Qué difícil y dulcemente paradójico eso de ser feliz abriendo una trinchera y cantarlo como declaración de amor. Siempre te creímos, Vicente, porque así eres y así no eras de nadie, sino de todos. Contigo aprendimos que en un corazón noble, pero rebelde, las ansias de justicia social y el amor a la mujer no se disputan latidos, porque aunque el amor lo espante, un simple te quiero dulce lo derrumba.

“Siempre te creímos, Vicente, porque así eres y así no eras de nadie, sino de todos”.

Siempre con esas ganas de cantarle a la Patria, nunca tu guitarra estuvo en el atril equivocado. Alto y claro —tempranamente además— con sus acordes y tu verso afinado nos hicimos más conscientes del poder persuasivo de una canción para involucrarnos en ese deseo, tan crudo como tierno, de ser machete en plena zafra y bala feroz al centro del combate. La zafra y el combate, símbolos de la capacidad de sacrificio con que en nuestros años mozos nos iniciamos como revolucionarios, a plena luz, en la historia.

Somos de la misma generación, por eso creerte me resulta totalmente orgánico. Algunos muy jóvenes quizás no entiendan, en toda su magnitud, las ofrendas que prometes cuando, junto a los que tuvieron el placer de cantar, abrazarte, discutir, beber, aplaudir contigo en la fundación de esa trova, siempre nueva, declaraste, a tono con la estética generacional, lo dulce del abismo al que te irías siendo más alto y menos viejo, a la espera de ti mismo. Fui tu amigo sin serlo: nunca cruzamos palabras, pero con la tuya bastaba para fomentar esa amistad que se cimenta en la esperanza común.

“Tengo la certeza de que nadie te olvidará, menos nosotros, los de entonces, que aún somos los mismos”. Foto: Tomada de Internet

Hoy te nos fuiste, trovador, poeta, camarada. No sé si viajas, como prometiste, en una nube de tus horas. Tengo la certeza de que nadie te olvidará, menos nosotros, los de entonces, que aún somos los mismos. Por eso te contradigo, cariñosamente: te pierdes pero regresarás, puede que como tabla sobre un mar violento, aunque prefiero pensar que será de manera apacible, en cada palabra que cualquier hombre diga cuando se recuerde, y se le cante, a estos tiempos que viviste —que vivimos— con la ardiente convicción de su grandeza.

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