Todo el que haya tenido que ver con el arte y la cultura en Matanzas, en toda Cuba (fíjense que no menciono exclusivamente el teatro), conoce a Rolando Estévez Jordán. Un artista total. Desde su personalidad singular hasta su impronta plástica en libros, performances, objetos esculturados, dibujos, pinturas, desfiles de moda, carteles, ambientaciones, espectáculos teatrales, conciertos; siempre se supo que era él, un artista mayúsculo e imprescindible.
Nunca fuimos amigos cercanos, aunque sí intercambiamos alguna vez en Cuba y en México, donde viajamos juntos en 2002, maneras de ver la vida y de enjuiciar uno u otro aspecto social, cultural o filosófico. Eso no me impidió jamás reconocer su grandeza como creador, de disfrutarlo y apreciar su obra con creces. En mi casa, en el sitio donde me acompañan el desaparecido Francisco Cobo, el contemporáneo Adrián Socorro, o el Premio Nacional de Artes Plásticas Alfredo Sosabravo, hay un Rolando Estévez, y ahí seguirá.
“La tristeza se adueña hoy de la ciudad y demorará en llegar el alivio”.
Cualquiera que ame como amó él la vida y el arte, de manera apasionada, lamentará su ausencia física. Estévez deja un vacío enorme e irremplazable. Le agradezco todo lo bueno que hizo por Matanzas; tributos, rescates, reclamos, entre ellos pedir el cambio del antiguo nombre por el poético Bellamar. La tristeza se adueña hoy de la ciudad y demorará en llegar el alivio. Toda la luz sea con Rolando Estévez