Nuestra Cuba se ha diversificado en cuanto a actores sociales que intervienen en el espacio público para transformarlo y contribuir a un desarrollo comunitario que termina tributando al desarrollo integral del país. El terreno de las artes plásticas y visuales no ha sido la excepción, y en las últimas décadas han emergido proyectos comunitarios que han posibilitado no solo un mar de oportunidades para la superación de niños, jóvenes y adolescentes, sino un espacio para el desempeño profesional de artistas y pedagogos al darles la oportunidad de trabajar de forma sostenida con quienes más lo necesitan.

En este artículo se abordan los criterios y vivencias de tres jóvenes que se desempeñan como docentes en el proyecto comunitario Casa Yeti, liderado por el artista Agustín Villafaña.

Proyecto Casa Yeti. Fotos: Cortesía del proyecto Arteco
 

Katherine Fernández Cuba, graduada de Instructora de Arte, recién lleva un año en Casa Yeti, y comenta sus experiencias y opiniones como profesora de apoyo trabajando con los más pequeños:

“Mi formación pedagógica me ha ayudado a acercarme mejor a cada niño, acorde a su edad, características y capacidades. Muchos vienen porque sus padres los traen, también hemos realizado intervenciones en la calle y esto posibilita dar a conocer estas opciones. Trabajamos junto con ellos en todos los procesos; las exposiciones que hacemos también los ayudan a inspirarse y ver sus resultados.

“Tenemos estudiantes que están en la enseñanza media, técnica y profesional, en este sentido hemos alcanzado acuerdos con los directivos de los centros docentes para que este sea el círculo de interés. En muchas de estas escuelas la apreciación artística es una asignatura obligatoria y evaluativa, entonces ellos tienen la presión de la nota. Aquí nos centramos en las personas que realmente les gusta, además, el proceso es mucho más diferenciado según sus intereses.

“La idea es vincular la plástica a su rutina diaria. Si van a ser creadores o no, depende de cada uno pero, de una forma u otra, esto siempre estará presente en sus vidas, pues el arte te ayuda a ver el mundo con colores, te libera. Si luego son ingenieros, maestros o médicos, aunque estén trabajando en una oficina, podrán ver mucho más allá de esas cuatro paredes”.

 

Alberto Herrera Marquetti también es graduado de la Escuela de Instructores de Arte, artista de la plástica y el tatuaje. Lleva ocho años dando clases a niños, adolescentes y adultos. Además, ha fungido como entrenador para adolescentes que se presentan a las pruebas de la Academia de Arte San Alejandro. En este sentido exploramos sus criterios sobre la enseñanza artística en Cuba y cuánto le pueden aportar este tipo de proyectos a la cultura nacional:

“Entré al proyecto luego de terminar el Servicio Militar Activo. Estaba un poco desvinculado y el profesor Agustín Villafaña me dio algunos cursos que me ayudaron a centrarme en lo que me interesaba. Luego entregué muchos de esos conocimientos en las asignaturas de Dibujo Básico y Dibujo Creativo. También preparé a varios jóvenes para entrar en San Alejandro.

“Impartir clases siempre es un reto. Te obliga a estudiar constantemente y superarte. También enriquece tu obra y manera de pensar, pues todo el mundo viene con vivencias diferentes que integras a tus creaciones. Es sorprendente lo que uno aprende mientras enseña. Es muy rico trabajar con personas que vienen de la calle, pues traen muchas experiencias de vida que terminan aplicándolas al arte. Ahora mismo estoy trabajando con un herrero que quiere fusionar elementos de la herrería, como el doblez del metal, con la plástica.

“Para mí, artista es todo el que sea capaz de crear algo. Cuando esta persona siente que necesita herramientas, entonces se acerca a una academia para adquirirlas. Ahí aprende cómo usar la línea, las gamas cromáticas, cómo hacer una paleta, preparar una tela… Enriqueces tu creatividad con esos conocimientos porque te abre un universo de posibilidades nuevas. Pero realmente el artista viene con uno, pues a veces pasas la escuela y terminas sin una carrera porque realmente no te interesaba. Por eso creo que estos proyectos tienen una gran importancia, porque crean un espacio para quienes sientan la necesidad de formarse mejor.

“Varios jóvenes se acercan para prepararse para las pruebas de San Alejandro. Hace algunos años que no me desempeño en esta labor; pero, cuando lo hacía, nos centrábamos en la naturaleza muerta porque era uno de los géneros que les medían. También impartíamos fundamentos de dibujo e historia del arte. Nosotros no cobramos nada por esto, y creo que es una opción más para el que quiere prepararse para entrar en una escuela de arte, pues la propia evolución del movimiento artístico en Cuba ha posibilitado que muchos jóvenes ya vayan a estas pruebas con un entrenamiento. Esto, en mi criterio, no es malo, pues una academia con enfoque profesional no puede aceptar 500 estudiantes, deben entrar los mejores y por eso es necesario que todo el mundo pueda tener un espacio para ir a las pruebas con cierta base”.

 

Moya, uno de los participantes en el proyecto es graduado de Historia en la Universidad de La Habana. Inició sus primeros pasos en el arte en el movimiento de artistas aficionados coordinado por la Dirección de Extensión Universitaria. Actualmente se dedica de forma profesional al grabado y nos comenta cómo el proyecto ha contribuido a su desarrollo y al de sus discípulos:

“Aprendí mis primeros elementos de grabado con mi suegro. Luego me relacioné con Casa Yeti, pero solo en las exposiciones. Me fui vinculando al taller de grabado, sobre todo cuando tenía alguna pieza en formato grande que no podía hacer en la casa.

“No tengo una formación de escuela de arte, y varios artistas me lo han celebrado al ver mi obra por no estar ‘contaminada’ de algún modo con la estética de la academia. Aun así yo siento que hay elementos dentro de mi trabajo que me hubiera sido más fácil conseguirlos si me hubiera formado de este modo. Llevo cerca de ocho años trabajando en artes visuales y tres viviendo de ellas. Al principio fue una indagación hasta que encontré un camino por el cual desarrollarme.  

“Con respecto al trabajo en Casa Yeti, nos enfocamos en el público adulto por las complejidades técnicas del grabado. El proyecto me ha dado un sitio para trabajar. Cuando empecé a venir, estaba en una vertiente muy experimental que mezclaba el grabado con la pintura y la escultura, luego empiezo a retomar aquellas técnicas que no había podido explotar por no tener condiciones.

“En la universidad conecté con muchas personas formadas en Educación Popular y es algo que trato de aplicar aquí. El grabado, como modalidad de estudio, tiene pocos alumnos porque el taller es pequeño; lo que trato de hacer es regirme por una línea básica que sea lo suficientemente flexible para adaptarla a las necesidades de cada uno.

“En mi experiencia como profesor he tenido varios alumnos con conocimiento primario de pintura o artesanía que han utilizado estas técnicas para incorporarlas en su quehacer artístico cotidiano. También he trabajado con otros muchachos de la comunidad que están explorando sus capacidades. Esta es una manifestación muy difícil para hacer en casa por la cantidad de requisitos técnicos y materiales que lleva, por tanto, para dedicarte a ella tienes que estar muy seguro.

“Siento que las oportunidades formativas pueden funcionar en dos sentidos: por un lado, personas que logran aquí obtener un oficio y ganar su sustento con esto, y otras que lo toman como un hobby. El espacio cumple su cometido en cuanto a brindar el conocimiento y la práctica, cada cual debe decidir si se encamina por ahí o no. No obstante, de los siete alumnos que he tenido, tres están usando el grabado como un medio de vida, y, teniendo en cuenta la complejidad de esta manifestación, creo que es una cifra feliz”.

 

Aunque estos jóvenes vinculados al proyecto Casa Yeti tienen experiencias profesionales muy distintas, todos coinciden en algo: el arte tiene una capacidad transformadora que ayuda a los sujetos a emanciparse. Algunos artistas prefieren encerrarse en su estudio, mientras otros apuestan por enseñar lo que saben. Democratizar el acceso a una formación artística, ya sea de forma profesional o complementaria, es una tarea difícil; pero tal vez el mayor agradecimiento que puede tener un maestro es construir su obra con varios fragmentos de sus discípulos.