Un curso de Bad Bunny para aprender a ser malo
Benito Antonio Martínez Ocasio vuelve a estar en el centro de cada vez más excéntricos debates. Como parte de la maquinaria de promoción y de venta del producto que representa, cada discusión es más disparatada que la anterior. Ya se había propuesto en Twitter que se le nominara al Premio Nobel de Literatura; ahora la Universidad de San Diego en Estados Unidos quiere establecer un posgrado oficial en la temática de Bad Bunny. El conejo malo, al parecer, es tema de investigación para el profesor Nathian Rodríguez, de esa institución, quien le otorgó a BBC Mundo la primicia del suceso. Ya antes, el propio cantante había catalogado de “racismo y envidia” cualquier dardo envenenado en contra de lo que canta y promueve. Lo más reciente es su abrazo a la causa de género, un gesto con el cual piensa venderse a audiencias mayores y encajar en la corrección política posmoderna e identitaria. Bad Bunny sabe que el progresismo vende en estos momentos, o lo saben sus especialistas en marketing.
El profesor Nathian declara que a su despacho han entrado peticiones de todos los lugares para pasar el curso acerca de Bad Bunny, lo cual debería darnos a entender que no se trata de una banalidad ni de la apología a la ignorancia y la desfachatez, sino de un acontecimiento académico con todo el empaque que ello conlleva. Pero varios son los aspectos en los cuales el profesor se explaya y no puede evitar su connivencia con la propia industria a la que dice criticar o deconstruir. Al tiempo que señala que hay machismo y violencia en las letras de Bad Bunny, lo coloca como un ejemplo de latino que ha trascendido y que marca un modelo de vida, una forma de soñar, de manera que no solo el público hispano lo está consumiendo, sino también el anglosajón. El fenómeno de masas no es desmontado por el profesor, sino que se le santifica como una plataforma veraz para imponer una narrativa de lo que significa ser latino en los Estados Unidos y en el norte global. Los ingenuos caerán en estas líneas torcidas del diablo, pero los avezados en industria cultural saben que la academia posmoderna ha abandonado los enfoques serios y se concentra en cuestiones nimias, identitarias, en frases y poses, como por ejemplo, la que es destacada por Nathian en la entrevista: el hecho pueril de que Bad Bunny use faldas o bese a otro hombre en una gala de premiación. Abanderar la lucha por la igualdad desde el mercado no es para nada salvador, sino que banaliza y hunde los fundamentos de la causa en los vericuetos de las ventas. Y esa es la base del fenómeno Bad Bunny, la creación de una plataforma a partir de su persona para generar modelos de vida, de sueño y pensamiento; para que los niños de Puerto Rico y de todo el universo latino digan: “Yo quiero ser como él”. O sea, contradictorio, vacío, egocéntrico, narcisista y sin un centro emocional. Que el profesor Nathian sea un intelectual orgánico en este proceso resulta evidente y lamentable.
“Abanderar la lucha por la igualdad desde el mercado no es para nada salvador, sino que banaliza y hunde los fundamentos de la causa en los vericuetos de las ventas”.
Desde los años 60 del siglo XX en las academias de Estados Unidos y Europa se ha impuesto un enfoque culturológico de los conflictos sociales, en los cuales se deja de lado un enfoque realista y objetivo y se tienen en cuenta detalles identitarios. De tal forma, se segmentan los objetos de estudio y se los cosifica a partir de categorías insalvables con que se hacen luego las políticas públicas. En esa lógica, un latino es un latino, ni más ni menos, no puede moverse de ahí, y eso es lo que lo hace “único y entendible” para los anglosajones, que son a fin de cuentas quienes se erigen en árbitros de la civilización. De esta manera Bad Bunny es un objeto de feria que se adecua a los estándares posmodernos de una identidad de laboratorio, de un instrumento de cosificación y de control social. Su voz se presta para ese proyecto del siglo XXI que quiere hacer del posmodernismo una escuela mundial y un punto de vista inobjetable. Con la deconstrucción de la masculinidad —la cual Nathian sataniza injustamente cuando en la entrevista la llama “tóxica”— el conejo malo se hace eco de corrientes radicales y desenfocadas de cierto feminismo liberal que pulula en el capitalismo financiado por George Soros. Lo masculino, como lo femenino, no es ni bueno ni malo, no es una identidad inamovible a la cual abolir. Los enfoques de verdadera igualdad se pierden, pues el sistema necesita de hipótesis de conflicto, de guerras de sexos para darle calor a la caldera del divisionismo, la feria de las vanidades y el odio entre semejantes. No olvidemos a Carlos Marx, quien en el Manifiesto Comunista dijo que el capital nació chorreando lodo y sangre por todos sus poros, y de eso se trata en esencia el fenómeno Bad Bunny. No nos dejemos engañar.
Nathian es un experto en latinidad que ha dictado conferencias sobre figuras como Selena, la famosa cantante mexicana. Su obra como profesor está encaminada a los latinos como sujeto dentro de un universo anglosajón que abarca desde lo cotidiano hasta la industria cultural. Si bien es necesario que este grupo social se estudie y se le defienda dentro del panorama de aculturación de Occidente, hacer apología a la mercantilización, como lo hace Nathian, no debería ser el camino. Vender al por mayor implica que el fin justifica los medios. No hay crítica al neoliberalismo con elogios al mercado. O lo uno o lo otro. Y es la tibieza de este académico lo que hace banal el curso sobre Bad Bunny, y no necesariamente la recurrencia a esta figura.
El conejo malo no cambiará la manera en que Puerto Rico se enfrenta a su condición colonizada, de hecho, creer que el mercado —en lugar de la gente— traerá la liberación de la isla es parte de la metáfora falaz que nos propone el curso. La ambivalencia entre criticar el sistema y alabar el mercado se ve además en la forma en que Nathian habla de la cuestión de las letras de Bad Bunny, en las cuales dice que también “hay cosas buenas”. ¿De qué nos hablan esas canciones? De mujeres acosadas por hombres libidinosos, de relaciones donde el deseo queda cosificado en identidades inamovibles, de perreos que supuestamente empoderan a la mujer. Pareciera que, por un lado, Benito es machista, y por otro, se viste con faldas para purgar ese mismo pecado. Es como la conocida imagen del pecador que va una y otra vez a confesarse, sin purgar jamás su falta. La cultura woke es una cultura de la culpa y la culpabilización, del constante lloriqueo y victimismo, de la falsa redención y del uso de una moral de doble estándar. Bad Bunny es, de hecho, el vehículo perfecto de este relativismo filosófico, del cual ni él mismo sería capaz de entender los orígenes ni la finalidad.
Se asiste a una ingeniería social de adormecimiento con esta cultura woke (del inglés to wake up, o sea, despertar); una que vende las marcas de los movimientos sociales junto a un paquete de papas fritas y un refresco Sprite. Con el curso de Nathian se aspira a lo mismo, a levantar la marca, a vender mucho más. No hay una academia consciente, sino cómplice; no hay una crítica total, sino tibia. Y en este falso marxismo que Occidente reivindica no hay lucha de clases, ni existe un desmonte real de los mecanismos que perpetuan el rol de sometimiento de la latinidad. Uno de los recursos más recurrentes en la dominación es, de hecho, la absorción cultural, que es lo que Nathian apologiza en su curso: el hecho de que a Bad Bunny lo estén consumiendo multitudes de todas las etnias culturales, que lo ven como la rareza del momento o como la pizza con anchoas, la cual se ordena, se come y se digiere. El problema es que junto con el conejo malo quieren meter en el mismo paquete a la América de Rubén Darío, de Borges, de Rodó; al continente que es más que gritos guturales e incoherencias, al hispanismo que es una tradición riquísima y que el anglosajón ningunea desde el poder de plataformas. ¿Sabrá MTV de la existencia de poetas y filósofos puertorriqueños? Solo las canciones del conejo malo parecen tenerse en cuenta, solo ahí se activa el mecanismo falaz que llega a hablar de un Nobel para el bárbaro inconsciente. Puerto Rico no es solo lo raro, no está en las rimas simplistas y grotescas, sino que posee una intelectualidad, una conciencia de sí mismo y una historia real de la cual estar orgulloso. Pero, como pasa con los enfoques posmodernos, se prefiere la cosificación del otro, su encarcelamiento en categorías banales, en modas y en afeites de último momento, como la famosa falda que no le transfiere ninguna igualdad real a las canciones del conejo.
Lo triste es que el norte global quiera a través de sus tanques pensantes imponer a Bad Bunny como el latino por excelencia. Ya en el pasado, las series, las películas y otros productos hablaban de América del Sur como ese continente violento, de narcotráfico y mafias, inestable y peligroso. La figura de Pablo Escobar fue, en no pocas secuencias, propuesta como icónica de esa imagen distorsionada, incluso al nivel de un Robin Hood. Los estereotipos que se fabrican tienen un impacto en el subconsciente del propio latino y bajan su autoestima; le dicen lo que debe ser, lo detienen en su autoimagen, lo destrozan en su deseo de ir más allá y superarse. Ese es el verdadero papel del multiculturalismo posmoderno, ese que el profesor Edward Said en la Universidad de Columbia propuso como ideología de la nueva izquierda liberal norteamericana, como poder inteligente para dominar el tercer mundo. Quizás Said pensara que le hacía un bien al sur global, pero en realidad lo desempoderaba de las armas reales para la emancipación al tiempo que daba paso a sucedáneos de identidades, las cuales se fragmentan cada vez más llegando a un infinito de conflictos superfluos, con los cuales la industria puede luego hacer dinero.
La posmodernidad es una visión liberal del asunto histórico que nos dice que renunciemos a los grandes relatos y nos conformemos con verdades relativas y moribundas. Esa es su liberación, la de no hacer nada más allá de adueñarnos de una subjetividad débil y parapetarnos detrás. Por eso Nathian, a la par que reconoce el machismo de Bad Bunny, lo coloca como ejemplo de hombre, porque la contradicción lógica no le importa a quienes reniegan de la lógica y la razón. Los relatos adecuan la realidad a sí mismos y no van detrás de los datos empíricos. Los sesgos mandan dentro de las investigaciones sociales y moldean los resultados, sin importar si en el proceso dañan a personas o niegan causas reales y justas.
Como discurso estético, la posmodernidad puede ser atractiva. Por ejemplo, en las películas de Lars von Trier, donde hay una deconstrucción del relato y se abordan las cuestiones menos gloriosas de la vida. Sobran los ejemplos de dicho cineasta, desde El anticristo hasta las diferentes sagas cinematográficas en las cuales aborda la estupidez y la crueldad del hombre, a veces de una forma obscena. Pero en la deshumanización de la obra de Von Trier hay una defensa del humanismo, de hecho, existe una búsqueda del humanismo más allá de las relatividades y la falsedad. No se puede decir lo mismo de Benito, el conejo malo, quien no busca nada, sino que ya halló las respuestas y proclama dichos entuertos a los cuatro vientos, incluyendo la fórmula para liberar Puerto Rico.
Bad Bunny es el sueño de la razón y los monstruos que ello engendra. O sea, que nada en él es fortuito, sino que ha sido programado. A diferencia de la crítica a la razón que hay en la obra posmoderna de Lars von Trier, en el conejo vemos un sumergimiento y una aquiescencia. Pero pareciera un pecado el solo hecho de comparar a una y otra figura; solo se toman ambas muestras para ilustrar cómo la posmodernidad solo podría ser útil si va contra sí misma y no se erige en verdad universal, negando el resto de los relatos. Ese debería ser el fundamento del curso de Nathian, y no ver si el cantante besa a otro muchacho, lo cual ciertamente no nos interesa. Lo privado no determina lo público a no ser que venga cargado con un mensaje lo suficiente poderoso, rompedor y revolucionario. Un beso, como la rosa de Umberto Eco, es solo un beso. No hay más, aunque se le quiera llenar de contenidos cursis y reivindicativos. La verdadera poesía del cambio social va más allá, es más desquiciante y a la vez razonable, más dura y a la vez humana, más crítica y también coherente.
Porque lo que nos viene faltando en el fenómeno Bad Bunny es eso: ponerle un pare, darle stop en la pantalla y pasar a la verdadera crítica de la sinrazón. El cantante no va más allá de un movimiento de mercado, pero a través de él el mercado se impone, rompe las barreras de cualquier academia y se presenta como lo único que nos va a salvar, como la metáfora del nuevo Robin Hood, como el hombre nuevo que trae en sí las sustancias de la libertad y que debe asumirse como modelo.
Bad Bunny es tan malo y tan cursi como mismo lo indica su nombre. No se trata de una maldad basada en hechos dañinos, sino de la intención metamorfoseada en filosofía. La simpleza y la parálisis lo acompañan. Eso no lo dirá Nathian, interesado en vender los cupones de su curso. Tampoco dirá que este fenómeno es lo verdaderamente tóxico y no la masculinidad. El conejo malo es el veneno del momento, pero una y otra vez se nos presenta como la cura y el bálsamo a todo mal.
Ojalá esta posmodernidad tóxica no haga demasiado daño. Ojalá acabe pronto, para el bien de todos, el sueño de la razón.