Álvaro Castillo Granada, colombiano y cubano de la mejor cepa, se inició desde muy joven en el mundo de las librerías. Ese fue su sueño desde niño: ser librero. Apodado por el mismísimo Gabriel García Márquez con el mote de Librovejero, es, sin lugar a dudas, un hombre de letras, de libros, de literatura, un ser para quien ir a un libro representa un “acto de libertad” y una librería una suerte de confesionario, de espacio nuestro, de refugio y catarsis ante problemas cotidianos, un espacio en el que los libreros se transforman en cómplices de los lectores.

Álvaro Castillo Granada: “He hecho tantos viajes a Cuba que ya perdí la cuenta. Solo sé que, de los doce meses del año, permanezco acá al menos cuatro”.

“El libro siempre va a estar asociado a la memoria del librero, a la persona que lo recomendó”, comentó Álvaro el pasado 9 de marzo en la Feria del Libro de Artemisa, cuando tras la emotiva presentación de su título Con los libreros en Cuba, tuve la oportunidad de conversar con él. Escuchándolo evoqué las palabras de José Luís Díaz-Granados: “…es librero por los cuatro costados de su humanidad física, espiritual e intelectual”. Precisamente desde ellos, desde los cuatro costados de esa noble y maravillosa humanidad de Álvaro, llega esta entrevista.    

Con los libreros en Cuba figura y configura la cartografía de una memoria literaria, memoria sentida, de corazón…” 

Álvaro Castillo Granada sostiene que los libros le han permitido ser un hombre de letras “sin ser escritor”. Sin embargo, ha escrito Diez poetas rusos del siglo XX (2002), El libro (recuerdos de un lector (2004), Julio Cortázar. Una lectura permutante del Capítulo 7 de Rayuela (2005), En viaje (2007), De cuando Pablo Neruda plagió a Miguel Ángel Macau (2008), Cuando yo empezaba (2009), Encuentros con Paco Ignacio Taibo II (2013), Un librero (2014), Con los libreros en Cuba (2020) y Librovejero (2021). Además, fue mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2012 por su relato “Los sonetos”; III Premio en el Concurso Nacional de Cuento La Cueva, 2016 -2017 de Colombia, más escrito y publicado varios libros sobre el oficio de librero. ¿Será que el oficio de librero a tiempo completo impide a Álvaro Castillo percatarse de que también es escritor?  

Es una pregunta que me han hecho varias veces y todavía no tengo una respuesta clara, tal vez porque llevo tantos años como librero, más de 35 ejerciendo este oficio. La faceta de la escritura fue siempre para mí algo anexo al librero. Primero soy librero, el lector y después el escritor como que no terminaba de creérmelo. Para muchos, no solamente para mí, resulta muy difícil ver al escritor detrás del librero, pero creo que en el fondo somos la misma persona. Es como una especie de oficio que permite un sinnúmero de posibilidades, ser librero, ser lector, ser escritor, ser conversador, ser viajero, ser observador. La escritura siempre ha estado presente en mí, solo que aparentemente en los últimos años me he intentado convencer poco a poco que también soy un escritor.

Librovejero es un mote que le adjudicara personalmente el mismísimo Gabriel García Márquez. ¿Cómo fue su relación con su coterráneo, premio Nobel y mítico autor de Cien años de soledad?, ¿Cómo surgió en el Gabo ese cariñoso y tierno apodo?

Siempre he creído que la vida me permitió la posibilidad increíble de hacer realidad un sueño que no había soñado. Jamás se me ocurrió pensar que podría conocer y tratar de alguna manera a Gabriel García Márquez. La vida me dio el privilegio inmenso de existir para él, porque obviamente él ya existía para todos nosotros. Lo conocí gracias a mi oficio de librero a finales de los años noventa y sobre todo creo que fue una relación muy cubana, pues nos vimos aquí en Cuba, en La Habana. Llegó un momento en el que dejó de decirme Álvaro y pasé a ser para él Librovejero. Libroviejero, así me dijo al principio, hasta que decidió que mejor fuera Librovejero, como ropavejero. A partir de ese momento es como si me hubiera bautizado y para él y otras personas me convertí en Librovejero.

La imagen que yo tengo de Gabriel García Márquez, la que guardo en mi corazón y en mi memoria, es la de una persona de una generosidad y amabilidad inmensas, un hombre al que le encantaba escuchar y observar. Todo giraba en torno al que lo visitaba, no a él. Era una persona de verdad increíble, muy cariñosa y amorosa, que hacía sentir en casa a todos. Cuando fue a la casa donde yo me hospedaba en La Habana, recuerdo que a los dueños los trató como si los conociera de toda la vida y ellos lo sentían. Creo que cualquier persona que tuviera una relación con García Márquez sentía eso, que lo trataba como si fuera un amigo de toda la vida y esta es una virtud maravillosa que pocos seres humanos poseen.

¿Por qué Cuba? ¿Cuántos viajes ha hecho acá? ¿Cuál fue el primero de esos viajes? ¿Qué lo ata a Cuba y a los cubanos?

Esa es la pregunta del “millón de dólares”… Es una cuestión para la que he intentado encontrar respuesta en múltiples oportunidades y ninguna me deja satisfecho. Creo que lo que más se aproximaría a explicar el porqué de esta relación mía con Cuba, es que de una u otra forma este es mi lugar en el mundo, uno de los sitios donde me siento como uno más. Esta es la forma en la que más me gusta estar en el mundo. La primera vez que vine a este país fue en abril de 1995 y desde entonces, hasta el día de hoy, he venido todos los años. Paso la tercera parte del tiempo de mi vida acá. En Cuba soy a mi manera, me siento como cubano, un habanero más. He vivido acá momentos extraordinarios, dolorosos, pero por encima de todo eso, lo que me ata a Cuba y a los cubanos es como una especie de afinidad y comunión de espíritu. Aquí me siento parte de esta historia y este proceso, porque también me han hecho sentir de esa forma. Lo que más me une a Cuba es el alma.

He hecho tantos viajes a Cuba que ya perdí la cuenta. Solo sé que, de los doce meses del año, permanezco acá al menos cuatro. Me quedo siempre dando vueltas por el paisaje. De alguna forma, cuando no estoy aquí me quedo y cuando estoy, también me quedo en Colombia.

¿Cómo juzga la literatura cubana en lo que respecta a los autores canónicos? ¿A cuáles de ellos conoció personalmente?

He tenido el inmenso privilegio de conocer muchos escritores cubanos que venían desde antes del triunfo de la Revolución, algunos que comenzaron a desarrollarse y a “hacerse” después, escritores contemporáneos y de todas las edades. En cuanto a los que ya no nos acompañan, tuve la gran fortuna de ser amigo personal (entre otros), de Fina García-Marruz y Cintio Vitier. Este es uno de los grandes regalos de mi vida, poder compartir con ellos durante muchos años conversaciones, proyectos, sueños. Eran cuentos maravillosos de múltiples horas. En ocasiones yo llegaba y la vida se nos iba conversando y contando historias. A los dos los quise muchísimo. Tuve también el inmenso privilegio de publicar tres libros de Fina, tres de ellos inéditos en Cuba, dos totalmente inéditos en otras partes del mundo. Creo que todo se puede resumir con esta anécdota:

Una vez estaba con Fina en su casa mirando álbumes familiares de fotos. De repente, en uno de esos álbumes vi una foto mía recortada y le dije —pero Fina, este soy yo, y me respondió —sí chico, tú eres parte de la familia. Ese momento fue revelador, cuando descubrí de esa forma tan no buscada, que para ellos hacía parte de los suyos, fue muy importante. También he conocido a otros autores como Roberto Fernández Retamar, Antón Arrufat, Jaime Sarusky. En fin, me siento muy agradecido por haberlos conocido

Cuba no solo sufre un bloqueo económico y financiero. La literatura cubana apenas se publica en el continente. ¿Cómo juzga la literatura cubana actual en el contexto de la literatura que se escribe en Latinoamérica?

La literatura cubana contemporánea resulta en muchos casos desconocida para sus lectores en América Latina. Los grandes problemas no se derivan solamente del bloqueo, sino también de una distribución y circulación no adecuadas, que depende muchas veces de que un lector lo cargue en su mochila y lo lleve a todas partes. Pero creo que sí, debería existir un mecanismo para que los libros de los autores cubanos circularan con más rapidez y eficacia. Obviamente ahora existe un fenómeno muy atrayente, el de los libros digitales, que permiten a las obras circular por todas partes. Aunque para todos los lectores no sea lo más natural esta vía, poco a poco el tiempo se va haciendo menos ajeno al desarrollo y más contemporáneo.

Creo que la literatura cubana es muy interesante, pues se va actualizando poco a poco con la tradición y con lo que se escribe actualmente en América Latina. Es una literatura que se va haciendo contemporánea y van apareciendo nuevas voces que crean universos propios. Existen autores muy originales que progresivamente se están dando a conocer.

La mayoría de los niños y adolescentes desean ser médicos, ingenieros, pilotos, abogados, no faltan escritores, bailarines, pintores, actores. Desde niño usted ha declarado que deseaba ser librero. Eso, convengamos, es algo inusual. ¿Existe alguna condición familiar o de otro tipo que lo llevara a desear ejercer desde pequeño precisamente ese oficio?   

Reconozco que es algo exótico que desde niño se tenga ese deseo. En mi hogar estuve acostumbrado a ver libros. Tanto mi papá como mi mamá eran y son grandes lectores, entonces los libros no fueron ajenos a mi paisaje de infancia. Para una persona tímida como yo, la lectura era un refugio. Me encantaba ir a la biblioteca del colegio, así como a una librería cercana a mi casa y ahí podía imaginarme lo que sería ser librero. Desde ese momento creo que surgió ese deseo.

A muchos escritores cubanos los ha atado, en el caso de los ya infortunadamente fallecidos, y lo atan, en el caso de los residentes y aun no residentes en la isla, relaciones no solo de admiración y afecto sino también de amistad. Usted los conoce a casi todos. Si ello le resultara confesable, ¿cuáles son los escritores cubanos que más admira y cuáles aquellos a los que lo une mayor grado de amistad?

Es una pregunta un poco compleja porque obviamente se me va a olvidar alguno. Quizás ese “alguien” lea esta entrevista y pueda sentirse aludido. Los inventarios son siempre complicados, porque siempre hay alguien que no se menciona, pudiendo ser incluso algunos de los más preciados y profundos para mí. Preferiría decir que conozco a muchos escritores cubanos y que de la gran mayoría me puedo considerar amigo. A todos los quiero, admiro y respeto. Trato siempre de que sus libros circulen y se divulguen, porque un libro que salga, que viaje, es una puerta que se abre hacia mucha literatura. Con algunos de estos escritores guardo una relación casi de hermandad y cuando se pasa a este plano, es todo mucho más profundo, honesto. Es algo muy valioso, pues ya no solo hablamos de literatura, sino del precio de los frijoles, de la cola del pan, de los libros que se leen, o simplemente compartir el tiempo del silencio y es esta la mayor prueba de una amistad.

En Librovejero, en esa crónica que lleva por título “De Gabo a Mario”, ¿cómo desde un entramado de viajes y encargos logra que un libro sea firmado y autografiado de conjunto por Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez? ¿Cómo logró que desde las páginas autografiadas de un libro dialogaran ambos autores, separados como se sabe por una enemistad de la que tanto se ha hablado?  

Surge por uno de esos milagros que ocurren gracias a la complicidad de otros dos lectores. Primeramente, Francisco Cuadrado, quien se desempeñaba como director de Alfaguara, tomó ese libro y se lo llevó a Vargas Llosa para que lo firmara y él fue muy gentil al escribir esa dedicatoria. Después, un político colombiano que se vio con García Márquez llevó el libro para que lo autografiara. Al saber que era para mi puso esa coletilla tan maravillosa con la rara adición de la contraparte. Muchas veces una colección de libros, de autógrafos es posible enriquecerla gracias a la ayuda de los demás, quien tenga acceso al escritor y puede servir de mensajero, cómplice, celestino. Gracias a la complicidad existe ese libro y eso lo hace para mi o para cualquiera aún más valioso, pues muchas manos ayudaron a que los autógrafos de dos personas separadas por tantos motivos, pudieran unirse, aunque fuera por un momento.

¿Por qué plantea que el librero resulta “agente de cambio”? ¿Cómo, en qué circunstancias, deviene un libro “espacio de libertad”?

La lectura es una de las posibilidades de la libertad, un espacio que nos permite encontrarnos con el otro de igual a igual y poder discutir, comprender y, sobre todo, escuchar las razones del otro. No convencer, sino comprender, “meterse en los zapatos” de la persona, pensar de otra manera y percibir el mundo de otra manera. Existen libros que pueden influir en el comportamiento de los seres humanos, influir hacia un cambio de mentalidad, de paradigmas, en la forma de empatizar y simpatizar. Por ejemplo, cuando se comienza a acceder a los grandes autores del teatro universal, se puede comprender que el campo literario es algo más que libros de superación, autoayuda o novela para vacaciones. Llegamos entonces a hacernos preguntas más complejas y hondas y estamos en el mundo con unas raíces y ramas muy diferentes que solo nos pueden aportar este tipo de libros.

Con la lectura se logra el aprendizaje, es una de las maneras de aprender. Todo lo que se sabe es algo que jamás se podrá quitar, así como lo que se lleva en el interior, que nos ayuda a ser libres y cambiar para bien.

“Lo que más me une a Cuba es el alma”.

Es una ráfaga el tiempo cuando se conversa con Álvaro. Escucharlo, conocer sus vivencias, deviene tesoro para todo aquel que tiene la ventura de coincidir con él. No solo estamos ante un profesional de los pies a la cabeza, sino frente a un excelente ser humano.

No resulta ocioso sostener que Con los libreros en Cuba figura y configura la cartografía de una memoria literaria, memoria sentida, de corazón, porque eso es justamente ese libro, un corazón, un almario, un lugar donde reside y anida el alma; no una, todas las almas de los libreros, de los lectores, de los escritores. Tripleta de almas desde esa alma triple que es Álvaro.

Tenemos con esta obra la preciada oportunidad de acercarnos a la vida de los libreros cubanos, seres casi siempre olvidados y anónimos. Da a luz este Librovejero colombiano/cubano a historias conmovedoras, crónicas que quedarán en la memoria de todo el que las lea. Levantemos la mano con el puño cerrado evocando con Álvaro a aquellos que se han ido al “cielo de los libreros”, elevémosla para agradecer a Álvaro, quien mantiene su alma tan sagrada y abierta como las librerías, esas a las que tanto empeño, vida y amor sigue entregando.

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