Un libro de Mella que son más que Apuntes…
5/7/2018
Creo que no podía haber escenario mejor para la presentación de este nuevo libro de Rolando Rodríguez, Mella: una vida en torbellino. Apuntes para una biografía (Editorial Capiro, 2017), que el Congreso de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), una organización casi centenaria y cuya tradición de lucha revolucionaria llena las más hermosas páginas de nuestra historia, antes y después del triunfo de enero de 1959. Además, ha sido la intención del autor que esta obra contribuya a colocar a Mella en los cimientos mismos de la formación de la actual y futura vanguardia estudiantil cubana. Así lo expresa en la dedicatoria: “A los estudiantes cubanos, quienes deben conocer, sin falta, la vida de este colosal luchador y paradigma”.
Desde las primeras páginas se citan palabras de Mella, escritas cuando aún no había comenzado su lucha en la Universidad de La Habana. En ellas se devela cuan tempranamente este Quijote revolucionario había trazado su destino:
Los pueblos hermanos, que un loco tenaz descubriera, cachorros de un caduco león, son presas de un águila estrellada. (…) Por esa sinrazón, por esa injusticia, es que un odio furioso, un vendaval guarda el pecho mío contra la Nueva Cartago, que aún no ha tenido un Aníbal, y que jamás lo tendrá. Ese amor a los cachorros de mi sangre y ese odio santo al águila enemiga, son los que engendraron mi ideal de unir a los cachorros, cuyas tierras descubiertas por un loco tenaz y libertadas después por otros locos tenaces, deben ser poderosas ahora por el impulso de otro loco tenaz, que soy yo.
No es ocioso señalar que este libro no es el primer acercamiento de Rolando Rodríguez a la figura de Mella. Ya en su novela histórica o historia novelada sobre la Revolución del 30, República Angelical, publicada con gran éxito a finales de los años 80, aparece El Atleta como uno de los personajes principales, que no es otro que Julio Antonio. Como ficción al fin, el autor se permite revivir a El Atleta más allá del año 1929.
Rolando, graduado de Derecho en la Universidad de La Habana, sintió siempre fascinación por ese período de nuestra historia y por sus héroes más descollantes. Muchos años después, Mella aparecería en sus monografías históricas: República Rigurosamente Vigilada (dos tomos) y Rebelión en la República. Auge y caída de Gerardo Machado (tres tomos). Además de la amplia cantidad de fuentes documentales y bibliográficas utilizadas tanto para estas obras, como para la que hoy presentamos, Rolando se ha nutrido de los testimonios de muchos de los protagonistas de aquellos años, a los cuales tuvo el privilegio de conocer y entrevistar, entre ellos: Salvador Vilaseca, Raúl Roa, Eduardo Machado, Chiqui Jay (masajista de Mella) y Juan Marinello.
Fue precisamente la FEU una de las creaciones más preciadas en las que participó Mella, y donde con apenas 20 años se forjó en sus inicios como revolucionario, en medio de los avatares del movimiento de reforma universitaria y la celebración del Primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, y alcanzando de forma acelerada dimensiones de liderazgo más allá de los muros universitarios e incluso de las fronteras nacionales. Asimismo, Mella no solo sería un referente como líder estudiantil, sino también un adalid para la clase obrera y para lo más progresista de los sectores intelectuales. Sin duda, estamos hablando del más grande genio político que ha dado Cuba después de José Martí y antes de Fidel Castro, y un puente imprescindible entre ambas figuras.
Rolando Rodríguez, el historiador de la prosa elegante —como bien lo llaman algunos—, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas y de Historia, miembro de número de la Academia de Historia de Cuba y profesor titular de la Universidad de La Habana, nos propone una biografía que va más allá de lo que modestamente expresa su título. Sus páginas son más que apuntes para una biografía.
Es cierto que desde el plano historiográfico importantes libros se han escrito sobre el Prometeo de la Colina durante más de cinco décadas de Revolución, entre ellos los de Erasmo Dumpierre, Olga Cabrera, Ana Cairo, Christine Hatzky o Froilán González y Adys Cupull. Sin embargo, Rolando Rodríguez nos ofrece desde su prosa pulida, elegante y atrayente, otras visiones, perspectivas y datos, a partir de las investigaciones que durante décadas ha realizado sobre la figura y en los aspectos biográficos que más ha profundizado.
Destaca, por ejemplo, el capítulo IV, titulado “Mella y los Venezolanos”, donde se nos revela la amplia dimensión latinoamericanista e internacionalista en el pensamiento y la acción de Julio Antonio. Un Mella que veía la Revolución Cubana como parte de un proceso revolucionario aun mayor, que enfrentado al imperialismo debía trascender a toda América Latina y el Caribe y al triunfo del ideal socialista en el mundo. El capítulo describe la amistad y colaboración revolucionaria de Mella con Salvador de la Plaza, Carlos Aponte —quien caería junto a Antonio Guiteras el 8 de mayo de 1935—, Bartolomé Ferrer, los hermanos Eduardo y Gustavo Machado y otros exiliados venezolanos que luchaban contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y el imperialismo, pero también por la Patria Grande Latinoamericana.
En particular a los Machado y a Salvador de la Plaza, Mella los incorporó como profesores a la Universidad Popular José Martí y les dio ingreso a la Federación Anticlerical de Cuba. Más adelante serían considerados afiliados del Partido Comunista de Cuba. Las reuniones clandestinas del grupo ocurrían en Empedrado 17, la llamada Cueva Roja. Desde allí se conspiraba no solo contra la dictadura del Mussolini Tropical, como denominaba Mella a Gerardo Machado, sino contra todas las dictaduras del continente. Estos vínculos también dieron lugar a la fundación de la revista Venezuela Libre, donde aparecerían escritos de Mella y Rubén Martínez Villena.
El mismo núcleo revolucionario coincidiría en México, donde continuarían compartiendo sueños e ideales.
En 1927 Mella ingresó en la sección local de México, del Partido Revolucionario Venezolano, una agrupación política de frente nacional revolucionario con un programa agrario antimperialista. Llegaría incluso a formar parte del Comité Central Ejecutivo de ese Partido. Como señala Rolando: “Para Mella el ingreso fue lo más natural del mundo. Parecían haberse repetido las mismas palabras de Martí: ‘Deme Venezuela en qué servirla. Ella tiene en mí un hijo’.
La visión revolucionaria continental de Mella lo llevaría también a estar entre los principales fundadores del comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC), en rechazo a la intervención militar estadounidense en ese país. Por Augusto César Sandino sintió siempre Mella la más inmensa admiración.
Este libro nos muestra además a un Mella inspirado en la vida y la obra de José Martí, sobre el cual aspiró incluso a escribir una biografía. No pudo hacerlo, pero nos legó sus Glosas, en ellas se denota cómo el líder ciclópeo se nutre del ideario martiano para sus lides, fundamentalmente de su eticidad, como dijera Cintio Vitier: “el punto esencial del empalme o injerto entre el pensamiento martiano y el marxismo”.
El marxismo de Mella —también lo sostiene Rolando— es un marxismo antidogmático y creador. De ahí que su pensamiento y accionar revolucionario no se ajustara muchas veces a los moldes esquemáticos de las organizaciones y esto provocara conflictos e incomprensiones. El autor, defensor de una manera de historiar alejada de todo tipo de maniqueísmos y adulteraciones, aborda los complejos procesos que llevaron a la separación de Mella del Partido Comunista Cubano —el Comité Central consideró su huelga de hambre como un acto individualista, indisciplinado, pequeñoburgués y oportunista— y del Partido Comunista Mexicano después, debido a discrepancias que habían conducido a que Mella presentara por escrito su renuncia; verdades que no pueden ser ocultadas y que deben ser explicadas en su justo contexto histórico.
Mas tampoco se puede dejar de decir que a finales de mayo de 1927 se produjo el reingreso de Mella en el Partido Comunista Cubano, al revisarse nuevamente su caso, y que su salida del Partido Comunista Mexicano fue solo por unas horas, pues Mella se retractó de su renuncia y fue aceptada su reincorporación a la organización. Es decir, que al caer mortalmente herido en enero de 1929, Mella ostentaba con orgullo la militancia en ambos partidos.
Julio Antonio Mella era un líder aglutinador, un adelantado en el arte de hacer política, en combinar magistralmente la táctica y la estrategia, sin ceder en lo más mínimo en cuestiones de principios. Por eso no aceptó la táctica de clase contra clase impuesta por la Internacional Comunista, y fue más allá. Su proyecto revolucionario, al que se le pueden encontrar vasos comunicantes con el martiano y luego con de Fidel, consistía en generar un movimiento insurreccional que derrocara la dictadura en Cuba con la participación de todas las fuerzas revolucionarias, independientemente de su procedencia clasista, de ahí sus intentos de unir esfuerzos con el Partido Oposicionista Unión Nacionalista. Sus planes estaban muy bien pensados y tenían grandes posibilidades de éxito. Machado, que a pesar de ser un psicópata social no era ningún tonto, veía muy bien el peligro que representaba un líder de las dimensiones de Mella, de ahí su desesperación por eliminarlo físicamente.
Tenemos que agradecer además a Rolando por humanizar al héroe y regalarnos en las páginas de este libro a un joven que además de la política, le apasionaba el cine —sobre todo los filmes de Charles Chaplin— y el deporte (practicaba remos, campo y pista, natación, baloncesto y fútbol); que amaba y sufría como el más común de los mortales. El dolor por la muerte de su primera hija en medio de numerosas vicisitudes económicas, la depresión sufrida por el regreso repentino a Cuba de su esposa Olivia Zaldívar y de su hija recién nacida, Natacha, nos ofrecen el rostro más humano de Mella, y se agiganta aun más su figura ante nuestros ojos. El regreso de Olivia y Natacha a Cuba se produce durante una estancia de Mella en los Estados Unidos. Era tan deprimente la situación económica del matrimonio, que en aquellos momentos el bebé tenía por cuna la tapa de una maleta.
“Crear es la palabra de pase de esta generación”, decía Martí, y en ese sentido se inmortalizó para siempre Julio Antonio Mella. No en balde el Comandante en Jefe dijo que fue el que más hizo en menos tiempo. De 1922 al 10 de enero de 1929, fecha en que se produce su asesinato en México por enviados a sueldo de Machado —cuando aún no había cumplido los 26 años— Mella fue el fundador o participó en la creación de la fraternidad los XXX Manicatos; las revistas Alma Mater y Juventud; el Grupo Universitario Renovación; la FEU; la Universidad Popular José Martí; la Federación Anticlerical de Cuba; la Confederación de Estudiantes de Cuba; el Instituto Politécnico Ariel; la Sección Cubana de la Liga Antimperialista de las Américas; el Partido Comunista de Cuba; la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC); el comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC); la liga Nacional Campesina Mexicana; la Asociación de Estudiantes Proletarios de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de México, junto a su órgano propagandístico Tren Blindado, y el Instituto Mexicano de Investigaciones Económicas.
Me gustaría terminar esta presentación con unos fragmentos de un discurso pronunciado por el General de Ejército, Raul Castro Ruz, el 20 de diciembre de 1997, en el acto central por el aniversario 75 de la Federación Estudiantil Universitaria, celebrado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana:
Mella fue un sembrador. No pudo ver culminada la obra. Como sembrador cayó en el surco. Pero como buena semilla en tierra grande y generosa, lejos de morir, su figura vive y se agranda. Lejos de extinguirse, sus raíces inagotables penetran más hondo en la conciencia de los cubanos.
Estamos en la misma FEU que él organizó. La FEU de Mella fue y será siempre fiel a sus tradiciones patrióticas y revolucionarias.