La integración del movimiento separatista cubano alcanzada por José Martí con su prédica revolucionaria sufrió una paulatina ruptura tras su muerte en mayo de 1895, cuando apenas se iniciaba la contienda bélica. Desde ese momento, y hasta enero de 1898, año en que se frustra de manera definitiva el ideal independentista con la intervención norteamericana, comenzaron a surgir contradicciones en el interior de los grupos de patriotas que se encontraban tanto en la Isla como fuera de ella. Según el investigador Ibrahim Hidalgo, esta involución en el espíritu redentor estuvo dada, entre otros factores, por una variación en su composición social como consecuencia del apoyo a la causa libertadora de algunos grandes hacendados que, al convencerse de la incapacidad de la Metrópoli para proteger sus intereses, o bien se ampararon en las tropas cubanas a cambio de recursos económicos, o bien emigraron hacia otros países, entre ellos, Estados Unidos. “En este país —dice el historiador—, unidos a los autonomistas del exilio en la convicción de la imposibilidad de continuar sus labores políticas con la protección oficial hispana, vieron que podían vincularse e influenciar, aduciendo coincidencias de objetivos, en aquellos momentos”. [1]
La incorporación de este sector social a la ya heterogénea organización revolucionaria trajo consigo nuevas complejidades desde el punto de vista político-ideológico, no solo porque introdujo nuevos matices clasistas que separaban al proyecto liberador del concebido por Martí, sino también porque logró condicionar su desarrollo desde la más alta jerarquía de su dirección. Ello explica el hecho de que Patria, que hasta la muerte de su creador se había instituido como medio difusor de las actividades de los patriotas cubanos y puertorriqueños, y formador de los más altos valores humanos, sufriera cambios en su proyección política e ideológica y adquiriera el carácter de “Órgano de la Delegación del Partido Revolucionario Cubano”. La gran obra misionera del Apóstol se alejaba así de los más nobles propósitos que le dieron vida para convertirse en un mero vehículo de oficialización.
Fue por este motivo que algunos de los más fieles seguidores estimaron conveniente la creación de una nueva publicación que diera continuidad al ideario martiano y que sirviera como contención a la progresiva expansión de la ideología conservadora entre los emigrados. De esta manera surgió La Doctrina de Martí, periódico que vio la luz entre 1896 y 1898 bajo la dirección de Rafael Serra con la colaboración de destacados patriotas, algunos de los cuales ya habían prestado sus servicios en Patria. Como entonces, el objetivo político que se trazaron estos hombres con su empresa editorial fue muy claro: mantener una conciencia revolucionaria de vanguardia, basada en los principios éticos del Maestro, que garantizara la unidad ideológica del movimiento emancipador con vistas al desarrollo favorable no solo de la guerra, sino también de la sociedad cubana una vez alcanzada la independencia. Así, La Doctrina se convertía en una suerte de avisador y censor de las cada vez más frecuentes inconsecuencias del proceso político en curso con el proyecto martiano que le dio origen; de ahí que resultara lugar común en sus páginas la denuncia de ciertos acontecimientos que socavaban la integridad de la gran obra de concertación del Apóstol.
“…La Doctrina [de Martí] se convertía en una suerte de avisador y censor de las cada vez más frecuentes inconsecuencias del proceso político en curso con el proyecto martiano que le dio origen…”.
Una de sus polémicas más extensas fue la entablada por Sotero Figueroa, su editor, a propósito de la aparición del libro Apuntes históricos: propaganda y corrientes revolucionarias cubanas en los Estados Unidos desde enero de 1880 hasta febrero de 1895, escrito por Enrique Trujillo, director del periódico El Porvenir, el cual resultaba un intento por tergiversar la historia de la revolución cubana a través de la reinterpretación de ciertos pasajes de su etapa más reciente, con el objetivo de desprestigiar a algunas de sus figuras más relevantes y dinamitar los valores en los que se había asentado la tradición emancipadora en Cuba. En siete artículos aparecidos entre el 16 de septiembre de 1896 y el 2 de marzo de 1897, el patriota puertorriqueño revela las intenciones solapadas del autor de dichos apuntes y esclarece los hechos allí narrados.
La disputa ideológica de estos dos hombres a través de la prensa no constituía en ese momento una novedad. Trujillo, quien desde años anteriores se había convertido en un detractor declarado del quehacer de aglutinación martiano, ya había sido enfrentado por Figueroa en una ocasión anterior desde las páginas de Patria aparecida en el noveno número correspondiente al 7 de mayo de 1892 bajo el título “Comunicaciones Oficiales del Cuerpo de Consejo de N.Y.”. En ese caso se trataba de una carta enviada a los redactores del periódico en que solicitaba extender a otros medios de prensa afiliados al PRC una declaración adjunta en que se recogía un acuerdo tomado por dicho Cuerpo de Consejo durante su sesión de trabajo correspondiente al 28 de abril en relación con escritos aparecidos en El Porvenir que desacreditaban las acciones patrióticas del Partido. El documento daba una respuesta contundente ante semejante suceso:
Vista la actitud resueltamente hostil y perturbadora que sobre el actual movimiento de unificación revolucionaria antillana ha adoptado El Porvenir (…) este Cuerpo de Consejo hace constar que las ideas que emite el tal periódico no responden en manera alguna a la política de levantada concordia y atracción que es la base del PRC. (…) Es, pues, este periódico, más que disidente, rebelde dentro de la colectividad, y en tal virtud, queda desautorizado públicamente por este Cuerpo de Consejo.[2]
Al cierre de la carta declaraban haberla firmado Juan Fraga, Federico Sánchez, Emilio Leal, Gonzalo de Quesada, Rosendo Rodríguez y Sotero Figueroa.
Sin embargo, este no fue el inicio de las controversias. Semanas antes de la publicación de este texto protesta, ya había sido necesario dedicar unas líneas, no sin cierta diplomacia, a hacer precisiones sobre algunas ideas planteadas por el señor Trujillo en su periódico. En el segundo número, y bajo el título “Patria: no Órgano”, texto sin firma atribuido siempre a Martí, se comienza agradeciendo las palabras con que El Porvenir saluda la aparición de Patria y rápidamente se pasa a aclarar las insinuaciones de su director con respecto al carácter de la nueva publicación patriótica cuando expresa: “Según se desprende de su contenido general, viene a llenar la misión de órgano del Partido Revolucionario Cubano, que está en período de organización y que pronto ha de quedar definitivamente constituido”.[3]
Tal consideración era contraria al enfoque que Martí había querido otorgarle. Reconocer a Patria como el órgano del Partido significaba conferirle una naturaleza oficial a todo lo que allí apareciera, lo cual no resultaba prudente en un momento en que la organización no se encontraba cabalmente instituida aún. Oficializar ideas y proyectos podía acarrear el alejamiento de determinados elementos en lugar de propiciar la necesaria unión, de ahí que la respuesta a esto no se hiciera esperar:
Los revolucionarios de New York han creado Patria, y ella nace para lo único a que tiene derecho, para decir lo que está en el corazón de los revolucionarios de New York. La aparición de Patria como órgano presunto de un partido que está aún en creación, sería un acto de premura pernicioso y punible. (…) El partido, una vez creado, hallará medio de que cundan las ideas beneficiosas al país. Órgano suyo será naturalmente todo patriota puro.[4]
Pero los nuevos ataques del señor Trujillo no solo tenían como objetivo perturbar el buen desarrollo del movimiento revolucionario, aprovechando su estado de orfandad tras la pérdida de su máximo guía, sino que también apuntaban a la institución de una nueva lógica de interpretación histórica favorable a la perpetuación de la ideología de aquella facción antirrevolucionaria que se hallaba en el seno del Partido, a cuyos intereses respondía el autor del libro. Con la publicación de aquellos apuntes de pretensiones históricas, dicho personaje aspiraba a iniciar un proceso de construcción y asentamiento de la memoria colectiva contrario a la realidad de los sucesos que habían acaecido, con el fin de deslegitimar la tradición patriótica del pueblo cubano, encarnada en sus más destacados líderes, para avalar un nuevo tipo de conducción política con propuestas antagónicas a los más genuinos anhelos de las mayorías. Ante tal hecho, y con la convicción de estar atravesando por un momento particularmente decisorio del futuro de la nación, Sotero Figueroa emprende una labor que él mismo define como “de reparación histórica” mediante la deconstrucción del texto de Trujillo, la cual encabeza con el título imperativo “Calle la pasión y hable la sinceridad”. [5]
Para iniciar su análisis, en el primer escrito de la serie el editor de La Doctrina parte de la definición de los conceptos y principios metodológicos y éticos desde los cuales él considera se debe erigir el trabajo historiográfico; ello, como base para la crítica de la obra en cuestión que cataloga de “precipitada, mal ordenada, peor escrita e inconveniente de todo en todo en los presentes momentos”. [6] De acuerdo con sus criterios, historiar es
la narración y exposición verdadera de los acontecimientos pasados y cosas memorables; (…) es investigar con criterio sano, sin juicio preconcebido, en las fuentes de información incontrovertibles, que siempre quedan de todo suceso magno del cual los pueblos pueden sacar lecciones sabias para el porvenir, y deducir reflexiones lógicas y sagaces que lleven al convencimiento del ánimo, y hagan surgir en sus hermosas proporciones, en sus rasgos enaltecedores de vida pública, a los hombres privilegiados que por su labor excepcional se han hecho dignos del aplauso de las multitudes y de las glorificaciones de la posteridad.[7]
El libro de Trujillo “…resultaba un intento por tergiversar la historia de la revolución cubana a través de la reinterpretación de ciertos pasajes de su etapa más reciente, con el objetivo de desprestigiar a algunas de sus figuras más relevantes y dinamitar los valores en los que se había asentado la tradición emancipadora en Cuba…”.
Apoyándose en esto, Figueroa discrepa de la premisa de Trujillo de escribir la historia en la medida en la que van ocurriendo los hechos y, al argumento expuesto por este de que esa resulta la mejor manera para aclarar los acontecimientos, anota que ello también propicia las valoraciones prematuramente exaltadoras y que la historia, en tanto recta e imparcial, es inapelable. Posteriormente, pone en tela de juicio el rigor y la profesionalidad del trabajo historiográfico de este autor que admite la posibilidad de rectificar o ratificar sus notas en caso de que algún aludido en ellas considere que no se ajustan a la estricta verdad. Ello también le permite cuestionar la legitimidad de las fuentes de información que ubica en el periódico El Porvenir, del cual, dice Sotero Figueroa, Trujillo era “oráculo, pontífice y oficiante: todo en una sola pieza”.[8]
Especial atención brinda en este primer texto a develar los intentos del autor de los Apuntes… para obstaculizar la obra de José Martí al frente del PRC, tanto en el seno de los clubes revolucionarios como a través de la prensa al punto de que “el libro todo aparece como para empequeñecer la figura del Apóstol ejemplar y exaltar un tantico —ya que nadie lo hace— su borrosa personalidad”.[9] En concordancia con esto, comenta con sarcasmo el desacertado paralelismo que este hombre había establecido durante una célebre conmemoración entre su persona y Martí, al decir que este había sido el verbo hablado y él, el verbo escrito. La analogía no es casual, y a su vez se relaciona con otros pares de conceptos que, de acuerdo con la cultura occidental, añaden nuevas connotaciones. Así, el binomio oralidad/escritura se asocia a otros tales como efímero/permanente, dudoso/veraz, falso/legítimo, intrascendente/trascendente. De acuerdo con esto, la figura de Martí quedaba aminorada frente a la de Trujillo.