La falta de público para las actividades literarias no es novedad. Pero de manera particular se hace evidente durante el desarrollo de las ferias del libro en nuestro país. Desde hace bastante tiempo conocemos que las ferias son, sobre todo, eventos comerciales, y está muy bien que tantas personas se interesen por comprar libros, sobre todo en estos tiempos en que lo digital parece desmontar del todo la industria del libro de papel.
Coincido con Juan Nicolás Padrón, a quien alguna vez le oí decir que, además de la feria, se debían organizar festivales del libro, con un criterio donde lo prevaleciente sea el encuentro autor-lectores, mientras lo comercial constituya solo apoyo de esto; pero no ignoro que tal lógica en los momentos actuales resulta impensable. Resultaría razonable, no lo dudo, ir madurando la idea, con cuidado, desde el universo de lo perspectivo.
Los diversos reportes de los medios globales, que informaron sobre las jornadas de la feria habanera, cebaron sus diatribas en los altos precios, pero callaron, de forma sesgada, que los inalcanzables son los de las editoriales extranjeras, pues mientras los producidos aquí guardan una relación relativamente coherente con los salarios, los de aquellas resultan del todo inalcanzables. Lo anterior demuestra, con creces, el valor que le da el Estado cubano a la existencia del libro de papel pues, solo con una subvención derivada de una política cultural consciente del valor de esa cultura, un Estado puede sustentar semejante oferta. Se hace evidente que no se opera con la lógica de la plusvalía, sino con la de satisfacer las necesidades socioculturales de la población.
No obstante lo que antes expresé, la orfandad de público en las áreas externas a la fortaleza de La Cabaña se hizo sentir. No es un problema nuevo, pues cuando la feria se desarrollaba completamente en las áreas de esa instalación, el público también era un enigma, salvo para algunas actividades de alto perfil promocional o de figuras representativas de los altos circuitos comerciales. Las salas vacías, o con menos de diez personas en el público, por lo general vinculadas con los creadores, fueron fenómenos muy frecuentes en esos espacios. Tal comportamiento, según mi criterio, obedece a diversas razones que trataré de enumerar somera y mínimamente.
“La orfandad de público en las áreas externas a la fortaleza de La Cabaña se hizo sentir”.
Ya comenté el carácter de la mayoría de esa oleada de público que rebasa las decenas de miles y acude tras la adquisición de novedades. A ello añadiría la pregunta de si determinado gigantismo del evento con cientos de presentaciones diarias impide asistir a todas las que nos gustaría presenciar, o estar en ellas aunque sea por solidaridad con el autor o los editores. La dispersión de la presente edición hacia sitios de La Habana Vieja, la Rampa y otros lugares contribuyó a esa escasez de asistentes. Sé de presentaciones planificadas para la Universidad de San Gerónimo que debieron suspenderse por la falta total de público. El transporte urbano en La Habana aún no permite moverse de una sede a la otra con un mínimo de garantía.
De lo anterior derivo la propuesta de que, lejos de dispersar, en el futuro se debía agrupar, y además reducir las presentaciones y evitar las coincidencias en hora y fecha. Difícil propósito, incluso para quienes, en provincias, organizamos las sagas del evento en espacios más reducidos y con programas menos copiosos, aunque de este segundo aspecto tampoco escapamos algunas de nuestras ferias no habaneras.
Está bien que la Feria del Libro se siga concibiendo como un evento masivo, pero creo que va siendo hora de que se racionalice un tanto la proliferación excesiva de actividades en las ciudades donde esto ocurra. Y lo afirmo pese a que sé que responde a una política inclusiva, a tono con la democratización de la literatura que venimos sustentando desde hace más de 20 años. La Feria no es, ni debe ser, el único gran espacio de promoción del libro y la literatura en un año.
Pienso que, en lo tocante a los programas artístico-literarios, las ferias provinciales debían racionalizar su alto número de programas y desplazar esas acciones, tomando en cuenta todos los meses y municipios y poblados, donde probablemente existirá un público virgen ansioso por adquirir libros e intercambiar con los autores. Sé que la concreción de lo que digo es mucho más complicada de lo que la enuncio, pero la utilización de las organizaciones e instituciones de esas localidades debería reportar utilidades hasta ahora no descubiertas. La realización de los festivales del libro en la montaña constituye un ejemplo de que la conquista de públicos —competencias electrónicas aparte— no es una utopía.
La promoción, con el aprovechamiento pleno de las redes sociales, lamentablemente, también constituye un espacio no conquistado (conquistable), o insuficientemente aprovechado. Pero ese, lo sabemos, es un camino en el cual se avanza en diversos sentidos. La existencia de un buen número de booktubers y promotores de perfiles más específicos en Telegram, Instragram, Twiter, con mensajes a tono con nuestra política cultural, constituye una verdadera urgencia para la tarea de ganar lectores.
Las atípicas condiciones sanitarias y de otro tipo de este año, hicieron lógico ampliar la cantidad de sedes para evitar las aglomeraciones, pero al parecer no resultó efectivo, pues la mayoría de los interesados continuó asistiendo a La Cabaña y el público a las actividades se hizo más esquivo.
Lo más importante, creo, es que se hizo la Feria en medio de la difícil situación económica en que vivimos. Ello habla mucho a favor de cuánta vigencia le confieren aún los dirigentes cubanos a aquella máxima fidelista de que no se le pide del pueblo que crea, sino que lea. En esas estamos.