Viaje esperpéntico a la memoria

Ernesto Cuní
25/10/2019

Recrear y graficar los procesos de la memoria ha sido una cláusula permanente en el arte contemporáneo. Varios artistas, sobre todo visuales, asumen desde el complejo mundo laberíntico de los recuerdos, discursos atrevidos.

Obra Tur (paisaje #1), en el 18 Festival Internacional de Teatro de La Habana 2019. Foto del autor
 

La memoria como proceso síquico es fragmentada, procesual. Trabaja con remanentes fractales. En ella hay zonas donde queda el recuerdo, tanto el vinculado a los momentos agradables como a los aborrecibles.

De estos últimos dialoga, en manera particularísima y novedosa, el espectáculo Tur (paisaje #1). Y digo espectáculo porque esta obra difumina las fronteras y combina varios pareceres: performance, happening, video-proyección, teatro documento, entre otros. Deviene impresionante y válido laboratorio sobre la siquis humana.

Escrito por Saeed Pezeshki y propuesto por la agrupación teatral Circuito Liquen —México, Colombia y Portugal— para el programa del 18 Festival Internacional de Teatro de La Habana 2019, fue presentado en El ciervo encantado. Otro lugar no le hubiese ajustado mejor a esta atrevidísima puesta escenográfica.

Muestra el problema de la emigración y el desarraigo que conlleva la separación. En convincente ensayo perfomático de mero corte conceptual, indaga en las secuelas padecidas por el individuo expuesto a este viejo fenómeno social. Y lo hace de manera esquizoide, sin importarle los caminos tradicionales. Prefiere los intersticios.

El empezar resulta desconcertante. Esos primeros instantes son ambiguos, inconexos —algunos asistentes se retiraron de la sala—, hasta que poco a poco se van estableciendo los códigos que identifican o canalizan la comprensión de lo que acontece. Un hombre, en el centro del escenario, permanece acostado boca abajo. Sus manos soportan fijamente unos anteojos por los que mira directamente al piso, a la nada. Al fondo, una gran pantalla proyecta la traducción de una conversación. En derredor están dispuestos objetos diversos: una bandeja con hielo, un banco, toallas, un caballo de juguete atado con una cadena a un bolígrafo, etc.

El ambiente resulta enrarecido, convulso. El hombre se despoja de su ropa y se queda en paños menores. Se calza unas zapatillas atléticas y comienza a correr en círculos en torno al escenario.

Comienza un viaje esperpéntico en el que el protagonista se sumerge en una rara y apoteósica energía in crescendo a medida que trascurre la puesta. Va involucrando al espectador en lo que parece ser una obsesión, develada más tarde como acto de fuga extravagante en la que este hombre libera una abundante adrenalina.

Su actuación es meramente extraverbal, corporal. Utiliza movimientos físicos de todo tipo —deportivos, pantomima, equilibrio, malabares, artísticos—, danza en ocasiones. Esa carrera en ambos sentidos y que va elevando en intensidad da la idea de circularidad, de ciclo, de principio y fin, de letanía.

Muchas de las acciones que realiza en los intermedios no las comprendemos, ni lo sabremos nunca, pero nos deja una cardinal emoción de amplio espectro. No logramos saber por qué permaneció parado de manos, por qué y qué se inyectó en uno de sus muslos, entre otros tantos actos. Pero ese es el reto que nos ofrece esta obra de amplia polisemia. 

Después sabremos que él es hijo de inmigrantes —madre mexicana, padre iraní—, nacido en Suecia y que su progenitor lo abandonó de pequeño. Ese proceso harto difícil de la separación quedó grabado en su memoria y lo recrea en el escenario.

Esto lo van narrando los videos proyectados. Aparecen coloquios líricos en off, entrevistas, planos generales de exteriores e interiores, planos medios de varias personas, un largo plano secuencia de una anciana en labores culinarias, entre otros. Todo forma parte del argumento que sustenta la narrativa de la puesta.

La ausencia de su tierra natal —él también tomó el camino de la emigración—, la soledad del individuo, la introspección como parcela discursiva y refugio, la necesidad de afecto…, son vectores que, de manera oblicua en una primera instancia y después perpendicularmente, dibujan esta sui generis obra.