Cuando leía Por los extraños pueblos, de Eliseo Diego, publicado por Colección Sur Editores en 2019, con motivo del cercano centenario del autor, pensé en que el poeta al escribirlo había seguido el precepto martiano donde se afirma que en poesía no se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa.[1] Allí la elegancia del verso, del decir, la gracia del decir intenta atrapar la inercia del tiempo, la fábula del tiempo detenido o del discurrir del tiempo con la memoria como su acción:

“El poeta asume la evocación como vibración o cresta de nuestras vidas, lo que descuella desde el propio exergo del libro”. Imagen: Tomada de Internet

“Por los extraños pueblos” (pp. 10–11)[2]
2
Si nunca vieron el mar en este pueblo.

Nunca vieron el mar, aquí la noche
de flancos espinosos y fatales
y el aroma profundo de la seca,
Las mamparas ocultas, las moradas
miran a solas la penumbra vieja
y en la penumbra el jarro de florones mustios.
[…]
3
[…]
Qué inquietud daba siempre
la silenciosa playa de intemperie
donde termina, qué despacio el pueblo solo![3]

Donde la noche supera al mar, y la iglesia y el pueblo pueden ser equiparados a la noche.[4] El poeta asume la evocación como vibración o cresta de nuestras vidas, lo que descuella desde el propio exergo del libro,[5] y lo que es más importante, nos hace saber que está interesado en la vida en torno, a la que como Martí creyó siempre el único asunto legítimo de la poesía moderna, la poesía como sustancia de la realidad toda. Así en este libro, publicado en 1958, casi 10 años después que En la Calzada de Jesús del Monte, son descritos poblados imantados por la vibración de la naturaleza en una bien lograda atmósfera evocativa. El mundo se levanta ante tus ojos con magia, parsimonia, misterio, a través de una abundante y efectiva adjetivación, de una rauda y sabia disposición de los adjetivos, algo difícil en poesía, que a veces llega a convertirse en doble: “entre las silenciosas piedras oscuras desde los orígenes” (p. 31), “por los secos caminos desiertos” (p. 33), “a quien temen las densas sombras altas” (p. 40), o se convierten en arranques heredianos que Martí perfeccionó: “El color rojo de los pueblos, antiguo/fervoroso y tenaz en la memoria (p. 15), “patio viejo del fondo, severo, triste, hondo” (p. 34).[6] En este sentido estamos ante el prodigio de la poesía encarnando en la realidad que proclamó Lezama y al que se acogieron varios de los origenistas: todo puede ser tema de la poesía, la belleza de los lugares y los objetos, que estriba no en su apariencia sino en su esencia, por ejemplo, el almacén:

“El almacén”
El almacén, señores, el ardiente
almacén de costados dolorosos,
en la esquina del polvo, reluciente
de fealdad, a quien deslumbra el foso

en que se funden las sombras y los cantos;
foso del mediodía, ceniciento
de sabor, infinito para tantos;
el almacén, señores, que yo siento

como muelle de pueblo, adonde llegan
las noticias del mundo, misteriosas,
inocentes del tiempo que navegan,

y la real belleza de las cosas;
muelle contra las tardes que me niegan
en hondas soledades silenciosas.
(p.16)
“El almacén es tan hondo
como la noche” “La riqueza”, p. 47.

Porque “el poeta no imita a la naturaleza, lo cierto es que ella habla dentro de él y se sirve de su boca”.[7] Se pueden encontrar en el libro evocaciones donde resalta el sabor de lo fantástico, que pueden ser lo mismo una foto antigua que se contempla o el aura fabulosa de un poblado. Y en esta encarnación de la realidad se cruzan y se mezclan las naturalezas humana y vegetal,[8] la humana y la física, donde se contempla la costumbre humana como naturaleza.

“En este libro, publicado en 1958, casi 10 años después que En la Calzada de Jesús del Monte, son descritos poblados imantados por la vibración de la naturaleza en una bien lograda atmósfera evocativa”.

Como afirma Jorge Luis Arcos, se apreciará un acercamiento todavía más directo a la realidad. En este libro, junto a la persistencia del estilo de lo criollo, irrumpe también el de lo cubano en “La cañada” y “Bajo los astros”, y hay presencia de la memoria añorante: “Las ropas”, “Se acabaron las fiestas”. Los objetos son tesoros que esplenden fugazmente dentro de la hurañez y la pobreza de la realidad. El poeta parte de su intemperie, de una angustiosa pesadumbre de la temporalidad, para entonces, una vez asumido ese vacío, emprender el viaje – el sueño de la memoria, pero ese pasado no se revela del todo porque conserva su lejanía, su consustancial misterio.[9] Se rescata y trasciende el instante donde puede salvarse la imagen de una mujer ante el fogón, rescatando su belleza simbólica, o describir y trascender un paisaje en movimiento,[10] desafiando el concepto de Wallace Stevens donde ve a la poesía como una búsqueda de lo inexplicable. Instantes como aquel donde se confunden dos paisajes: el que cuenta el General, y el del General diciendo lo que cuenta, que ascienden y quedan como viñeta de nuestros bravos:

“El General a veces nos decía”:
El General a veces nos decía
extendiendo sus manos transparentes:
“así fue que lo vimos aquel día
en la tranquila lluvia indiferente

sobre el negro caballo memorable”.
Suavizaba la sombra del alero
su camisa de nieve irreprochable
y el arco duro del perfil severo.

Y mientras en el patio de azul fino
cercana renacía la tristeza
del platanal con sus nocturnos roces,

más allá de las palmas y el camino,
limpiamente ceñida su pobreza,
pasaban en silencio nuestros dioses.
(p.22)
Véase el poema “La guerra” (p. 38)

Así son descritas las vidas secretas de lo que parece no tener vida, las distancias, los espacios sombríos y luminosos, las formas de vivir, “la pobreza irradiante” de nuestros lugares: “el parque de ruinosa maravilla” (p. 27). Los lugares viven en atmósferas que crean unos objetos contra otros, en respiraciones que se yuxtaponen, donde el olvido y el recuerdo también son universos, son también un país, o se dispone a describir sitios llenos de silencio y de olvido. Con tales modos el paisaje puede también contarnos una historia     épica y secreta, en la que se confunden pasado y presente, y una onírica donde, según Cintio Vitier, ocurre la fijación de los colores y sombras de mi patria —“La cañada” (pp. 30-31 y 32)— o describirse la existencia de un paisaje onírico junto a un paisaje     real —“Por los secos caminos” (p. 33)—. Con su verso conforma un paisaje de él, prolijo de su imaginación y perspectiva que recuerda la enunciación y el tono de Versos sencillos en estrofas a modo de viñetas o pasajes cerrados donde resalta el imperio del adjetivo:

“Así es la edad”
Entre las caña bravas residía
–claro el palacio de la tarde hiriente–
una suave señora que sabía
las amargas historias del relente.

Y más arriba, cuando el sol levanta
sobre los negros mangos coloniales,
un escondido cazador espanta
los nudos aguaceros funerales.

Donde las aguas viran con el año
hacia el nocturno corredor del monte,
los graves hechos de su reino huraño
preocupan al magnífico sinsonte.

Pero quién vio las palmas, necesarias
a la dura intemperie del poniente,
respirar en las lomas solitarias
cuando cierra el silencio transparente.

En la casa que el humo prefería
–el ágil humo, de los aires dueño,
amigo de la sombra y la lejía,
de las tablas pobrísimas del sueño–

la noche de las islas ha llegado
y el fuego entre los tercos muebles salta,
como un perro de nítidos costados
a quien temen las densas sombras altas.

Así la edad, así el espacio justo
que ama el nocturno corazón del hombre
–fabuloso el aroma para el gusto,
despojada la tierra para el nombre.
(pp. 39-40)

Nos indica cómo el tiempo se confunde con el espacio en el país de los afectos, cómo la poesía está en todas las cosas, en todas las circunstancias del devenir vital, y el poeta va a encontrarla, y se evocan la fiestas con plasticidad y cromatismo en más de una ocasión —el pincel es el ojo más fiel, más entregado a los impulsos—, y el poema nos parece una melodía. O se dibuja la vida de un paisaje.[11] Asciende la suave magia y el esplendor de los objetos cotidianos: la taza, el mimbre, la mesa, las ropas; o de los instantes, por ejemplo, los momentos de la sobremesa.

“Son casi más famosas que el poemario las declaraciones del prólogo donde Eliseo afirma que la poesía es el acto de atender en toda su pureza”. Ilustración: Brady Izquierdo / Tomada de El artemiseño

Los tres pasos previstos en su proceder poético son la materialización de sus ideas en el acto de nombrar, la adjetivación como diferenciación de la sustancia en la diversidad de imágenes logradas, y la figuración como integración final al cuerpo del poema. Lo que desemboca en “el proceso de nombrar las cosas” en una evocación creadora de una realidad inexistente marcada por la pérdida, la anulación […] y que es salvada por la rememoración.[12]

Dentro del mundo de la vida que le da el poeta a los objetos hay poemas que son como el inventario de una existencia a través de las prendas de vestir que guardan el suceso, la ilusión y la esperanza. Es como la danza de la vida llegando a dar el paso de la ausencia o de la muerte, donde el tiempo se confunde con el espacio. Es el caso del poema “Ponte la vieja camisa que sabe” (p. 56).

Es el resplandor con que se mira el tiempo que pasó y con el que se contempla lo que miramos y vive en otro universo. Son entonces lo que se describe pueblos de la memoria y del paisaje real e imaginado, del tiempo dentro del espacio, paisajes de la naturaleza y el instinto donde va tejida la niñez o el relumbre de la vida en la voz, en los ojos del que la vivió.[13] Los países de la desolación y la orfandad donde se confunde el tiempo con el espacio, y la naturaleza humana y la naturaleza de los objetos se confunden. Porque, como afirma Dámaso Pérez García, el acontecimiento desnudo dice poco. Es el recuerdo el que el confiere interés poético. El poema nace del contraste entre la experiencia vivida y el conocimiento del presente.

Son casi más famosas que el poemario las declaraciones del prólogo donde Eliseo afirma que la poesía es el acto de atender en toda su pureza. Leídas por mí estas y otras declaraciones allí vertidas, luego de estudiar varias veces el libro, me produjeron una emoción cómplice y profunda, insospechada, porque reconoce allí, además, que teniendo ganas de leer un libro así, y no hallándolo, decidió por fin escribirlo él para “un poeta que nos agranda el tiempo”, que es otro y él mismo, “para dar testimonio” de “los colores y sombras de su patria”, “de las costumbres de sus familias”, “ de las cosas mismas —oscuras a veces y a veces leves”, y lo más importante: lo que no se dice en la frase que trasciende o se pregona: “Conmigo se han de acabar estas formas de ver, de escuchar, de sonreír, porque son únicas de cada hombre”.[14]


Notas:

[1] José Martí. “Julián del Casal”. Patria, 31 de octubre de 1893. Obras completas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, T. 5, p. 222

[2] Véase igualmente el poema “La memoria”, pp. 63-64.

[3] Es mágico para Eliseo ese lugar donde se confunden monte y vestigios de pueblo, el maridaje de lo agreste y las casas: “Al final de la calle deslumbrante/amarga rompe la tiniebla/del monte seco del aroma/tan limpio del terror, el descampado indiferente”. P. 19. “Al final de la calle”.

[4] Véase el poema “La iglesia entre las palmas”, pp. 27-28.

[5] “y entre arboledas la graciosa quinta/con su pórtico blanco entre las sombras”. Federico Milanés.

[6] Un ejemplo de otras variantes con el esplendor del sustantivo son: “Ni las auras, ni el aire, ni el tiempo, ni la sed de la tierra, ni el sol”, p. 25.

[7] Giacomo Leopardi. Reflexiones literarias. Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, Traducción de Guillermo Fernández, 2006, p. 225.

[8] Véase el poema “Las quintas”, pp. 20-21.

[9] Jorge Luis Arcos. “Los poetas de la Generación de Orígenes: Lezama Lima, Vitier, García Marruz, Diego y otros. Historia de la Literatura Cubana, Instituto de Literatura y Lingüística, Letras Cubanas, La Habana, 2003, pp. 401-402.

[10] Véase el poema “Las nubes”, p. 41.

[11] Véase el poema “En la tarde las palmas”, p. 75.

[12] Ivette Fuentes de la Paz. Obras y personajes de la Literatura Cubana, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016, t. 2, p. 75.

[13] Véase el poema “El viejo”, p. 82.

[14] Eliseo Diego. Prólogo a Por los extraños pueblos. Colección Sur Editores, La Habana, 2019, pp. 5-6.

2