es la plataforma por excelencia para la visualización y la potenciación de este empeño creativo. La técnica del parche, como otra expresión artesanal, ha encontrado en el artista Ebenecer Ballart un cultor de admirable constancia quien, desde hace muchos años, transmite sus experiencias a niños de diferentes edades.

La música, estrechamente ligada a una rica tradición en el repentismo, es otro de los valores patrimoniales que atesoran los viñaleros. Los guateques son la mayor expresión de este hecho cultural. Se organizan de manera natural con gran convocatoria entre los pobladores. Participan en ellos poetas lugareños e invitados de otras regiones de Cuba, que regalan a la familia campesina la más gustada y emotiva de sus fiestas. El “don” de improvisar décimas al calor del punto cubano, lo mismo salido de las cuerdas de un laúd que de un tres o una guitarra criolla, se pone a prueba ante un público expectante y conocedor. Poetas y músicos de diferentes generaciones, animados por pies forzados, seguidillas y encendidas controversias, convierten una tarde cualquiera en el valle en un espacio de jolgorio y cubanía.

Controversia.
 

Valle que es un regalo de la naturaleza, con su poblado como muestra excepcional de la inserción humana en un marco físico de grandes valores y belleza, dignos merecedores de una postal, aunque detrás de ella se asoma también un escenario complejo, con retos y compromisos que no caben en una idílica instantánea. Las amenazas generadas por el paso del tiempo, los cambios generacionales, el clima y los desastres naturales, los imperativos económicos o los impactos del turismo, son factores que, si no se controlan inteligentemente, pueden atentar contra los valores que propiciaron el reconocimiento del sitio como patrimonio de la humanidad.

La Conservación de su Valor Excepcional Universal, en beneficio de la comunidad y, al mismo tiempo, para proporcionar una experiencia auténtica e innovadora a los visitantes, solo puede lograrse sobre la base del manejo cuidadoso de sus valores patrimoniales, de una conciencia arraigada sobre ellos, del tratamiento diferenciado, por parte de las autoridades del país, la provincia y el propio municipio, a un área con ingentes necesidades de infraestructura que claman ser resueltas con premura, todo ello con el acompañamiento y la participación cada vez más activa de la comunidad, por el futuro del sitio al que pertenecen.

 

Notas:
 
[1] Ángela Rojas: Entre Pinar y Esperanza en Viñales, un paisaje a proteger, Centro de Estudios Urbanos de la Facultad de Arquitectura del ISPJAE/ Proyecto Los Mogotes/ CRI-ITALIA. 2005, La Habana.
[2] Idem.