He estado en diversas presentaciones de la Feria Internacional del Libro de La Habana y recorrido stands de ventas; también he visto algunas programaciones con las síntesis de libros puestos a disposición de los lectores-compradores, los he buscado y hojeado, he husmeado por aquí y por allá y puedo asegurar que entre las mejores ofertas de este año está el volumen Arte y Libros. Dos universos y una isla, de la crítica de arte y editora Carina Pino Santos Navarro, publicado por el sello Letras Cubanas, en 2023.
Presentado por el que esto escribe, en la sala José A Portuondo, de La Cabaña, repleta de público, el libro es una verdadera joya bibliográfica. Explicaré las razones de esa ponderación.
En primer lugar, se trata de un esfuerzo exhaustivo, totalizador, en cuanto al tema de los libros sobre arte y los libros vistos desde la perspectiva de objetos con valores estéticos, es decir, como producto de la imaginación de los artistas visuales. Son las dos partes en que está dividido el volumen. El libro de arte es apreciado desde la teoría existente, desde la historia y también desde la mirada editorial. El libro arte es analizado como lo que es, una obra artística.
La autora tardó poco más de un decenio en armar el volumen, no solo por la demora necesaria para concluir una investigación como esta, sino por la pandemia de la COVID-19, cuando ya estaba listo para su publicación. No obstante, Carina afirma que la idea y motivación para escribirlo vienen de su etapa formativa universitaria. Lo cierto es que podemos creerle que se trató de “un implacable ejercicio de tenacidad y esfuerzo”, debido no solo a los avatares de la investigación, sino a las montañas de problemas y obstáculos vencidos en el camino.
“La autora llama la atención sobre el hecho cierto de que las nuevas tecnologías abren una nueva y alentadora etapa para este tipo de libros y que el interés hacia ellos crece continuamente”.
Reconocer las deudas de gratitud con las personas que le enseñaron, que no son pocas, pero que la autora menciona generosamente, igual con los artistas que le concedieron entrevistas, es un rasgo del volumen que se agradece. En el primer caso, aparecen mencionados Radamés Giro, Ana Cairo, Adelaida de Juan, Jorge Rodríguez Bermúdez, entre otros. En lo relativo a los creadores, el listado es bien largo, por lo que solo mencionaré a algunos: Roberto Fabelo, René Francisco Rodríguez, Eduardo Ponjuán, José Manuel Fors y José Luis Fariñas. De manera sobresaliente, Carina resalta al equipo editorial de Ediciones Vigía, de Matanzas, por su activa colaboración al proceso investigativo.
Las raíces de los libros de arte las encuentra la autora en la segunda mitad del siglo XVII europeo, cuando los textos comenzaron a ser acompañados de grabados, es decir, el inicio del libro ilustrado. Sin embargo, ella se remonta a los verdaderos orígenes, que están situados mucho más remotamente, al equipararse imágenes y textos en la cultura humana, y cita al Egipto antiguo, tres mil años antes de Cristo.
Igualmente, me permito añadir, la antigüedad grecorromana exploró tempranamente las afinidades entre poesía y pintura. Aristóteles las exhibió en su Poética y Horacio las utilizó más adelante: Ut Pictura Poesis. Los antiguos collages están en la génesis de los primeros poemas-objetos de Occidente, que dieron lugar, siglos después, a las empresas y emblemas del arte manierista y barroco. Todos estos saberes enriquecieron a los libros sobre arte.
En su barrido por los orígenes del tema, Carina menciona también a los códices de los pueblos prehispánicos de Mesoamérica (300 al 900 de nuestra era), es decir, nada queda fuera de su mirada curiosa y de naturaleza científica. Estoy hablando de un libro de una utilidad historiográfica digna de atención. Sin dudas, esta primera parte de la génesis del tema es de un valor extraordinario y que se cierra con una valoración sustancial de un gran especialista, Nelson García Canclini, citado por Carina, cuando este afirma:
Las ciencias sociales han hecho visible que lo que sucede con las imágenes trasciende las intenciones de los creadores y tiene que ver con instituciones como los museos y las revistas (léase también los libros de arte), con redes de interacción social complejas como los mercados, ferias y bienales, y últimamente con circuitos de poder económico nacional y transnacional.
La autora llama la atención sobre el hecho cierto de que las nuevas tecnologías abren una nueva y alentadora etapa para este tipo de libros y que el interés hacia ellos crece continuamente. Un segmento del texto se concentra en la aproximación teórico-editorial a este fenómeno, a partir de la consideración de los libros como bienes culturales que existen como capital intelectual en estado objetivado, siguiendo los análisis y conceptos del sociólogo Pierre Bourdieu.
Aunque el libro sobre arte en Cuba nunca tuvo un despegue considerable, debido a lo costosos que son y sus complejidades editoriales implícitas, Carina repasa su itinerario y se apoya en los criterios de Ambrosio Fornet para indagar en su desarrollo. Es en este capítulo del libro en que se refiere a las aportaciones de los libros de fotografía gestados sobre las obras de nuestros más talentosos artistas del lente y son reconocidas algunas editoriales como Collage Ediciones, Artecubano Ediciones, Ediciones Boloña y Ediciones ICAIC, entre otras.
La otra mitad del libro se concentra en los libros como producto artístico y a los artistas visuales cubanos que los han creado, es decir, lo que la autora denomina como libro arte. De igual forma que en la anterior parte del volumen, Carina se basa en importantes autores internacionales que han investigado sobre los mismos.
“Aunque el libro sobre arte en Cuba nunca tuvo un despegue considerable, debido a lo costosos que son y sus complejidades editoriales implícitas, Carina repasa su itinerario y se apoya en los criterios de Ambrosio Fornet para indagar en su desarrollo”.
Aparecen entre nuestros creadores que han trabajado a los libros como pivotes de sus obras respectivas a los ya mencionados Eduardo Ponjuan, Roberto Fabelo, René Francisco Rodríguez, José Manuel Fors y José Luis Fariñas. A los que se unen, en abarcador barrido, los nombres de Sandra Ramos, Ángel Ramírez, Jacqueline Maggi, Carlos Garaicoa, Janet Brossard, Norberto Marrero, Yornel Martínez, Glenda León, Yasiel Álvarez y Evelyn Aguilar, entre otros, y de manera sobresaliente, a los artesanos que facturaron los hermosos libros de Ediciones Vigía de Matanzas (y su Revista), en los que el enorme talento como ilustrador y artista visual de Rolando Estévez fue fundamental.
Precisamente, los ilustradores reciben una atención especializada y surgen los nombres como Víctor Patricio Landaluze, Conrado Massaguer, Eduardo Muñoz Bachs, Juan Moreira, Roberto Fabelo, Enrique Martínez, José Luis Posada, Vicente Rodríguez Bonachea, Arístides Hernández (Ares) y María Elena Cicard.
Mención aparte, están las aproximaciones a Wifredo Lam, José Luis Fariñas y Santiago Armada con su clásico Salomón. Como en la primera mitad del texto, en esta segunda la autora hace un riguroso recorrido por la historia tanto del libro de arte como de los ilustradores de libros, el que se agradece como complemento del vasto paneo realizado antes sobre los libros sobre arte.
“Uno de los valores principales de Arte y Libros. Dos universos y una isla, reside en los juicios sintetizadores y valorativos que hace la autora apoyados en los principales estudiosos del tema”.
Los libros de historietas (cómics o tebeos) no quedan fuera de la investigación y Carina les concede su propio lugar. En este extenso panorama no queda ningún nombre importante sin ser mencionado y en la presente reseña solo me he permitido citar a los más reconocidos por un elemental problema de espacio.
De igual forma, la autora da cabida a los críticos e historiadores de arte que se han ocupado del tema, y de nuevo la criba realizada se concentra en los más reconocidos. Debo afirmar que uno de los valores principales de Arte y Libros. Dos universos y una isla, reside en los juicios sintetizadores y valorativos que hace la autora apoyados en los principales estudiosos del tema.
En el Epílogo, Carina nos dice que el proceso de gestación del libro fue arduo, pero gozoso y que todavía hay materia por investigar, a la vez que enuncia un posible resultado futuro que ella concibió al término de su trabajo investigativo, la necesidad de crear algún día un Centro Libro de Arte en el país, utopía a la que deseamos la mejor de las suertes.
Lo que sí está fuera de toda duda es que este libro y sus arquitectos —la editora Georgina Pérez Palmés, la directora artística y diseñadora Suney Noriega Riz y Aymara Riverón Cuervo a cargo del emplane, así como la dirección de la Editorial Letras Cubanas y, desde luego, Carina Pino Santos Navarro (un producto facturado completamente por mujeres)—, nos han aportado un libro de referencia, hermoso y útil, una joya en todos los sentidos. Felicitaciones a todas.