Ibrahim Miranda es un artista visual contemporáneo cubano que ha ido, poco a poco, consolidando su propio lenguaje pictórico a partir de recurrencias que van mutando en el tiempo; sin embargo, la insularidad —o el carácter insular— y el empleo de mapas cartográficos han estado, invariablemente, en el punto rojo de su colimador.
Por estos días y hasta el 19 de noviembre, Ibrahim expone en la galería de 23 y 12 —en pleno corazón del Vedado capitalino— su muestra personal Traumar, una de las primeras a las que se pude acceder luego de casi dos años de aislamiento necesario.
Estaes una exposición que balancea los formatos y que incluye grabado, pero también acrílico sobre tela porque la pandemia “ha impuesto lo suyo” y ha obligado a muchos creadores a revisitarse e incluso a incursionar en soportes no habituales.
¿A qué se debe que hayas reducido el formato?
Traumar, como su título dice, habla de la idea del trauma, del efecto que te produce una acción o una experiencia, un recuerdo o un impacto en la vida.
Aún estamos atravesando esta pandemia y, de alguna forma, nos sentimos algo traumados por una experiencia que ha sido chocante: el estar recluido en casa, tener nuevas experiencias de convivencias domésticas y otras muchas cosas que han ocurrido durante la pandemia nos han obligado a ciertas reflexiones.
Trabajar el pequeño formato tiene que ver con la intimidad y el trabajar no en el estudio o en el taller, sino en la mesa del comedor de la casa. Uno se siente más a gusto con el pequeño formato. Este primer segmento de la exposición es parte de ese proceso: un año y medio de trabajo y de añoranza por el mar. Como te darás cuenta son pequeñas escenas de oleajes, de situaciones relacionadas con la idea del horizonte, de los atardeceres, de la tempestad…
Esta exposición estaba prevista para realizarse hace dos años atrás. Con el paso del tiempo y el cambio de circunstancias, ¿se modificó la propuesta inicial?
Totalmente. En principio la exposición iba a realizarse en Casa 8 —ubicada en el Vedado—, pero por problemas técnicos esa galería cerró y la comisión del Fondo Cubano de Bienes Cultuales me sugirió 23 y 12. Gustoso acepté, pero tuve que rediseñar la muestra. Solo algunas piezas de esa propuesta primigenia se mantuvieron. Al cabo de dos años cambian mucho las ideas.
¿Acrílicos sobre telas?
Sigo combinando diferentes técnicas del grabado, sobre todo, serigrafía, xilografía y pintura sobre tela. “Asteroide” es una especie de transición y en esta pieza —y en toda la exposición— hay una relación con el folklore japonés. La cultura japonesa es muy supersticiosa y está llena de demonios y deidades; toda esa coloración y la agrupación, por ejemplo, de flores, caracoles y conchas aluden al mar. Japón es una isla, el sentimiento de insularidad está presente y se relaciona estrechamente con Cuba.
El grabado japonés tiene una fuerza y tradición tremendas. ¿Consideras que tienes alguna influencia no solo en esta exposición, sino en toda tu obra?
El hecho de trabajar sistemáticamente con tinta y esa idea de la caligrafía me influenció mucho sobre todo en los primeros años. El mundo técnico y onírico de la cultura japonesa me marcó, así como el tema de la insularidad porque ellos —al igual que nosotros— miran mucho al mar. Siento que estoy permeado de todas esas imágenes. “La roca”, por ejemplo, habla del tema de la isla, de los corales… es una isla que está añejada en el tiempo, flotando en un tipo de letargo.
“La roca” es de 2017 y está realizada en acrílico sobre tela. ¿Cómo insertas la xilografía en esta pieza que tiene una dimensión de 1,46 x 113 cm?
A partir de muchas capas de información, de color, de formas. Inicialmente empiezo imprimiéndola, a mano, en xilografía sobre la tela. A todas estas ondulaciones las llamé “kawabatas” porque durante el confinamiento estuve leyendo la obra de Yasunari Kawabata. Él les llamaba a las personas que vivían cerca del mar, burbujas. En la muestra hay otras obras que también aluden a Kawabata.
“Traumar es un concepto sobre el mar y, más que todo, sobre la añoranza”.
La xilografía, como técnica del grabado, es la que más empleo. Para hacer esta muestra utilicé viejos tablones y puertas en desuso e imprimí —a mano— tela intentando reciclar y empleando diferentes tipos de texturas para hacer referencia a esos espacios más íntimos que atrapan la idea de la casa, del encierro, y cómo sobreponerse a ello.
También en Traumar hay cierto ambiente musical y la presencia de espíritus o demonios te envuelve con ciertos motivos religiosos. Son como presencias e ideas que te van rodeando.
Hay una obra (“El Rostro”) que parte de los fractales: Leonardo Da Vinci decía que veía batallas en las manchas de las paredes y ese tipo de referencia es la que he tenido en este caso particular. A partir de los fractales encontré una especie de rostros que el espectador va hallando. “Vestido de novia”también parte de los fractales. “Postcard”, que es como una postal, habla de mi tierra original, Pinar del Río, de mi familia, de la infancia, de cómo cuando redescubres viejas fotografías vas armando pedacitos de memoria. Cada pieza tiene su propio relato y hay que detenerse ante cada una porque son capas y capas de información, que voy mezclando.
En tu discurso pictórico insistes en la huella, en lo que queda o lo que puede quedar, en la memoria. ¿Me equivoco si afirmo que para ti los mapas son, casi, una obsesión?
No. La pieza “Mapas”tiene otro nombre, que es “Lucernarios”. La idea del lucernario tiene que ver con un espacio por el que pasa la luz y, al mismo tiempo, ilumina el interior. En este caso son mapas, pero no mapas evidentes, sino soportes sobre los que he pintado o impreso determinadas ideas. Los mapas para mí son como ideas del haiku: diferentes tipos de sentencias que van organizando una idea, una intención.
“La insularidad —o el carácter insular— y el empleo de mapas cartográficos han estado, invariablemente, en el punto rojo de su colimador”.
Son como muchos mundos…
Muchos y pequeños mundos a través de los que se puede ir descubriendo o ellos te iluminan hacia adentro y hacia afuera también. Son ideas investigativas que surgen a partir del mapa que empleo de fondo: primero para borrar la información racional que brinda un mapa y ponerla a jugar con otro tipo de subjetividades.
No me atrevo a decir que “Lucernarios” es un tríptico, pero conserva una unidad…
Tiene que ver con la memoria fotográfica. Usé negativos de mi etapa de estudiante en el Instituto Superior de Arte (ISA) en los que aparecen mis amigos, la escuela, diferentes tipos de situaciones. Esos negativos los imprimí serigráficamente sobre tela y los usé como fondos. Y es que esta pandemia me ha hecho regresar a viejos amigos y a reactivar nuevas amistades.
Y Traumar como obra, ¿no existe?
Efectivamente, no existe. Traumar es un concepto sobre el mar y, más que todo, sobre la añoranza en general, pero no dediqué una obra puntual.
Se te considera un grabador por excelencia. ¿Por qué el grabado en ti? ¿Y por qué la xilografía?
Lo que me atapa del grabado es el resultado, es decir, lo que se puede lograr a través de una incisión: saber que uno puede lograr un tipo de huella después de tu intervención. Jaqueline Maggi, por ejemplo, fue una de las profesoras que más recuerdo. Ella me ilustró mucho sobre la idea y las posibilidades del grabado. Y eso me entusiasmó. La xilografía, que es muy trabajosa, se me daba fácil y ello me estimuló mucho. La disfruto inmensamente.
Hay quienes aseguran que los xilógrafos tienen algo de comején…
Totalmente. Hacemos terapia porque es un sentido autoexpresivo del cuerpo y de la mente. Uno descarga mucha energía a la hora de tallar la madera y de visualizar el dibujo como tal. A mí me encanta, la verdad.
¿Planes?
Todo se ha ido postergando, pero voy a participar en junio de 2022 en la Bienal de Dakar, en Senegal. Han invitado a cinco artistas cubanos y soy uno de ellos. Estoy muy entusiasmado con esa posibilidad. Veremos.