Un historiador en busca de sus verdades
La historia, más que memoria, es su crítica.
Rafael Acosta de Arriba
Rafael Acosta de Arriba mostró tempranamente su interés por la historia de Cuba. En la figura cardinal del gestor de la primera guerra por la independencia de Cuba encontraría el leitmotiv que despertó su vocación. Quiso la vida que fuera en el mismo año en que se celebró el centenario del 10 de octubre de 1868 en que, según declaraciones durante una entrevista, se despertara su atención por la figura de Carlos Manuel de Céspedes.
Ese fue el comienzo. El cúmulo de lecturas realizadas, entre otras acciones, fue haciendo de este joven un destacado escritor, investigador, historiador y, con el paso del tiempo, el reconocido intelectual que acaba de ser admitido como miembro de número de la Academia de Historia de Cuba. Vayamos por partes.
En la década de los 80 del pasado siglo, en el periódico Juventud Rebelde ya se apreciaban varios artículos firmados por él sobre el Padre de la Patria. Estos textos se caracterizaron por revelar una prosa amena, sencilla, poética, dúctil y analítica, que exponía un dominio considerable de cultura general. Elementos que, además, fueron distinguiendo a Rafael Acosta no solo como escritor e investigador, sino también como un “pino nuevo de la cultura cubana”, frase expresada en esa época por la maestra Hortensia Pichardo para referirse a él.
Bastó poco tiempo para que otros intelectuales reconocidos se percataran del historiador que se estaba fraguando. No es de extrañar que, para finales de la década de los 90, Acosta de Arriba estuviese listo para defender su primera tesis de doctorado. En 1998 venció con brillantez este ejercicio académico frente a un tribunal presidido por Enrique Sosa Rodríguez, y con Jorge Ibarra y Diana Abad como oponentes. “El pensamiento político de Carlos Manuel de Céspedes” fue su tema escogido; una investigación que rompió con los esquemas de estudio tradicionales. Interpretó el pensamiento del Padre de la Patria, e incluyó análisis realizados por notables poetas y ensayistas cubanos como Fina García Marruz, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Gastón Baquero y José Martí, además de los ensayos historiográficos más conocidos sobre la figura.
En ese proceso ascendente como investigador le fue de mucha ayuda la relación de amistad que estableció con Eusebio Leal Spengler, la Dra. Pichardo, Francisco Pérez Guzmán y Ramón de Armas, entre otros historiadores.
Su primer libro publicado sobre dicha figura, Apuntes sobre el pensamiento de Carlos Manuel de Céspedes, obtuvo el premio Pinos Nuevos, del Instituto Cubano del Libro; otorgado por un prestigioso jurado compuesto por Aurelio Alonso, Jorge Ibarra Cuesta y Niurka Pérez. Como resultado de su sistemática y acuciosa investigación en torno al Padre de la Patria, publicó luego el volumen Biobibliografía de Carlos Manuel de Céspedes,con prólogo de la historiadora Hortensia Pichardo Viñals. En mi humilde opinión, su obra cumbre sobre el insigne patriota cubano es el libro Los silencios quebrados de San Lorenzo, que vio la luz por vez primera en 1999 y próximamente tendrá una cuarta edición.
Diversos han sido los intelectuales que han plasmado elogiosas valoraciones sobre esta obra. Es un libro fácil de leer, rico en vocabulario, profundidad y novedad de ideas. Una muestra de esas opiniones sobre el volumen fue lo expresado por el historiador Ernesto Limia, quien lo consideró, junto a Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier, como esos libros que “no pueden estar ausentes de los planes del sistema de enseñanza”.[1] Para Juan Valdés Paz es uno de los mejores libros escritor por su autor. Un asiduo lector como Alberto Santamarina Guerra lo definió con el siguiente título: Los “cariños” quebrados de San Lorenzo.
Su acción como historiador ha cubierto otras zonas de la historia nacional. Es el caso de temas tan poco abordados por nuestra historiografía como el trotskismo cubano o el Congreso Cultural de La Habana (CCH), de enero de 1968. Sobre lo primero, Acosta ha publicado ensayos en revistas extranjeras como la francesa Contretemps. En cuanto al CCH, desde 2014 Acosta de Arriba lleva a cabo una investigación que se convertirá —esperemos que sea pronto— en un libro con entrevistas hechas a sociólogos, escritores, historiadores y ensayistas cubanos y extranjeros participantes del evento. Acerca de ese congreso, olvidado por la historia nacional, ha escrito numerosos artículos para revistas nacionales.
“Su acción como historiador ha cubierto otras zonas de la historia nacional”.
De forma sistemática Acosta escribe y publica reseñas sobre figuras históricas de nuestra nación (Julio Antonio Mella, Carlos Baliño, José Martí, Ana Betancourt, Antonio Maceo, Ramiro Guerra, Don Fernando Ortiz, entre otros). Una práctica que se le ha vuelto diaria y necesaria.
Exactamente el 11 de enero pasado, el Doctor en Ciencias Rafael Acosta de Arriba (título adquirido por una segunda tesis de doctorado que defendió en torno a la crítica de arte de Octavio Paz) ingresó en la Academia de Historia de Cuba, donde ocupó el escaño de la letra M (anteriormente a cargo del fallecido Dr. Alejandro García Álvarez). Este acto, realizado en el Aula Magna del Colegio de San Gerónimo, lo consagra y reafirma como un historiador reconocido; calificativo que bien merece, dados sus estudios minuciosos y prolongados sobre la historia patria.
Para el acto de ingreso Acosta presentó el enjundioso y necesario ensayo “Historia y visualidad, un binomio que apenas comienza su andadura”. En este texto pone de relieve no solo su gusto por los temas novedosos y poco explorados, sino también la voz de un historiador y un crítico de arte a tono con los tiempos actuales.
Este reconocimiento, que implica mayor compromiso, entrega, pasión, fuerza y profesionalidad, cierra una especie de ciclo en su vida profesional, iniciada en plena lozanía. Sin duda, sus maestros, amigos e inspiradores que no están físicamente se habrían sentido muy orgullosos de él. ¡Enhorabuena, maestro!