Trémula y sola el alma en Nueva York
I
Nueva York. Ciudad cinematográfica, literaria, pictórica, musical: la de Manhattan, la de Desayuno con diamantes, la de El apartamento, la de West Side Story y Soy leyenda…; la de “Poeta en Nueva York”, de Lorca, la de El Padrino, de Mario Puzo; la de American Psycho, de Bret Easton Ellis. La del expresionismo abstracto de 1950, la del Museo Metropolitano de Arte y del Nuevo Museo de Arte Contemporáneo. La del renacimiento de Harlem… La de Broadway. La de “I Love New York”, de Madonna, la de “New York, New York”, cantada por la Minnelli y luego por Sinatra…
Nueva York. La ciudad funesta de robos, asesinatos y racismo de los años sesenta del pasado siglo. La del Central Park; la del distrito de negocios influyentes que es Midtown Manhattan; la del Empire States y otras siluetas distintivas de rascacielos. La de las torres gemelas del World Trade Center derribadas por el lamentable atentado un 11 de septiembre, hace ya más de veinte años.
Nueva York. Ciudad cultural si la hubo, pero antes ciudad multiétnica protectora de emigrantes, condición que la acompaña desde sus orígenes cuando hubo compras y ventas sospechosas. La Nueva Angulema que luego fue llamada Nueva Ámsterdam hasta definitivamente quedarse con su nombre actual.
Nueva York. Ciudad portuaria. Algodón, harina y carne se enviaban a Europa. Café, té, alcohol y telas se descargaban en los muelles de la bahía. Las instalaciones portuarias llegaban a la calle 70 de Manhattan. Tierra de ingleses, alemanes, franceses, latinos…, quienes al llegar, divisaban en lontananza el regalo simbólico y de fuerte imponencia física de Francia a Estados Unidos por el centenario de su independencia. La Estatua de la Libertad pronto se convertiría para el emigrado del siglo XIX en el primer impulso que, desde la isla de la libertad, alentaba al recién llegado. En 1887, luego de estar viviendo siete años en Nueva York, José Martí escribe sobre héroes y el júbilo de las multitudes en Fiestas de la Estatua de la Libertad.
II
En 1891 publica sus Versos Sencillos. Algunos investigadores dan como fecha probable el 6 de octubre. Había dado a conocer entonces el ensayo Nuestra América y era conocido por sus participaciones al integrar más de una comisión de conferencias monetarias. Pronuncia discursos y sigue en la escritura de sus maravillosos ensayos epistolares. En 1890 menciona a la sevillana Carmencita que está de visita en Nueva York y tiene alborotados con su espectáculo de fandangos y cachuchas a franceses, españoles, alemanes y estadounidenses. Es curioso que no escriba Martí en una crónica sobre La Bella Otero (Agustina Otero Iglesias), la bailarina española de su poema, quien debutó en Nueva York en diciembre de 1890. Martí la vio bailar en el Teatro El Edén Museé de la calle 23 de Nueva York. El impacto, como es sabido, fue enorme. Mas, ¿quién era esta mujer de la que en el siglo XX se escribirían muchas biografías?
La Bella Otero fue pintada, fotografiada, y sirvió de musa entre otros a Gabriele D’Annunzio. María Félix la encarnó en el cine y Ángela Molina en la televisión italiana.
Inventándose un pasado con la ayuda del empresario Ernest Jurgens, le confirió a su vida imaginaria la efectividad de su talento para la danza y el canto. Con un pasado muy triste, ya que fue violada con diez años y tuvo que sobrevivir prostituyéndose, había resurgido como una artista sin par donde su lamentable niñez ni se mencionaba. Al avanzar en el aprendizaje del baile y cante flamenco, le añadió su capacidad histriónica. Y así fue como una función distintiva de España se enriqueció con las dotes personalísimas de esta mujer. Nunca abandonó su condición de cortesana y, cierto o no, llegó a decir que se acostó con grandes personajes de la realeza como Alberto I de Mónaco, el zar Nicolás II de Rusia… Se habla hasta de siete suicidios de hombres que no pudieron poseerla. La Bella Otero fue pintada, fotografiada, y sirvió de musa entre otros a Gabriele D’Annunzio. María Félix la encarnó en el cine y Ángela Molina en la televisión italiana.
III
Con el pasar de los años, es que algunos cubanos, despejando un poco el mito, se enteran del personaje histórico. La figura que inspiró a José Martí a escribir en Versos Sencillos X “El alma trémula y sola”, que casi todos conocemos como “La bailarina española”, es una idealización.
Aunque la reconoció zalamera, es un misterio de mujer La Bella Otero para Martí. Así que no es tanto develar su imagen cuanto le suscita la bailarina, sino reconocer su efecto en él. El poema se ampara en el testimonio fidedigno e histórico de lo que pretende y puede referir. En todo caso, la referencia primera y última es con su autor. La bailarina del poema es otra mujer, por quien Martí y el lector, concurren intranquilos, se maravillan y deleitan.
Siguiendo la apertura anímica del poema, el director de cine establece y recrea mediante íconos culturales (la Estatua de la Libertad, los altos edificios de la urbe que ha crecido…) la pujanza del paisaje urbanístico de Nueva York.
IV
Al leer Tulio Raggi el poema martiano, le motiva una interpretación supuestamente a contracorriente de los análisis tradicionales. En El alma trémula y sola (1983) Raggi se distancia de concebir un diseño escenográfico que, a primera vista, parece cómodo por proceder de un texto a todas luces muy cinematográfico.
Siguiendo la apertura anímica del poema, el director de cine establece y recrea mediante íconos culturales (la Estatua de la Libertad, los altos edificios de la urbe que ha crecido…) la pujanza del paisaje urbanístico de Nueva York. El Martí de Raggi, sedente, no es presentado completamente de espalda. ¿Se concibe en el proceso escritural? Más bien es como si examinara lo ya escrito.
La cámara se acerca. Martí está inclinado en una imagen fija: ahora sí escribe. El fondo de la habitación oscura se intercala con el rostro martiano, aunque se coloca en plano intermedio entre el espacio laboral y la visión completa de un reloj y su engranaje. Las disolvencias sucesivas para sugerir la ilusión de movimiento, responden a una estetización de la imagen que favorecen además lo narrativo. El efecto visual es una alegoría de cómo interactúa un creador en plena civilización industrial del capitalismo.
El pasado doloroso de Martí es resuelto a través de una retrospectiva en cadena, donde recuerda el tiempo en prisión y el fusilamiento de los estudiantes de Medicina. Ya es un crítico de arte atendible que se formó primero en España para escribir luego en México y Estados Unidos. Es justo que el director asocie los detalles del fusilamiento de los estudiantes con “El tres de mayo de 1808”, de Goya. Esa es la cifra de hombre que presenta Raggi antes de titular su corto El alma trémula y sola.
En El alma trémula y sola Raggi se distancia de concebir un diseño escenográfico que, a primera vista, parece cómodo por proceder de un texto a todas luces muy cinematográfico.
Como en el referente martiano, se insinúa al flâneur o paseante que, emigrado, puede ser una expectorada de la ciudad: antisociable en apariencia, víctima del pluriempleo, pocos como el escritor comprenden la dureza y ventaja de la soledad. Sin embargo, en el momento oportuno, se aparta del laboreo en busca del entretenimiento. El escritor necesita a ratos detenerse para centrar la mirada: “Hay baile; vamos a ver/ La bailarina española”.
En casi todos los versos de “El alma trémula y sola” se ocupa Martí de detallar a la bailarina. Retrata la representación de una mujer atractiva y provocadora. Raggi aprovecha la plasticidad del poema y, en primera instancia, concibe lo cinematográfico de una danza en ejecución. A partir de una descripción verbal, simula el cineasta afectarle solo cómo va a representar un conjunto temático que supera el hechizo del baile y su intérprete.
Raggi sospecha y queda convencido de que, cuanto experimenta el sujeto lírico, es una situación emocional imprevista no prolongable. Se trata de algo más que de una activación de la memoria. Los versos: “Han hecho bien en quitar/ El banderón de la acera;/ Porque si está la bandera, / No sé, yo no puedo entrar”, difiere de lo que añora y verá de la bailarina. Lo representativo español es ambivalente.
Comprendiendo el carácter del asunto, toma cartas el realizador cuando apuesta por un Martí de mirada reflexiva. Del centro de una bandera española irrumpe el fuego, focus, hogar, con su connotación violenta a un tiempo que elemento provocador de la compañía ardiente que, encauzada, lucha por la independencia. De ahí las representaciones mambisas antes de paralizarse el exilado por el impactante rostro de la bailarina.
“La bailarina es un fantasma, un placebo, un momento casi culposo de descanso que se toma Martí”.
Si se considera el documento principal, es cierto que a Raggi se le plantea cierta facilidad para, por ejemplo, visualizar una suerte de planos intercalados en que se advierten incluso posibles angulaciones de lo que pudiera y, de hecho, muestra. Esta pieza bellísima y turbadora —turbar y hasta aterrar como en un pasaje onírico es (una) constante en sus películas— obedece a la aprehensión de lo que acaso es más importante y, por supuesto, figura sutil en el poema martiano. Las escalas de planos detalles necesitan armonizar en el montaje.
Porque si ya Raggi ha logrado homologar lo erótico de los versos, busca y consigue contraponer a la expresión de las imágenes, lo que late en el texto escrito, sobrepasando al baile y a su ejecutante. Sobre este detalle, en conversación con Antonio Enrique González Rojas, secunda el criterio previo cuando expresa esta sutileza: “La bailarina es un fantasma, un placebo, un momento casi culposo de descanso que se toma Martí”.
El deleite efímero ante la bailarina española suple la condición de un estado anímico consciente. Cifra de dos cualidades en un principio: el alma trémula y sola: la de Martí… y también la de la bailarina. Tulio Raggi está muy al tanto. El final del poema no puede ser más anfibológico.
*Tomado de Cubacine