Un punto final abrupto y repentino

Ernesto Pérez Castillo
31/10/2017

En 1991 George H.W. Bush sorprendió al mundo, —después del desmontaje total y absoluto, impensable pocos años antes, de lo que fue la Unión Soviética— ordenó la suspensión de estatus de alerta las 24 horas para un total de 40 bombarderos estratégicos B-52, equipados con armas nucleares. Los aparatos permanecían desplegados en una decena de bases norteamericanas dispersadaspor todo el mundo, y su estado de alerta permanente los capacitaba para despegar en un breve plazo y asestar un golpe nuclear donde se les diera el antojo.

Si aquella decisión significó un cierto relajamiento de las tensiones nucleares, ahora sucede exactamente lo contrario: según informó  el sitio digital de la revista Newsweek, el Pentágono está inmerso en la preparación de las condiciones para revertir la orden de George H.W. Bush y volver a poner en estado de alerta máxima 24 horas al día, todos los días de la semana, otra vez, a los B-52 con armamento nuclear.


“Durante la Crisis de Octubre de 1962, el mundo estuvo al borde de la extinción atómica”.
Foto: Cubadebate

 

Según el general David Goldfein, jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea, la nueva decisión no está relacionada con ningún suceso específico… lo cual pudiera interpretarse entonces como que lo harían no porque lo consideren necesario, sino porque pueden y no hay nadie para impedírselo.

La medida, además de costosa en todos los órdenes, sería muy peligrosa, toda vez que se estaría jugando con fuego en grado superlativo. No hay que olvidar que 55 años atrás, durante la Crisis de Octubre de 1962, el mundo estuvo al borde de la extinción atómica. Pese al empeño de Jruchov y Kennedy por mantenerse alejados de la maleta secreta y que ninguno de los dos quería apretar el botón rojo, la guerra, con resultados imprevisibles, pudo desatarse muchas veces, de las maneras más absurdas.

Casi al final del conflicto, una noticia por poco echa por tierra todos los esfuerzos de ambas partes de no irse a las manos: un avión espía norteamericano, un U-2, había sido derribado sobre territorio cubano. El suceso, nunca esclarecido del todo, y menos en aquel momento, fue tomado con calma y afortunadamente la sangre no llegó al río. Pero pudo pasar. Ese evento aislado pudo generar una respuesta masiva de los EE.UU., y los cohetes habrían volado a una y todas partes.

¿Y todo por qué? Por nada, por una indisciplina. El oficial soviético al mando de la dotación que disparó contra el U-2, nunca recibió orden alguna de que lo derribara. Al contrario, tenía órdenes expresas de no disparar. Sin embargo, a la hora de la verdad, ese oficial, tocado en su orgullo, simuló una rotura en sus sistemas de comunicación con el mando superior y así, al quedar “incomunicado”, la decisión de disparar quedaba en sus manos. Y entonces hizo lo que no le tocaba hacer.

Tuvimos suerte en esos momentos, los nacidos y los que estábamos por nacer, de que nadie más, después de aquel oficial soviético, decidiera hacer las cosas mal. Por eso estamos hoy aquí, leyendo sobre la repentina posibilidad de que los B-52 con capacidad nuclear vuelvan a ser colocados en alerta permanente.

Todo eso se sabe, pero no es tenido en cuenta, y todo suena a la lógica de la locura imperial, con Donald Trump reclamando también la creación de armas nucleares más pequeñas y a la vez más precisas que las termonucleares, en su intención de expandir el arsenal nuclear norteamericano para,  según sus palabras, ser la “cabeza de la manada”.

Una vez estuvimos a nada de no ser ni polvo enamorado. Las posibilidades de que el infierno se desate se han multiplicado y ya son tantas como se las pueda imaginar. De entre ellas no se excluyen los errores operacionales, las fallas en los sistemas automatizados o incluso, como ya sucedió, un oficial que en el momento clave pierde la cordura y se pasa de la raya.

De todas esas, ninguna es peor, porque cualquiera sería suficiente para que todo, todo, tenga un abrupto y repentino punto final.