En lo alto de la fachada de la escuela especial Solidaridad con Panamá, en un letrero visible a gran distancia, se asegura: “Paz es lo que quiere y necesita el mundo”. De cumplirse este reclamo de casi toda la humanidad proliferarían en el planeta centros estudiantiles como este que hoy visitamos. En ellos igualmente palpitarían a la par sentimientos y profesionalismo.
“Los niños llegan a nuestra escuela como pajaritos mojados. Aquí se les secan las alas y se les enseña a volar”, nos dijo Margarita Mathew Lorenzo en una entrevista realizada el pasado año. Es la subdirectora general de este centro estudiantil inaugurado por Fidel en 1989.
“‘Los niños llegan a nuestra escuela como pajaritos mojados. Aquí se les secan las alas y se les enseña a volar’, nos dijo Margarita Mathew Lorenzo”.
Y quienes laboran en esta institución, a fuerza de amor, dedicación y entrega total, han fortalecido tanto las alas de algunos de esos pajaritos, que ocho de ellos emprendieron vuelo hacia otros centros, con la preparación que les otorga el noveno grado. El acto oficial de graduación tuvo lugar en la propia instalación, el pasado 11 de marzo. “Antes firmaron en su aula el libro de graduados. Y en el matutino de ese mismo día se les entregaron sus diplomas. No graduamos a nuestros estudiantes con toga y birrete. Es ya una tradición que todos vistan con sus uniformes, con la sencillez que estos les imprimen. Así conseguimos la igualdad entre ellos y evitamos gastos excesivos a las familias”, subraya Mathew Lorenzo.
Más adelante añade que, de los ocho jóvenes galardonados con el título de noveno grado, “tres continuarán sus estudios en preuniversitarios donde en un futuro tendrán derecho a una carrera universitaria, mientras uno lamentablemente, por padecer una enfermedad degenerativa, pasó a cuidados de su familia aunque al menos logró alcanzar el nivel mínimo instituido en nuestro país. Los restantes decidieron convertirse en técnicos medios en las especialidades de Refrigeración, Bibliotecología y Computación”.
Entre los graduados descubrimos a un joven de quince años de edad nombrado Brayan Hernández García. Desde su propio nacimiento padece de una severa afección en sus cuatro extremidades. Pero ello no le impidió mantenerse de pie para recibir su anhelado título de manos de Ester María La O Ochoa, directora de Solidaridad con Panamá, desde hace más de tres décadas. Visiblemente emocionado refiere: “Llegué a esta escuela muy chiquitico y hubiera querido quedarme aquí para siempre. Esta es mi escuela, mi casa y aquí están todos esos profesores que tanto quiero y mi directora Teté, que es la gran madre. La madre extraordinaria del niño más pequeño y también del más grande”.
Junto a Brayan, con igual o más emoción, permanece Ained García Díaz, su madre biológica. Lo primero que atina a decir esta joven graduada de Técnico Medio en Contabilidad y quien se desempeña actualmente como maestra en la institución, es que sus hijos son seres privilegiados “porque han tenido la gran dicha de estudiar en este centro”.
“A causa de un parto prematuro de cinco meses y medio, mis hijos, son gemelos, una hembra y un varón, nacieron con ese padecimiento. Después de varias cirugías y largos períodos de rehabilitación, han mejorado bastante. Sin embargo, el tratamiento más eficaz lo han encontrado en Solidaridad con Panamá. Esta escuela es enorme, es inmensamente grande y no hablo en términos constructivos. Es gigantesca por la dirección que tiene, por su personal docente, por el amor palpable en cada accionar desde el personal de servicio, hasta el equipo médico encargado de velar por el buen estado de salud físico y psíquico de cada estudiante. Solo gracias a todos ellos hemos logrado seguir adelante. Brayan ya se encuentra en un preuniversitario de enseñanza regular y su mayor aspiración es estudiar Informática. Estoy convencida de que lo conseguirá por la formación que se le ha dado en esta escuela”.
El personal docente de este centro estudiantil, enclavado en el municipio capitalino de Boyeros, está conformado por “treinta y siete profesores encargados de la docencia, doce para la habilitación física, tres logopedas que atienden los trastornos del lenguaje, tres Psicólogas que trabajan la parte afectiva y emocional de los alumnos, cuatro profesores responsabilizados con los talleres de Educación Laboral, además de los profesores destinados a los dormitorios”, explica Margarita Mathew.
“Y quienes laboran en esta institución, a fuerza de amor, dedicación y entrega total, han fortalecido tanto las alas de algunos de esos pajaritos, que ocho de ellos emprendieron vuelo hacia otros centros”.
Cimentado en el amor y la perseverancia, el trabajo mancomunado de estos experimentados especialistas ha permitido dotar a los estudiantes de las herramientas necesarias que les permiten valerse por sí mismos, de hacerse cada vez más independientes y de una mayor socialización con el fomento de mejores relaciones con sus compañeros. Les han enseñado asimismo a escribir con la boca, las manos, los pies y la imaginación, preparándolos, en dependencia de su discapacidad psicomotora, para una vida social útil y plena.
Y más allá de la instrucción y la educación les han enseñado, también, a desplazar sus sillas de rueda o sus piernas afectadas por alguna dolencia, para bailar al compás de un vals en una fiesta quinceañera, como la celebrada recientemente, pocos días después de la graduación. “Esta actividad es ya una tradición en nuestra escuela”, subraya Mathew. “Vamos seleccionando a los muchachos por sus fechas de nacimiento, y cuando ya contamos con un grupo considerable, organizamos esa fiesta que, además de ser uno de los acontecimientos más importantes de nuestro centro, es recibida con gran regocijo por los estudiantes. Las familias no se quedan atrás y su apoyo es extraordinario en todos los sentidos, como también el de numerosas instituciones y organismos.
“A los estudiantes, padres y profesores se les ve muy atareados durante esos días de preparación. Todos se esfuerzan por aportar aunque sea un poquito, para el cumplimiento exitoso de esa actividad que, por su repercusión psicológica en nuestro estudiantado, se ha convertido en parte de nuestro programa docente a educativo”.
Hermanadas por sus principios, amistad y dedicación sin límites a su profesión, Esther María La O Ochoa y Margarita Mathew Lorenzo, directora y subdirectora general, respectivamente, de la escuela Solidaridad con Panamá, ingresaron a este centro de enseñanza especial en noviembre de 1992. Han inaugurado treinta cursos escolares. Este, iniciado el 7 de marzo con una matrícula de 206 estudiantes, doce más con relación al anterior, es el número treinta y uno. ¿Y en cuántos más estarán presentes? Preguntamos por último a estas educadoras colosales de espíritu y proceder.
Ambas coincidieron al afirmar: “hasta que nos acompañen nuestras fuerzas físicas y mentales”. Pero hasta que esas fuerzas les comiencen a fallar, ellas continuarán aquí, en esta su escuela, para que, como Brayan y sus siete compañeros graduados de noveno grado, otros muchos estudiantes, sostenidos de la misma manera por sus manos generosas, puedan igualmente subvertir los efectos de las caídas provocadas por los tropiezos que la vida les puso al nacer.