Un canto de alto vuelo sobre Latinoamérica
En tiempos en que la canción pugna por mantenerse en la preferencia frente a un consumo mediático que no siempre pondera su existencia, hay intérpretes que sustentan su estética comunicativa en el regreso a los clásicos. En una pretensión manifiesta de alinearse en el camino de la palabra certera, simbólica, metafórica, si se quiere, pero siempre genuina, Gretel Cazón es de esas artistas y por ello celebra su nominación a los Premios Cubadisco 2023 con el álbum Como la alondra, un recorrido por el cancionero latinoamericano.
Este fonograma privilegia el decir de las cuerdas pulsadas, como esa otra voz que acompaña el decir de Gretel.
Nominado en las categorías de canción y diseño, de acuerdo con las palabras del Premio Nacional de Literatura, Miguel Barnet, a cargo de las notas del álbum, nuevamente Gretel apuesta por el buen tino en cuanto a la selección del repertorio, y a ello suma una depurada técnica y matices interpretativos. Un repertorio que, bajo la producción musical de Gastón Joya, asume todas las exigencias sonoras de la contemporaneidad.
Como la alondra, desde el concepto mismo del diseño, juega con los colores, la evocación a esa naturaleza mágica que distingue a esta zona del mundo y que al decir del gran Carpentier se integra a ese real maravilloso que no es más que la conjunción de elementos que, por muy divergentes que parezcan, se atan a un concepto de verdad genuina y singular. En medio de esa atmósfera ideada por el diseñador Ricardo Monnar se inserta la figura de Gretel Cazón como salida de un libro que —como intérprete-narradora— recrea temas emblemáticos del alma latinoamericana, y para ello se mueve entre el bolero, el joropo, pasando por la habanera, hasta sellar con el bolero. Algún especialista denotó al ver el diseño del disco que remedaba a figuras como Lila Downs o Frida Kahlo, y es que, de alguna manera, el concepto de identidad latinoamericana bien explicitada desde la canción simultanea de igual grado a nivel de dinámica visual.
El álbum, según la intérprete, se concibió como un viaje que debía iniciarse al amanecer y las propias canciones conducirían hasta entrada la madrugada. “Ese fue el disco que soñé y me satisface mucho al escucharlo hoy, mantener la misma sensación”, asegura. Bajo ese concepto, el fonograma privilegia el decir de las cuerdas pulsadas, como esa otra voz que acompaña el decir de Gretel; a veces como susurro, otras, más reflexiva; siempre dialógica y receptiva, cual si fuera el otro yo que vibra en el disco.
De esa manera, entre intérprete e instrumento se sostiene un perenne diálogo que acentúa el aire intimista e introspectivo de la propuesta. Entre ambos parece sostenerse la búsqueda, como si el fonograma funcionara a modo de una gran descarga, en la cual las emociones se sostienen, secundan, afirman.
“Como la alondra” comienza el tránsito con la lírica trovadoresca que emana de Sindo Garay y justo es el título que da nombre al fonograma. Cual si afirmara lo autobiográfico que puede haber en él, la voz narrativa se identifica en esta expresión: “Igual que los antiguos y errantes trovadores, busco por el mundo un ser a quien amar”; dicha desde lo lírico, esa alusión en primera persona distintiva de la trova, Gretel la hace suya.
Continúa la búsqueda introspectiva de la magia del célebre compositor mexicano Agustín Lara y entonces aparece “Amor de mis amores”, la próxima canción que desde el bolero, logra que el tres ocupe los posibles silencios que el texto provoca. Este tema que ha acompañado a la cinematografía azteca aparece en este disco con la justa mesura entre lo lírico y lo popular.
Si hasta este momento el fonograma se mantenía sobre una cuerda más tranquila en consonancia con el tono de confesión de las primeras propuestas, el joropo “Alma llanera”, de la autoría de Elías Gutiérrez, constituye el primer giro melódico del álbum y da pie para que el siguiente tema, “Recuerdos de Ipacarai”, distintivo canto guaraní, encuentre en voz de Gretel un especial tono. En esta canción, la guitara al dialogar con la intérprete crea una ilusión de inmensidad que pareciera recorrer el espacio físico que se presenta ante quien escucha.
Prosigue la tonada chilena “Yo vendo unos ojos negros”, que antecede a la habanera “La paloma”; este último tema constituye el punto climático del fonograma, en tanto marca un segundo momento dramatúrgico. A partir de ahí, alternan boleros, tango y canción, lo cual acentúa un tono mucho más intimista dentro de la propuesta.
Una canción como “Toda una vida”, de Osvaldo Farrés, denota un giro muy particular dentro del disco con la presencia del trío Los embajadores. Tema muy conocido por varias generaciones que, en esta ocasión, crece desde un concepto un tanto cameral, con respecto al resto de las propuestas. Recuerdo que en la presentación del fonograma Gastón Joya apuntaba que no habían querido reproducir en el álbum los diferentes temas; sino buscar sus propias creaciones dentro de aquellas esencias.
En ese sentido el disco constituye una relectura de esos clásicos desde los propios ambientes que fueron capaces de reconstruir bajo la conjunción de voz y guitarra. Ahí resalta uno de los rasgos principales de este álbum: su sencillez, su minimalismo a la hora de construir o concebir los contrastes entre los momentos melódicos más íntimos y los otros de mayor contenido dramático. En cualquier caso no hay rebuscadas soluciones armónicas; por el contrario, estas se van sucediendo o yuxtaponiendo en busca de un bien común: hacer prevalecer la canción como hacedora y receptora de sentimientos universales: amor, despedidas, búsquedas, nostalgia, todas dejando como denominador común y resultante, el grato sabor de poder compartirlos con el oyente más exigente o neófito.
Si de canción se trata, no podía faltar un tema como “Solamente una vez”, también de Agustín Lara, y qué orgullo que las notas finales del disco lleguen con el filin de César Portillo de la Luz y José Antonio Méndez en propuestas como “Noche cubana”, “Y decídete mi amor” y “Soy tan feliz”, respectivamente. Esa modalidad de la canción que desde finales de los años 40 del pasado siglo nos acompaña y que hoy voces como las de Gretel nos la acerca con particulares matices.
“Uno de los rasgos principales de este álbum es su sencillez, su minimalismo a la hora de construir o concebir los contrastes entre los momentos melódicos más íntimos y los otros de mayor contenido dramático”.
Al decir de Miguel Barnet, en este disco la intérprete no se propone un rescate arqueológico, sino recoger piezas inmortales y eso acaba con cualquier promiscuidad sonora. No se trata de rescate; sino de salvaguarda de esa canción que permanece y permanecerá mientras los seres humanos de cualquier parte necesiten de estas letras para enamorarse o para algo tan “sencillo” y “mundano” como es vivir.
Llega Como la alondra a la palestra musical poco tiempo después de que la cantante asumiera el reto discográfico de Rumba azul, también en defensa de la canción. Gretel Cazón logra, con el auspicio del sello Unicornio de Producciones Abdala y el Centro Nacional de Música Popular, otra vez la excelencia en la selección del repertorio y el riguroso trabajo de investigación que, tras su voz, se erige con el asesoramiento del valioso investigador Jorge Rodríguez.
De seguro el disco será presentado en concierto. Ojalá para la ocasión puedan estar las manos prodigiosas que lo sostuvieron: Barbarito Torres, laúd; Carlos Ernesto Varona, guitarra clásica; Héctor Quintana y Nam Sam, guitarra eléctrica; Julito Padrón, trompeta; César Hechavarría, tres, clave y maraca; Marlene Martínez y Javier Valladares, en los coros. Mientras la cita en vivo se prepara, invitamos a disfrutarlo en tanto es una propuesta para llevar consigo, porque la integran canciones de siempre, esas que acompañan y crecen en el tiempo, sencillamente porque este las afirma como un canto de alto vuelo sobre Latinoamérica.