Entre las propuestas literarias que la Casa Editora Abril sometió a nuestra consideración en esta 30 Feria Internacional del Libro de La Habana está Una resortera para las palabras, libro del narrador y poeta mexicano Ramón Iván Suárez Caamal.
Manual de técnicas escriturales, ensayo sobre estética lírica, volumen de consulta, compendio de ejercicios idóneos para escritores de todas las edades interesados en escribir poesía para niños… Una resortera… es una rara avis dentro del panorama literario cubano actual. A excepción del breve volumen Querer escribir, poder escribir, del argentino Javier Chiabrando, y el compendio de técnicas narrativas publicado por Abril para los matriculados del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, pocos libros editados en nuestro país ofrecen consejos útiles para escritores, bien sean incipientes o consagrados. Menos, con la soltura, el talento, la pasión y la inteligencia con que lo hace Ramón Iván, cuya experiencia como autor e investigador le permite seleccionar los ejemplos idóneos para iluminar al lector y cotejar una actualizada bibliografía en la que destacan títulos rubricados por significativos poetas, ensayistas y teóricos de reconocimiento internacional.
Métrica y versificación rimada o libre; coplas, pregones, canciones de cuna, prosa poética, cuentos en verso, caligramas; retahílas, adivinanzas, trabalenguas, jerigonzas, palíndromos, calambures, greguerías, nonsenses, limericks; trueques, confusiones, préstamos, metáforas… En este volumen, Suárez Caamal nos refresca y/o enseña múltiples formas de composición poética, tropos y recursos lingüísticos susceptibles de ser trabajados desde la subjetividad infantil. Si tuviera que definirlo con (perdonando la redundancia) una palabra, sería generosidad. En primer lugar, porque es un libro que condensa y transmite con notables sencillez y eficacia la amplia experiencia acumulada por su autor en el trabajo como tallerista literario. En segundo, porque, al subvertir patrones, torcer la realidad, construir otras realidades, cuestionar, indagar, observar el mundo con ojos nuevos (ojos de niño), libera a la mente creativa de las rígidas leyes de la razón, la despoja de la coraza sedimentada por la monótona y predecible vida cotidiana. Y, en tercero, porque ofrece una visión de lo poético amplia, heterogénea, inclusiva, diversa, que trasciende la específica composición de versos para abarcar la literatura toda en sus múltiples manifestaciones, pues las herramientas que propone pueden ser igualmente utilizadas por poetas, narradores e incluso ensayistas centrados en el disfrute de los lectores y la búsqueda y apreciación de la belleza.
“En primer lugar, porque es un libro que condensa y transmite con notables sencillez y eficacia la amplia experiencia acumulada por su autor en el trabajo como tallerista literario”
Así, Ramón Iván subvierte el pernicioso uso de la resortera o tirapiedras, usualmente empleada para cazar o practicar tiro al blanco sobre animalitos y plantas, al transformarla en una herramienta para cultivar y apreciar la buena literatura por y para niños, adolescentes y jóvenes. En lo personal, como Historiador del arte que soy (y monstruólogo en los ratos libres) me identifiqué profundamente con la fantástica fauna cuyas pezuñas, cuernos, garras, colas y hocicos asoman en las lecciones 3 y 4. Por otro lado, ha sido inevitable comparar parte de los recursos creativos que nos propone el autor con las múltiples técnicas empleadas por los artistas y poetas surrealistas y dadaístas para liberar el inconsciente y subvertir el orden establecido por la tradición. También, en cuanto autor de narrativa para jóvenes, me identifico con las consideraciones expuestas en la lección 25 sobre el tratamiento de temas complicados, sombríos, perturbadores dentro de la literatura infantojuvenil, asunto muy debatido actualmente entre los escritores que trabajamos para los más chicos, así como con la importancia conferida a la estructura interna de los libros infantiles y juveniles, tema abordado en la última lección.
Para los antiguos egipcios, los escribas eran sacerdotes de las palabras. Tenían la sagrada misión de custodiarlas, ordenarlas con precisión y eficacia y almacenarlas debidamente en aras del bien común. Según nos aclara el teólogo francés Jacques Bénigne, los hijos de Ra llamaban “Los tesoros de los remedios del alma” a las bibliotecas. También les denominaban Per Anj o Casas de la Vida. Ambos epítetos nos ofrecen una idea bastante clara de la importancia que concedían a la palabra escrita y resguardada. Hoy, con Una resortera para las palabras, Ramón Iván, celoso guardián de la escritura, fiel seguidor del ibicéfalo Tot, nos ofrece la posibilidad de enhebrarlas con sabiduría desde el juego, el divertimento, el humor y la imaginación, para lanzarlas directo al pecho y al cerebro, y así curar las enfermedades del espíritu y del corazón.