Cuando la mañana del 17 de diciembre de 2014 Irma Sehwerert vio descender de una aeronave de Cubana de Aviación a Gerardo, a Tony y a Ramón, “experimenté la dicha más grande de toda mi vida. Con la llegada de ellos tres se completaba mi felicidad. Por fin mis cinco hijos, mis cinco muchachos estaban en su Patria. El pueblo cubano había ganado otra gran batalla”.

En medio de emociones sucesivas y lágrimas contenidas sostuvimos, en exclusiva, este encuentro con la madre de René González, Héroe de la República de Cuba.

¿Cuál fue su reacción cuando conoció la noticia de que su hijo había abandonado ilegalmente el país en una avioneta usurpada al Estado cubano?

Días antes de recibir esa increíble y no menos terrible noticia había notado a René un poco extraño. Cuando llegaba a la casa hablaba en voz alta. Decía palabras ofensivas contra la Revolución como para que los vecinos lo escucharan. Su comportamiento comenzó a preocuparme. Siempre eduqué a mis hijos en consonancia con los principios y las enseñanzas de Fidel y la Revolución.

“Siempre eduqué a mis hijos en consonancia con los principios y las enseñanzas de Fidel y la Revolución”. Foto: Blog Cuba Cinco

Algunas semanas más tarde me visitaron mi hijo Roberto y su esposa. Por la actitud de ellos pensé inicialmente que René había sufrido un accidente con el avión. Con palabras de aliento, como preparándome para lo peor, Roberto me dio la noticia. Enfurecido, golpeaba las paredes del baño, el lugar que escogió para darme la noticia y calificar reiteradamente a su hermano de traidor. Por más que lo intentaba, no lograba controlar su ira. Abrazándolo le repetía, con la intención de creérmelo yo también, que René no era un traidor. Una fuerza poderosa dentro de mí me hacía pensar que René no podía haber traicionado a su familia, a su país y mucho menos a ese Fidel que siempre había admirado.

Fue un momento verdaderamente difícil, muy duro. Un hecho que nos resultaba inconcebible y doloroso. Precisamente ese día yo tenía una reunión con mis compañeros del núcleo del Partido. Todavía me pregunto de dónde saqué fuerzas no solo para llegar a mi centro de trabajo, sino además para permanecer ecuánime durante toda la jornada laboral.

“Una fuerza poderosa dentro de mí me hacía pensar que René no podía haber traicionado a su familia, a su país y mucho menos a ese Fidel que siempre había admirado”.

A partir de ese momento vinieron días muy tristes para toda la familia, para sus amigos y compañeros. Pero una tarde, al salir del trabajo, un hombre me pidió amablemente que subiera a su auto. Ya dentro de él me entregó una carta. Era la despedida de René. Antes de leerla tuve que comprometerme a no revelar jamás el contenido de aquella carta. Recuerdo que lloré mucho y que a partir de aquel día no supe qué era peor: si dar por traidor a mi hijo o cargar con aquel secreto, que ni en las peores circunstancias podía dar a conocer ni compartir absolutamente con nadie.

En una casa del reparto Miramar me dieron las claves para que pudiera comunicarme con René. Tenía que escribirle de manera muy sencilla. Simplemente como una madre que con total normalidad le escribía a su hijo. Y ante la vista de todos, vecinos, familias, yo aseveraba de manera que resultara bien convincente que René nos había traicionado.

Usted estuvo presente en la vista oral contra Los Cinco. ¿Qué opinión le mereció este proceso efectuado en Miami y repudiado por varios pueblos del mundo, principalmente el nuestro?

De ese proceso, donde se enseñorearon la arbitrariedad y la injusticia, guardo en mi memoria dos momentos que para mí fueron realmente impresionantes.

Uno fue la actitud del abogado de la defensa. Una persona con un dominio sólido, fabuloso, de su profesión. Aunque nunca pude saberlo, estoy convencida de que sus palabras, tremendamente certeras, calaron hondo entre los magistrados que integraban el Tribunal.

El otro momento fue la serenidad que durante toda la vista mantuvieron los muchachos. Todo el tiempo se les veía relajados, tranquilos, mostrando una ecuanimidad asombrosa, sin el menor indicio de flaqueza o arrepentimiento. Esa misma actitud la vi posteriormente en René en todas las ocasiones que lo visité en la cárcel. Nunca le escuché una queja, como tampoco la más mínima crítica. No demostraba que estaba afectado. En ningún encuentro hablamos de política. Nuestras conversaciones giraban en torno a la familia, a su constante preocupación por mí, por mi estado de salud.

El aplomo de esos muchachos era tan sorprendente que Gerardo, por ejemplo, dedicó buena parte del tiempo a pintar caricaturas de algunos de los presentes en aquella sala.

“René recibió la sanción más leve. El Tribunal lo condenó a trece años de privación de libertad (…) Por el contrario, con Gerardo se ensañaron. Sobre él recayó toda la soberbia, todo el odio y la maldad contenida durante años por el imperio más poderoso del mundo contra una pequeña Isla”.

René recibió la sanción más leve. El Tribunal lo condenó a trece años de privación de libertad. Tiempo después fue liberado a cambio de que renunciara a su condición de ciudadano norteamericano.

Por el contrario, con Gerardo se ensañaron. Sobre él recayó toda la soberbia, todo el odio y la maldad contenida durante años por el imperio más poderoso del mundo contra una pequeña Isla. Al menos así lo percibí.

La sentencia de René, como la de Ramón, de Tony y de Fernando, me afectó, por supuesto. Pero la que sí me impactó, me causó un golpe demoledor fue la de Gerardo. Me preguntaba cuántas veces tendría que nacer y morir aquel joven para satisfacer los desmanes, la crueldad de aquel grupo de personas.

Durante años cargué con el dolor de la sentencia de Gerardo, sobre todo cuando visitaba a su madre, ya con un estado de salud que empeoraba por días. Tanto me afectó esa decisión injusta de principio a fin, que hoy confieso que recibí a mi hijo, el primero en regresar, con una alegría totalmente incompleta. En mi interior, aun cuando lo tenía de vuelta, me consumía la tristeza por sus compañeros, particularmente por Gerardo.

Las familias de Los Cinco nunca se sintieron solas, pues amigos de todo el mundo se solidarizaron con su causa. Foto: Bill Hackwell.

¿En algún momento se sintió sola?

Nunca, ni por un instante. Las campañas, dentro y fuera de Cuba, por la liberación y el regreso de Los Cinco, eran constantes, casi a diario. Amigos de todo el mundo se solidarizaron con nuestra causa. A menudo recibíamos mensajes, llamadas telefónicas, visitas. Nos invitaban frecuentemente para participar en reuniones, encuentros, eventos celebrados en cualquier provincia del país o en el extranjero.

Fue tan grande ese respaldo, recibimos tantas demostraciones de amor, de cariño y hasta de consuelo, que en no pocas oportunidades llegamos a perder, incluso, nuestros nombres y apellidos para ser identificadas como la madre o el padre, la esposa, el hijo o la hija de Los Cinco.

Las campañas por la liberación de Los Cinco solo son comparables con aquellas que libramos por el regreso del niño Elián González, víctima también, años anteriores, de la política hostil de Estados Unidos contra Cuba.

En el transcurso de esos años de incesante batallar creo que no hubo un solo cubano o amigo de cualquier región del planeta, que no se solidarizara con nosotros. Eso nos unía, nos fortalecía como familia y de hecho lo éramos y todavía lo somos.

“Las campañas por la liberación de Los Cinco solo son comparables con aquellas que libramos por el regreso del niño Elián González, víctima también (…) de la política hostil de Estados Unidos contra Cuba”.

Lógicamente, la mayor atención se la brindábamos a la esposa de Gerardo, Adriana. Por ella sentía siempre una pena infinita. Primero por la condena impuesta a Gerardo y segundo porque los dos eran muy jóvenes. Se amaban intensamente; sin embargo, les impedían disfrutar de ese amor y formar su propia familia.

Cuando nos despedíamos después de haber asistido a alguna actividad y Adriana entraba a su apartamento, la veía tan sola y triste, a pesar de que ella jamás lo demostraba. Hubo momentos que era la misma Adriana quien nos daba ánimo, quien nos exigía sacar fuerzas para poder llegar al final. Y felizmente llegamos. Lamentablemente muchos no pudieron llegar a ver este final. Entre ellos la madre de Gerardo y mi hijo Roberto. Pero nada… permanecen siempre en nuestros corazones y en nuestras mentes.

En la batalla del pueblo cubano por la liberación de Los Cinco, brilló, igual que en otras muchas, la presencia de Fidel. ¿Qué vivencias de nuestro siempre invicto Comandante atesora en su memoria Irma Sehwerert?

Los recuerdos más hermosos, más sublimes que se puedan atesorar de un ser humano tan excepcional y extraordinario como él. Un hombre dotado de una sensibilidad especial. Podría recurrir a cientos de calificativos y, sin embargo, ninguno estaría a la altura de su grandeza, de su inmensidad.

Fidel siempre se mostró optimista sobre el desenlace de la batalla por liberar a Los Cinco y se reunió con ellos tras su regreso a Cuba. Foto: Estudios Revolución.

Recuerdo, por ejemplo, que generalmente cuando concluía una actividad, venía alguien y nos decía: Fidel quiere verlos. Llegaba y nos daba un beso o un abrazo y conversaba con nosotros durante diez o quince minutos. Pero ese tiempo que él nos dedicaba, por muy breve que fuera, representaba para nosotros años de esperanza por todo el ánimo que nos transmitía.

En todas las ocasiones que se reunió con las familias de Los Cinco, y fueron unas cuantas, mostraba un optimismo envidiable, al extremo de que yo particularmente lo recuerdo a veces como un niño grande, como un niño travieso que aun en las peores circunstancias nos hacía reír. Había en cada una de sus palabras tanta seguridad, tanta confianza, que era capaz de hacernos pensar y sentir como él.

Nunca olvido sus palabras poco antes de abordar el avión para asistir a la vista oral. Allí en el aeropuerto nos dijo que mientras más duras y severas fueran las sentencias, mejor. Nos quedamos totalmente perplejos. Transcurridas unas horas nos dimos cuenta de que efectivamente, como siempre, tenía razón. Interpretamos sus comentarios de la forma más sencilla: en correspondencia con la severidad de las condenas se agigantaba la injusticia y con ella el repudio mundial.

Gracias al apoyo de Fidel, el pueblo cubano y la solidaridad internacional, Los Cinco regresaron a la Patria. Foto: Prensa Latina.

De Fidel recibimos siempre un apoyo espiritual incalculable. Puedo asegurar que si no hubiera sido por ese apoyo suyo, del pueblo cubano y de la solidaridad internacional, no hubiéramos podido llegar hasta aquí.

Indiscutiblemente, nuestra deuda es inmensa y en aras de retribuirla en alguna medida desde hace años nos propusimos que mientras tengamos vida, continuaremos fomentando sueños y brindando esperanzas a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, porque son ellos los llamados a dar continuidad a este hermoso proceso nombrado Revolución, que tenemos que proteger y defender por muchas que sean las adversidades y muy poderoso nuestro enemigo.

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