Los entusiastas proclamadores de la globalización no se cansaron de promover el borrón de las identidades nacionales: el mundo es uno solo —dijeron— y la persistencia en la defensa de la identidad una actitud retrógrada. En el gran caldo mixto que proponían iba implícita la seguridad de que los símbolos maquilados por los poderosos acabarían imponiendo su jerarquía sobre los nuestros. Muchas fronteras desaparecieron, y con toda seguridad esa certeza, instalada en la subjetividad de los considerados subalternos, aún juega un importante papel en las crisis migratorias que tanto repudian los aventajados. Borraron las fronteras: ya no son un concepto a respetar; el mundo es uno solo y el concepto de nación perdió legitimidad, excepto para quien se cree La Gran Nación.

El afán por desdibujar fronteras a la par que se exige respeto para las suyas caracteriza la doble moral —o su ausencia absoluta— en la nueva política del actual mandatario estadounidense. Quiere a Groenlandia, a Canadá, a Panamá, derrama sobre nuestros predios en Guantánamo —que cree suyos— sus soldados, y hacina miles de migrantes que violaron sus fronteras, porque esas sí que son legítimas. Su filosofía no es que el mundo llegue a ellos sino apropiarse ellos del mundo. La frase “hacer a América grande otra vez” cobra sentido literal: grande en tamaño, usurpando territorios, como siempre hizo: con los pueblos originarios, con México, con Alaska, con Hawái. Como quisieron hacer con Cuba y lograron con Puerto Rico.

“El afán por desdibujar fronteras a la par que se exige respeto para las suyas caracteriza la doble moral —o su ausencia absoluta— en la nueva política del actual mandatario estadounidense”. Fotos: Tomadas de Internet

Del modo más grueso posible regresó el Monroísmo, sin el disfraz de injerencia neocolonial sino al amparo regresivo del más aparatoso y oneroso colonialismo: “lo tuyo me pertenece, tu casa es mi casa, tu oro es mi oro, tu petróleo es mío: lo tuyo es mío, pero de lo mío no te toca nada” —parece que proclaman sin recato. Las leyes con efecto extraterritorial, las sanciones, el desdén hacia los organismos multilaterales, la proclamación de una superioridad que solo lo es en la posesión de dinero son pruebas de la soberbia con que el ególatra presidente (degradación posmoderna del prototipo demócrata) intenta imponer sus nada desdeñables poderes.

Atrás quedó la hipocresía de la diplomacia y los consensos. El big stik opera de oficio, tal ucase retroactivo y prospectivo, pues el mundo es uno solo y los dueños del garrote, los Estados Unidos de América, lo tienen por el mango. El resto del planeta son márgenes vírgenes a someter. Ni siquiera la desarrollada Europa se salva; solo el “pueblo escogido” de Israel recibe respeto porque comparte con la nueva Roma la filosofía del despojo y la conciencia de superioridad.

“Del modo más grueso posible regresó el Monroísmo, sin el disfraz de injerencia neocolonial sino al amparo regresivo del más aparatoso y oneroso colonialismo”.

En una reciente entrevista el actor estadounidense Richard Gere, que abandonó su país ante el escándalo de su política irracional y grosera, aseguró que presenciamos un “increíblemente oscuro matrimonio entre el dinero y el poder como nunca antes habíamos visto”. Algunos de los hombres de más dinero en el mundo, cachorros alfa en el monopolio de la comunicación desde sus aplastantes redes sociales, dictan pautas a seguir en materia de política de estado, y no lo hacen tras bambalinas, sino en las mismas tribunas que el presidente, y hasta con saludos a lo III Reich.

No hay respeto a nada que no sea su propio poder; consideran que ya está ganada para ellos la batalla de la conquista de las mentes, y proclaman que gracias a ello les plantarán el zapato encima a todas las “razas inferiores” porque ya todo lo material, además de la mente, el espíritu y la identidad les pertenece. Esa es la esencia de las ideas que condicionan su comportamiento; de esa forma fluye la nueva fase de expansión imperial: la del sometimiento de las mentes para que les franqueen todos los accesos.

“…cachorros alfa en el monopolio de la comunicación desde sus aplastantes redes sociales, dictan pautas a seguir en materia de política de estado, y no lo hacen tras bambalinas, sino en las mismas tribunas que el presidente”.

Los proyectos de gobiernos revolucionarios insisten en la alteridad. Pese al descrédito con que esas grandes redes promueven su empañamiento, se baten con hidalguía, y plantan bandera y corazón por su derecho a ser visibles como dueños de sus cotos. Y por recuperar la pluralidad, ahora mismo suplantada por un discurso hegemónico que se finge acreedor de los preceptos humanistas, paradójicamente pisoteados con quemante desprecio.

La potencialidad contenida en los Brics, el progresismo latinoamericano (aun con sus idas y vueltas), ciertas zonas de Asia y de África, unidas también en el movimiento No Alineados y Los 77 más China, tienen también sus armas y argumentos aceitados para primero contener, y luego desinflar, el tsunami avasallador del neoliberalismo de lenguaje cortante y reduccionista que emana de las bocas, links y likes de los vociferantes cruzados.

“No hay respeto a nada que no sea su propio poder; consideran que ya está ganada para ellos la batalla de la conquista de las mentes, y proclaman que gracias a ello les plantarán el zapato encima a todas las ‘razas inferiores’”.

En etapas anteriores del período revolucionario en Cuba pudimos devolver muchos golpes, a nivel diplomático y fáctico, pero en la actualidad nos va quedando la opción de resistir hasta que logremos una autosuficiencia económica —trabajosamente apoyada por algunos de nuestros pariguales— que hoy no se visibiliza en ningún horizonte. Existen reservas morales para hacerlo, pero esas también han sido dañadas, no solo por las carencias materiales sino por la invasión de las mentes con los denunciados proyectos de colonización cultural.

Seguramente resistiremos, pero que nadie suponga que saldremos ilesos; las heridas en el tejido social, en lo que alcanzan a desmontar del ideario, ya pasa factura. Felizmente, aún la voluntad de no regresar a la infamia de antes y el patriotismo mantienen el vigor que les confiere la certeza de lo justo. Nuestra casa sigue (y seguirá) siendo nuestra mientras haya un ser humano digno dispuesto a defenderla.

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