Cuando leía el poemario que ahora les comento, recordé la idea del poeta Bernard Noël que refiere que el poema es como un acontecimiento natural, y el acontecimiento provoca una fuerza natural, como una tormenta. Pues en Malo de magia[1], de Alex Pausides, escrito en 1973, el yo lírico se manifiesta a la manera en que se manifiesta la naturaleza, y conforma una epopeya vehemente del ser con la tierra. El regocijo ante la naturaleza desde el primer poema nos anuncia que la poesía está en todo, la poesía irrumpe y el poeta la ordena, la protege:

I

Reventó la poesía. Estoy cuidándola
Colmándola de mundo
Y la arrastro. Y ciego. Y por mi alma
Conocí de fiebres. Y lo que cocea
Y nos canta. Que gran relincho de amores
Qué veloz la siento entre mis ráfagas
Ramajilla enamorada de universo
Salpica de cariño. Y cuando se arremanga
Su guitarra qué caliente y limpia
(p.11)

Este es el sentir que vive la poesía en la naturaleza, aquí la poesía es la naturaleza, y se percibe la fuerza del monte sobre el yo lírico, la vehemencia del hombre nacido a ras de monte, el hombre es la naturaleza, y la naturaleza es el monte. Curiosamente cuando este libro llamó mi atención decidí buscar referencias del autor en los libros académicos que han estudiado nuestra literatura, y cuál no fue mi sorpresa: apenas se habla de él, ni de sus publicaciones, ni del movimiento literario del que formó parte, en el que él y Roberto Manzano son representantes destacados, el llamado Tojosismo, a cuyas características me referiré más delante. Parece que una generación que se sentía más cercana a los estertores de la moda ninguneó a los miembros de dicho movimiento.

“(…) cuando este libro llamó mi atención decidí buscar referencias del autor en los libros académicos (…) y cuál no fue mi sorpresa: apenas se habla de él”. Imagen: Tomada de Youtube

El poeta canta al ardor y bregar de esa naturaleza, canta a su crepitar desde una expresión inusual, desenfadada que a ratos recuerda a Gelman, y echa mano a pronunciadas frases coloquiales, neologismos (“cantarudas”, “atristan”, “niñilos”, “mundamor”, “candoreas”, “nochor”, “mañaneando”, “almudo”), a adjetivos sustantivados, a frases adverbiales sustantivadas insólitas (“a lo niñez”, “lo flor”), y a un lenguaje agreste que solo el poeta bien conoce y coloca entre los referentes más universales. Intenta describir e imitar el ritmo trepidante de la naturaleza y la vehemencia de la vida con el estallido como premisa y resumen:

III

Candela
Cantarudas aguas
Lluvien pájaros azules sobre mí
Candela. La poesía pasa arisca
Y chapea bajito en mi candor
Ñonguitos. Cuajan a cántaros
Que estallen de blanco las cayayas
Idos ríos de sus remansos
Que le traquean los filos a esa luz
Lloviznazo. Candela. Musones en campaña
Y ardiendo maniguales a mis rentes
Poesía. Te vi primero
(p.12)

Es la eclosión del yo lírico en la naturaleza, se vuelve uno con ella y lleva a cabo evocaciones súbitas de momentos difíciles de la infancia, un asunto que puede erigirse como tema del libro por su recurrencia —irrumpen también pasajes de los juegos de la niñez—,[2] niñez que se salvó mirando la naturaleza en redor y el cielo, y que se remarca también en el exergo del poemario: “Estoy enfermo de los recuerdos de la infancia” de la autoría de Esenin. Pero todo lo anterior se complejiza si recordamos que el poeta, como dijo Tarkovski, “es una persona con la fuerza imaginativa y la psicología de un niño. La impresión del mundo es inmediata. Es decir, no ‘describe’ el mundo, el mundo es suyo”.

Aunque el poeta siempre canta, canta lo hermoso del mundo, proclama su humanismo, hace del canto su cura y homenaje para aquellos momentos, el milagro y la magia del canto, e intenta apresar en palabras la explosión de la primavera:

VII

A esta primavera se le comban las vicarias
Ah Sevilla barrio mío y en lluvias
Por allá se me cuelan y no me tranquilizan sus nardos
Y se encrespan. Y pulen mis versos sus manitas
Se me reviran y halan. Resbalones húmedos
Chorreras del día atisban mi silueteo
Qué averiguan
Pero qué averiguan esos ojazos
En las pupilas mías
Entre cordajes mojados aún del alba
Primavera anda dime de mi casa
Por qué apresuras muchísimos pellizcos
¿La piel?
Me amas los huesos
para florecillas tuyas y turgentes
Anda dime pequeña intrusa mía
¿Quieres voz este jadear?
¿Los quieres ya para tus enseguiditas incendios?
(p.14)

Porque el poeta nos demuestra que la naturaleza es el hombre, y el hombre es la naturaleza. Aquí se trata de hacer de la existencia en el monte, en la montaña, un canto, un sonecillo, una épica vehemente; con la energía vital de la juventud establecer límites al dolor, pues el poeta no permite ser arrebatado por la desesperanza o la tristeza en esta recreación sentida de un lenguaje agreste, y experimenta la inclinación natural que siente el hombre hacia el bien, una santa esperanza que aún atesora golpes de la infancia.

“Mi poesía tiene que ver con ella y el modo en que se imbrica la historia (…) Me sigue interesando la literatura como aventura del mundo”.

El poeta ha de cantar el propio vigor de su canto, más allá del motivo de dicho canto, poniendo cielo a una niñez difícil, y la pasión, el entusiasmo y la pérdida son sugeridas por tierna confesión ornada de monte.

Hay una epifanía del vivir, una epifanía de la juventud. Viene a colación aquí lo expresado por Alex en una entrevista donde ha afirmado que “la naturaleza siempre fue parte de mi vida (…) Mi poesía tiene que ver con ella y el modo en que se imbrica la historia (…) Me sigue interesando la literatura como aventura del mundo”.[3]

En tal sentido en Malo de magia son recurrentes las gravitaciones de la naturaleza con la historia, donde esta última llega a ser personificada en cantos agradecidos a los avatares que antecedieron y presidieron el triunfo de la Revolución, a sus héroes —Agramonte, Maceo, Abel, El Che— y a sus lugares históricos —Coloradas, Mangos de Baraguá, la quema de Bayamo—:

“Almudo”

So Almudo
So ciclón rebelde
Hirsuto corazoncito de América
Chimborazo tenaz
Y ya latiendo siempre
Cóndor y con ternuras. Ahí
Erguido en sus humos contra todo
lo que no sea una racha limpia en la mañana
Amazonas grandazo entre sus venas
Asma. Quetzales. Ortiga. Huracanes
Relámpagos para que no duerma el enemigo
Centella. Y fustigar la noche
Y de un relincho celebrar la aurora
Digo que brotó. Creció. Y se enrumbó futuro
Y qué purísimo ese entrar. Y no marcharse
Estampidos. Anca. Crines para el potro del hombre
Che. So nervudo temblar de América
So capullo del árbol que le transcurrió el pecho
A usted le roncan el corazón y las dos manos
y tantas cosas
que no caben poemas
(p.36)

Se evocan también primeros amores con ternura —se hace un lenguaje de la ternura— cualidad de todo el estilo poético del libro —invocación del amor al tiempo que evocación— o al padre en una elegía contada también en tono exultado que recuerda la clamorosa invocación de Vallejo a los suyos:

“Mayarí Arriba”

Y ahí estás ardiendo
Tieso. Y rojo. Y en mi memoria
Abrupto. Exótico neblinazo en el ramaje
En ese sitio en que te golpeó la muerte
Y vengo. A contarlo
A pesar de tu cráneo
de tu voz ripiada en esos aires
y el día quieto
con todo el mundo chorreándose hacia adentro
Piedrecillas. Flores silvestres. Bueyes verdes
De veras Benjamín floreces. Y qué veloz
Y quise traer tu sonrisa al poema
Y plasmarlo. Y tocarte en el hombro
Y ser muy breve. Y recordar
la maleza. La lluvia en mi bronquio
verte polvo rojísimo mensura
entre muchachas. Versos y alfalfas
Y decirte que si el tiempo y tantas otras cosas
no me dejan abrazarte. Acunarte los silbidos
Dejaré una palabra a la mujer
Sierra de los Órganos al fondo como senos
amada lejos isla de por medio
Y al hijo en su vientre que no viste niño
porque la curva y el desastre
Florecillas silvestres. Bueyes rotos. Mayarí Abajo
cayendo de revés
Benjamín agrónomo mi padre hermano mío
Me voy por ahí a comer algo
Aquí estás. Y me acompañas
en esta estación donde me establezco a conquistarte
La mañana sea una ráfaga dorada y te toque la silueta
Aquí estaremos siempre esperando que salgas
de esa reunión interminable
Pero. Por qué no respondes. ¿Y no abren?
¿No se dan cuenta?
(pp. 30 – 31)

Se recrea el temor a la noche y la oscuridad de un niño, una balada al miedo. Véase el poema “Grimas” (p.48). Alex Pausides con este libro abraza “el Tojosismo o la poesía de la tierra caracterizada por los siguientes rasgos: regreso a la subjetividad lírica, recuperación de la relación entre naturaleza y cultura peculiar de la tradición poética nacional, empleo de la mirada del niño como lenguaje expresivo, apropiación de espacios rurales, reutilización del fraseo conversacional.”[4]

El poeta hace una épica del propio amor coronada por la naturaleza y la vuelca al mundo, y la trasmite curiosamente a través de las imágenes de recurrencia de lo propio en lo propio que con excelencia cultivó Martí [5]:

Porque también retornar a la tierra natal es volver a vivir la epopeya de la naturaleza sobre el hablante lírico. Véase el poema “A uvas sabe retornar” (p.42). Se conforma una épica, una epifanía del monte sobre sí, porque el poeta está enfermo de magia, hechizado de magia,[6] y el monte es él, y él es el monte. Porque el poeta pretende imitar en el verso el ritmo, la epifanía y la vehemencia de la naturaleza, él dice: “soy con la naturaleza”, “Del grano y de las aguas vine / Y cantando hacia el grano y las aguas me dirijo” (p.49), “En un cataurillo / de bejuco ubí / me trajeron de regalo / el universo / y aquí vine a derramarlo (p.63).

“El poeta hace una épica del propio amor coronada por la naturaleza y la vuelca al mundo, y la trasmite curiosamente a través de las imágenes de recurrencia de lo propio en lo propio que con excelencia cultivó Martí”.

Como Martí viene del sol y al sol va,[7] y lo seduce el anhelo de ser y hacer del ser humano, la actitud batalladora del hombre ante la existencia. El hombre, el poeta se salva porque canta, porque tiene la cualidad de cantar, porque está amparado por la fuerza de la naturaleza, él es la naturaleza, y la naturaleza nace de él:

Mi voz
vino de la vida,
mi voz
trajo un árbol
florecido
del pasado.
(p.64)

Y en estos versos de ese propio poema se resumen los temas del libro:

Mi voz
herida de la infancia
fiestea
en la inocencia
que resbala
y canta ante mis ojos.

El poeta se salva porque canta y comprende que es inútil unir belleza y naturaleza porque son lo mismo, así como lo son igualmente la belleza y la poesía.

Notas:

[1] Alex Pausides. Malo de magia. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1990.

[2] X

Pero qué paliza le da la lluvia a las tojosas
Lluvia que se revuelca en la calle con el polvo
Pero los niños son zunzunes tan dichosos
Manantial tirarse a ellos y crecerse
Y de vez en cuando jugar
a desbaratarnos la magia entre las piedras
(p.15)

Evocar la infancia imitando aquellos bregares y avatares límpidos:
Véase el poema XII (pp 16- 17).

[3] Yenys Laura Prieto. “Devoción por el árbol”. Entrevista a Alex Pausides. https: /médium.com>alexpausides.

[4] Roberto Manzano. “La poesía, ese apostolado”. Conversación con Alex Fleites. Oncuba News, octubre 11, 2019.

[5] Son imágenes donde hay preferencia por los movimientos íntimos, de gravitación donde el alma y el cuerpo forman una sustancia indiscernible y vibrante, donde prima una opresión que eleva al tiempo que distingue:

“Te miro, y no me extraña
Si tu vives en mí, que venga estrecho
A mi gigante corazón mi pecho”
“Mi madre, el débil resplandor te baña”. (p.25)
“Y buitre de mí mismo, me levanto
Y me hiero y me curo con mi canto”. “[¡Dolor! ¡Dolor! Eterna vida mía]” (p.24)
“clavado en sí, su cuerpo lo encerraba”
“Alfredo”, (p.68)
“Hoy sentí más el peso de mí mismo”. “Cartas de España” (p.101)
“¡En la cárcel imbécil que me encierra
Devorando mis miembros viviría¡
“Muerto” (p.63)
José Martí. Poesía Completa. Letras Cubanas y Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1985.

[6] En la zona oriental se le atribuye con frecuencia al adjetivo “malo” la significación de “enfermo”.

[7] “Arpa soy, salterio soy
Donde vibra el universo:
Vengo del sol, al sol voy:
Soy el amor: ¡soy el verso!”
Poema XVII, Versos sencillos. José Martí

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