Un nuevo cuadro de El Mirón cubano
15/3/2019
Aun cuando las palabras de José Jacinto Milanés sobre cómo concibió los cuadros de El Mirón cubano son conocidas, en razón del hallazgo que quiero ahora presentar, me siento obligado a citarlas nuevamente. En carta a su mentor Domingo del Monte, el 14 de octubre de 1840, Milanés le escribiría:
Aquello que le anuncié en mi última carta sobre ciertos cuadros dramáticos de costumbres en verso, prometiéndole explicación, es lo que usted va a oír. Buscaba yo un modo de escribir artículos de costumbres sobre nuestro país, resuelto por los consejos de usted a pintar nuestras cosas cubanas y dejar las peninsulares, cuando discurriendo sobre un método variado y ligero para componer dichos artículos, di con uno que me parece reunir todas las ventajas. Cada artículo o cuadro viene a ser un pequeño drama con su exposición, enlace y desenlace y en el que pienso desenvolver un principio moral aplicable a nuestros usos. Por supuesto: cada cuadro viene a ser la pintura de una preocupación, que trato de hacerla ver bajo un punto de vista claro y desembarazado. Hágolos dramáticos para darles una forma más graciosa y animada, e introduciendo en cada dramita el personaje del Mirón, como una especie de observador que sirve de instrumento para envolver la trama, pongo en su boca con más facilidad la intención moral que me propongo. Catorce cuadritos de estos llevo compuestos en menos de un mes, trabajo cuyo volumen viene a ser como el de dos dramas grandes; y ahora los estoy poniendo en limpio para remitírselos a ver si merecen su aprobación. Aquí se los enseñé a Echeverría y parece que le han gustado, igualmente que a Palma y Villaverde. ¡Dios quiera que con usted me suceda lo mismo! Los hago en verso, porque me hallo tan atado para escribirlos en prosa, que no me fue posible emprenderlos bajo esta forma. Yo los escribo tales como me ocurren y no desecho ni limo nada: después de escritos, veo que para imprimirlos será necesario mochar algunos trozos que encabritarían al censor. Los títulos de algunos de estos cuadros son: El colegio y la casa, El tú y el su merced, Hijo y padre literatos, Saber algo, La mujer dictando, Una visita al censor, Es [sic.] hombre de bien, La mujer de talento, El hombre indecente, &. He procurado que mi estilo sea claro y familiar, y las tintes con que dibujo nuestras costumbres he procurado que participen de la vigorosa aspereza del pincel de Tanco más bien que de la suavidad de Villaverde. Pinto la clase media e ínfima de nuestra sociedad, porque hablando en plata, no tenemos clase alta y culta (Milanés, 2018, pp. 270-271).
De los catorce cuadros referidos, nueve («El colegio y la casa», «El inconsecuente cuerdo», «El tú y el su merced», «Saber algo», «Hijo y padre literatos», «La mujer dictando», «El hombre indecente», «El hombre de bien» y «No es mal muchacho») se publicaron en la edición de Obras de 1846 y tres más («La mujer de talento», «Volvámonos al campo» y «¡Por necesidad!») aparecerían luego en la edición de 1865. De manera que solo dos, uno de ellos de título ignorado, pues no figura en la relación de Milanés, seguían hasta hoy inéditos, sin que se supiese su paradero.
de José Jacinto Milanés. Foto: Cortesía del autor
El reciente anuncio de la digitalización del fondo José Augusto Escoto, perteneciente a la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard, me animó a revisar parte de los materiales acopiados por el notable bibliógrafo matancero y, para mi sorpresa, encontré allí un documento de dieciocho folios, en cuya primera página –rota en el borde superior– el nombre del Mirón, junto al resto de los personajes (D. Dimas, D. Pánfilo y D. Eusebio), me hizo sospechar enseguida. Su lectura me descubrió que se trataba del cuadro «Una visita al censor», compuesto ya en el momento en que Milanés le diera detalles del proyecto a Del Monte. Cotejada la caligrafía con la de otros originales del autor, puedo aseverar que el manuscrito es suyo y no copia de Escoto, quien probablemente pensaría incluirlo en un tomo de teatro para la edición de 1920, que no llegó a rebasar el volumen de Poesías.
La pieza, llamativa en varios aspectos, lo es principalmente por el asunto focalizado, el cual, aun exceptuando esos trozos que sería «necesario mochar» antes de imprimir («Y tira contra las leyes / y dice que los cubanos / somos todos unos bueyes»), encabritaría seguramente al censor, al verse a sí mismo convertido en personaje. Según la carta de Milanés (2018), el censor de teatro en Matanzas era por entonces «Casal [José María], hombre ilustrado […] y que a mi parecer no será tan cosquilloso y retrechero como lo son sus cofrades habaneros» (p. 269). Abogado, discípulo de Félix Varela, miembro de la Diputación Patriótica de Matanzas y de la Sociedad Económica de La Habana, José María Casal (1801-1874) fue amigo de Del Monte y Félix Tanco, pero, al menos en 1840, no lo era de Milanés. Algo parecido a lo dicho en la misiva refiere D. Eusebio a propósito del censor: D. Dimas es «patriota», de «cultura superior» y con él la censura que rige al «matancero suelo» es ilustrada; mas el elogio viene de alguien, lo sabremos después, que únicamente repite lo que ha oído decir y que jamás se había sometido a su «pluma censoril». Los trazos que de D. Dimas se nos muestran en el cuadro representan un funcionario sin paga, que ha decidido, en consecuencia, solo leer las obras cortas y relegar las extensas hasta vencer por olvido o cansancio a sus autores; un individuo básico, más preocupado por su estómago y por quedar limpio de graves responsabilidades, que por cumplir cabalmente su encargo. Autoproclamado enemigo de la «romántica grey» y de sus excesos ideológicos, no es él, sin embargo, sino el impresor, movido por un argumento de carácter económico («Que la opinión de mi imprenta / padece en ello y en fin / que es nula en todo la venta»), el que obstruye las pretensiones dizque poéticas de los hermanos D. Eusebio y D. Pánfilo. Como en «Hijo y padre literatos», la ruindad de los noveles escritores, que luchan entre sí por ganar los favores de censor e impresor, salta a la vista. Los dos acuden a estratagemas y recursos para demeritar la obra del otro y validar la propia. Puesta en solfa del sistema literario en Matanzas (producción, censura e impresión), la caricatura y el ridículo hacen las delicias de «Una visita al censor», desde la gracia de los parlamentos, los apartes e inclusive los títulos –Edén y El látigo segundo– que los Machín han dado a sus respectivos textos (el último, en clara referencia a Bartolomé Crespo Borbón –El látigo del Anfibio, 1826, fue una de sus piezas–, de quien D. Pánfilo se proclama sucesor). Ni siquiera el Mirón, conciencia crítica en escena, que declina al final compartir la mesa del almuerzo con D. Dimas, se salva de la burla, temeroso de ser tomado por «padrino» del Edén y de «ir a dar en un abismo / si hay algún paso blasfemo». Miedo político, ambición, mediocridades y dobleces –semeja indicarnos el cuadro– jalonan los predios letrados de esa clase media hacia la que la lente de El Mirón… se dirigía. No comer en casa de la censura y escribir, en cambio, de lo que en ella había observado era indudablemente «algo mejor».
Otro gran aporte bibliográfico. Otro desempolvar lo (in)visible que custodian nuestras fuentes y nuestros bibliotecarios. otro gran batazo… por Sarría.