Vigencia de la Revolución cubana
24/12/2020
Hablar desde una nueva época de lo que fue y ha significado la época anterior, es algo más que un ejercicio, no solo de la memoria, sino, ante todo, de un compromiso del presente a fin de construir y avizorar el futuro; ya que la memoria es también una especie de tribunal que nos permite juzgar y sopesar el valor y sentido, la vigencia y presencia en el presente de los hechos más significativos y relevantes del pasado. Por eso, al echar un vistazo a lo que ha sido y significado para nuestros pueblos el siglo anterior, no podemos sino destacar lo que llamo la vigencia y la presencia de la mayor de las revoluciones que han realizado los pueblos de la periferia imperial en ese tiempo. Es allí donde destaca la Revolución cubana; si ha habido en el siglo XX un acontecimiento que marcará para siempre la historia de nuestros pueblos y, más aún, la historia de la humanidad, ese acontecimiento es la Revolución que realizó el pueblo de Martí y Maceo y que encabezó Fidel Castro.
Un acontecimiento no es solo un hecho, es decir, una acción realizada por seres humanos, en este caso no solo por individuos, sino, sobre todo, por un pueblo entero; un evento que marca la historia y señala los rumbos de su destino, es un evento cuyo valor se mide por su vigencia, porque no nos deja indiferentes como si fuera un hecho lejano en el espacio y el tiempo. Hoy el tiempo y el espacio se han reducido, gracias a los sorprendentes avances de la revolución científica y tecnológica en el campo de la comunicación; lo cual acrecienta la importancia y vigencia de determinados hechos que se convierten, por ello mismo, en una especie de patrimonio familiar para multitudes de gente en todos los rincones del planeta. Porque hay hechos de hechos; los que siguen vigentes son aquellos que forman parte de los valores más fundamentales que rigen nuestras vidas; son como el aire que respiramos, como el palpitar de nuestros corazones y la justificación de nuestras más caras convicciones; nos sentimos identificados con ellos por lo que representan de sentido en nuestras vidas individuales y en las de los pueblos donde quiera que radiquen geográficamente y cualquiera que sea su cultura, régimen político y modo de vida. La Revolución cubana se hizo con el fin específico de derrotar a la más sangrienta tiranía que surgió en ese heroico pueblo en cuyo seno se vio nacer a José Martí y a Fidel Castro; pero muy pronto trascendió esa dimensión, se declaró latinoamericanista y fiel a los ideales de sus próceres, en concreto, de Martí, quien vio en la independencia de Cuba del yugo colonial español el primer paso para lograr su segunda y plena independencia, aquella que rompiera las cadenas que la subyugaban al imperio yanqui.
El primero de enero de 1959 se inició esa gesta. Se dio en plena Guerra Fría; se dio a tan solo 90 millas de la metrópoli imperial; se dio en una isla situada en una de las zonas geopolíticas tradicionalmente más calientes del planeta; se dio en la Mayor de las Antillas, dominada por el capital norteamericano y por las mafias de ese país; se dio en las fronteras del mayor imperio de la historia, el último imperio de Occidente. La Revolución cubana derrotó a la dictadura del sargento Fulgencio Batista, impuesto por la embajada yanqui; la primera derrota de la doctrina Monroe, por la que se rigen hasta hoy las líneas estratégicas de la política imperial en todo el continente, especialmente en su entorno caribeño, al que considera su traspatio; en el caso de Cuba, la humillación era aún mayor porque se regía por la tristemente célebre Enmienda Platt, que hacía de Cuba una colonia.
La importancia de esa política se mide por el hecho de la ubicación geopolítica de Cuba. El Caribe es para Nuestra América lo que el mar Mediterráneo es para Europa, el Norte de África y el Medio Oriente; quien es dueño o controla esos mares es dueño de su entorno; quien es dueño del Mediterráneo es dueño de Europa entera; quien es dueño del Mar Caribe es dueño de todo el continente americano; porque el control de los mares es clave para medir el poderío de un imperio. En tierra firme se extrae la materia prima que suministra la parte material de la riqueza, que se mide por lo que Marx llamaba “su valor de uso”, es decir, que responde a las necesidades propias de un ser viviente; pero al ser metidas en una embarcación, esas materias primas se convierten en mercancías, es decir, son parte del comercio mundial porque su valor se rige por la ley del mercado, a saber, por la oferta y la demanda, esto es, por el valor de cambio; de ahí que, quien no controla las vías de comercio mundial no es dueño de la economía mundial. Actualmente, el 80% de la economía mundial navega en los dos océanos más importantes del mundo: el Atlántico y el Pacífico. El océano Atlántico, desde los viajes de Colón hasta la década de los 80 del siglo pasado, fue el océano más importante desde este punto de vista. Sin embargo, desde la década de los 80 es el océano Pacífico el más importante, debido primero al auge económico de Japón y de la Costa del Pacífico norteamericano; pero ahora es China, gracias al auge incontenible de su economía, que la ha convertido en la primera potencia comercial del mundo; eso explica por qué el Canal de Panamá es considerado la vía interoceánica más importante para el comercio mundial. Por otro lado, el mar Caribe, dada su situación geográfica, une a las dos grandes moles continentales que componen la geografía del Nuevo Mundo.
El mercado capitalista se rige por las bolsas de valores, la más importante de las cuales es la de Nueva York, el conocido Wall Street. Allí se negocia, en la llamada “economía de casino”, el 80% de las materias primas (commodities) del mundo, 31% de las cuales provienen de América Latina; de ahí que controlar el mar Caribe es de capital importancia para el capitalismo en su actual y última fase imperial, como lo calificaba Lenin, y cuya sede mayor está en los Estados Unidos. Todo ello explica por qué en un país con costas en el mar Caribe, como es Honduras, históricamente considerado como “la banana republic” por excelencia, está ubicada la base militar más grande del imperio fuera del territorio norteamericano, como es Palmerola; en realidad, se trata de dos bases, una dirigida contra Cuba y la otra cuyo objetivo es proteger el Canal de Panamá.
Ha sido en el mar Caribe donde se ha iniciado en la historia la inserción de los pueblos de Nuestra América en el mundo occidental. Colón no salió de sus aguas, ni siquiera sospechó que estaba frente a un continente, siempre creyó que estaba en islas, vivió enamorado de la belleza del paisaje que contemplaban sus extasiados ojos, hasta el punto de que, en su segundo viaje, uno de los frailes que lo acompañaba, las consideró como el Edén del que hablan las primeras páginas de la Biblia. Fue en tierras caribeñas, concretamente en Haití (1805), donde se inició la lucha emancipadora de nuestros pueblos. En 1815 Bolívar partió de Jamaica en campaña por la guerra de independencia en tierra firme; allí escribió su célebre carta, verdadera filosofía de la historia de nuestros pueblos. La primera gran revolución del siglo XX, la de Villa y Zapata, tuvo lugar en un país con amplias costas en el Caribe; pero será en la segunda mitad del siglo XX donde se dará la más importante revolución de los pueblos de Nuestra América en ese siglo, la revolución de Fidel y el Che. El eco de la Revolución cubana se ha extendido al planeta entero, como lo reconoció Nelson Mandela cuando le dijo a Fidel que él —Fidel— era “el Bolívar del África Subsahariana”; la derrota de Sudáfrica racista significó para esos pueblos lo que la derrota del imperio en Playa Girón ha sido para los pueblos de Nuestra América. Desde entonces, ningún cambio transformador, en diversos niveles, circunstancias y lugares geográficos, se ha dado donde no esté la impronta de la Revolución cubana, donde el ímpetu libertario de nuestros pueblos no haya sido impulsado por el ejemplo de la Cuba revolucionaria. El grito de rebeldía lanzado por un puñado de héroes en la Sierra Maestra resonó como un canto y un himno a la liberación y soberanía entonado en muchos rincones de nuestra geografía; más aún, el mensaje de los líderes de la Revolución cubana ha sido escuchado por doquier y ha servido de inspiración a hombres y mujeres del mundo entero.
La Revolución cubana ha sido también y, en no menor medida, ejemplo de solidaridad humanitaria y humanista. Sin medir distancias geográficas, ideológicas o culturales de ninguna especie, Cuba no ha trasegado drogas, ni provocado invasiones militares; sino enviado legiones de médicos y maestros, científicos y artistas, pese al mayor y más cruel bloqueo, verdadero estado de sitio, a que el imperio ha sometido, violando todo el orden legal, a este heroico pueblo, a pesar del estrangulamiento de su economía. Pero esto no ha impedido tener el mejor sistema de salud y de educación para todo el pueblo, unido a un admirable desarrollo científico, lo cual, insisto, nunca ha impedido desarrollar una política de solidaridad con todos los pueblos que lo solicitan, sin intervenir en la política interna ni buscar prebendas comerciales. Esa política materializa los ideales de una revolución que, desde sus orígenes, se ha inspirado en los más puros y auténticos ideales humanistas y humanitarios, ejemplo en nuestro tiempo; de ahí el odio del imperio y sus plumíferos, porque Cuba enseña, predica con su ejemplo, con su heroico desafío al imperio, demostrando que los designios imperiales no son un destino manifiesto sino la expresión de una voraz voluntad imperial que los pueblos están derrotando con sus luchas patrióticas y justicieras.
La Revolución cubana tiene hoy más vigencia que nunca; su mensaje de liberación, grito de rebeldía frente a la opresión imperial y frente a la explotación del capitalismo salvaje, es escuchado donde quiera que haya un hombre o una mujer cuyo corazón palpite en busca de una mayor y más plena dignidad humana. Cuba, hoy como en 1959, sigue siendo un faro que ilumina con rayos de esperanza y dignidad a todos los pueblos, incluso a los que viven al interior de regímenes imperiales y viven en carne propia su crisis terminal. Por eso la Revolución cubana está ahora más viva que nunca.
Arnoldo Mora Rodríguez, Costa Rica
Doctor en Filosofía y escritor con una amplia y fértil trayectoria intelectual, en el ámbito universitario, político y cultural. Cuenta con una extensa carrera docente, de más de cuatro décadas. Ha desempeñado importantes cargos, como Decano de la Facultad de Letras, en la Universidad de Costa Rica, y como Ministro de Cultura, durante el cuatrienio 1990-1994. Se le otorgó, por su obra filosófica, el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en la rama de ensayo. Miembro de número a la Academia Costarricense de la Lengua. Miembro fundador de la Red en Defensa de la Humanidad.