Trascendencia de las Bayamesas : la canción romántica y trovadoresca y el himno patriótico
I
La Bayamesa de José Fornaris, Carlos Manuel de Céspedes y Francisco Castillo
En la historia política, social, literaria y musical de Cuba, y en particular de Bayamo, han sido compuestas más de una pieza musical con el título de La Bayamesa. Los originales, incluso, han sido objeto de distintas versiones. Ello se debe a que, en muchas ocasiones, la transmisión fue oral u objeto de circunstancias en las que su popularidad provocó cambios en la letra y en la propia melodía. La primera pieza musical conocida con este nombre tuvo su origen en el ambiente cultural y patriótico bayamés de mediados del siglo XIX.
“En la historia política, social, literaria y musical de Cuba, y en particular de Bayamo, han sido compuestas más de una pieza musical con el título de La Bayamesa”.
Pedro Felipe Figueredo Cisneros y Carlos Manuel de Céspedes y López del Castillo unieron a un grupo de jóvenes amantes de la música, de la poesía y, en general, de la literatura y el teatro, al crear la Sociedad Filarmónica de Bayamo. Figueredo fue su presidente; Céspedes, su secretario. Entre ellos estaban Juan Clemente Zenea, José Fornaris, Francisco Vicente Aguilera, Lucas del Castillo, José Joaquín Palma y Francisco Maceo Osorio. Algunos de ellos, como los casos de Figueredo y Céspedes, se habían formado en España —en Cataluña— y Francia, así como en La Habana y Santiago de Cuba. Palma, autor del Himno de Guatemala, le relataría a Martí los sagrados acontecimientos de la insurrección revolucionaria del 68. Estos miembros de la Filarmónica mantenían estrechas relaciones con sus amigos y afines en esos lugares. La Filarmónica creó una escuela de música en la que estudió Manuel Muñoz Cedeño, orquestador del Himno Nacional. El entorno social y natural de la región del Cauto y de la Sierra Maestra los cautivaba, por lo que les nacía un amor apasionado por su terruño natal y por los hombres y mujeres que humanizaban el paisaje natural. Estudiosos y conocedores de las tendencias literarias, artísticas y musicales de la época, de las cuales estaban bien informados, expresan sus sentimientos en la poesía, la música y la literatura. Las costumbres de entonces, sobre todo de la juventud bayamesa, amante de las letras y las artes, incluían la frecuente presencia en los teatros, los saraos, las tertulias familiares y los encuentros nocturnos que no pocas veces terminaban en serenatas frente a la morada de alguna muchacha a la que algún integrante del grupo cortejaba. La joven en cuestión podía asomarse a la verja de su ventana para escucharla.
El 18 de marzo de 1851 estaban reunidos un grupo de jóvenes pertenecientes a la Filarmónica. Sus nombres eran José Fornaris, Francisco Castillo Moreno, Carlos Manuel de Céspedes y Carlos Pérez. Francisco Castillo Moreno, enamorado de Luz Vázquez, su esposa, con la cual había tenido ciertas desavenencias, hermana esta de Isabel Vázquez, la esposa de Pedro Figueredo, propuso dedicarle una canción. Fornaris se comprometió con la letra; Castillo y Céspedes, con la melodía. Al día siguiente ya José Fornaris había compuesto los versos, y antes del 27 de marzo Castillo y Céspedes los musicalizaron. En esa misma jornada, cerca de la medianoche, concurrieron todos a la casa de Luz Vázquez, en la calle El Salvador. Allí, con la guía vocal de Carlos Pérez, entonaron por primera vez los versos de La Bayamesa:
¿No recuerdas, gentil bayamesa,
que tú fuiste mi sol refulgente,
y risueño en tu lánguida frente
blando beso imprimí con ardor?
¿No recuerdas que un tiempo dichoso
me extasié con tu pura belleza,
y en tu seno doblé la cabeza,
moribundo de dicha y amor?
Ven, asoma a tu reja sonriendo;
ven, y escucha, amorosa, mi canto;
ven, no duermas, acude a mi llanto,
pon alivio a mi negro dolor.
Recordando las glorias pasadas,
disipemos, mi bien, la tristeza,
y doblemos los dos la cabeza
moribundos de dicha y amor!
Lo femenino, la visión de la mujer oriunda de la región, como impulso y consuelo, contribuyen a delinear el sentido del texto. Lo cierto es que, en los años previos al estallido insurreccional de 1868, estas estrofas expresaban un sentimiento de identidad con el cual comulgaron los más diversos sectores sociales a los cuales su letra y música pertenecían. Era tan profundo y a la vez tan natural y propio de los creadores cubanos de la época, que pronto se extendió por el modo en que expresaba la belleza espiritual de los criollos, al identificarse con su melodía.
“La expresión inicial y auténtica de la trova cubana”.
El destacado musicólogo Jesús Gómez Cairo hace una observación que juzgo trascendente. Él ve en esta pieza musical la expresión inicial y auténtica de la trova cubana: los jóvenes, acompañados por la guitarra, que componen y cantan en lugares populares o de cierta intimidad. Según la visión del destacado musicólogo, La Bayamesa de Fornaris, Castillo y Céspedes sería la más popular de las primeras obras de los trovadores cubanos.
Iniciada la guerra por la independencia en octubre de 1868, la composición de Fornaris, Castillo y Céspedes adquirió una mayor popularidad y se relacionó con la expresión del sentimiento patriótico. Incluso popularmente circuló una versión relacionada con las nuevas circunstancias. La ciudad de Bayamo, antes de que la ocuparan las fuerzas colonialistas, fue pasto de las llamas por las manos de sus propias hijas e hijos el 12 de enero de 1869. Los insurrectos y sus familiares, para escapar de la persecución española, debieron internarse en los montes y enfrentar los peligros y privaciones que ello suponía. Aunque el panorama podía ser desalentador, la música fue uno de los modos de mitigar el desánimo, y La Bayamesa de Fornaris, Castillo y Céspedes cobró otro sentido en una versión popular:
¿No recuerdas, gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con su mano, el pendón tricolor?
¿No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza,
moribundo de rabia y temor?
Te quemaron tus hijos, no hay pena,
pues más vale morir con honor,
que servir a un tirano opresor,
que el derecho nos quiere usurpar.
Ya mi Cuba despierta sonriendo,
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor. [1]
En los hogares de las mujeres mambisas, en Cuba y en el exilio, siguieron entonando La Bayamesa de Fornaris, Castillo y Céspedes. Esta pieza musical también tuvo enternecedor sentido. Ante la patria ausente, fue la canción de cuna de las madres cubanas expatriadas. Así nos lo relata la tataranieta de Pedro Figueredo, Amparo Torres Alciniega. Su madre se la cantaba cuando iba a dormir, como habían hecho su abuela y su bisabuela, Luz Figueredo, la valiente hija de Perucho.[2]
¿Quién era y qué fue de la “gentil bayamesa”? María de la Luz Vázquez y Moreno formaba parte de una de las familias más destacadas del Bayamo de la época. Su hermana, Isabel, contrajo matrimonio con Pedro Figueredo, y a su hija más pequeña le pusieron el nombre de María de la Luz, conocida simplemente como Luz Figueredo. Todo en torno a Luz Vázquez es misterio y leyenda. La quema de los archivos civiles y religiosos de Bayamo, el 12 de enero de 1869, impide conocer datos sobre su nacimiento y sobre su juventud. El peso principal de lo que se conoce de la “gentil bayamesa” se debe a referencias en diversos textos de actores en el drama bayamés, o fueron recogidos por la tradición oral, siempre imprecisa o edulcorada, a veces contradictoria. Según esta tradición, nació en 1831. Aunque Céspedes expresa que eran novios Castillo y Luz, Maceo Verdecia afirma que habían contraído matrimonio en 1847.[3] La Bayamesa es de 1851.
Francisco del Castillo Moreno era abogado, concuño de Pedro Figueredo y amigo de Carlos Manuel de Céspedes. Miembro de la Filarmónica, figuraba entre los conspiradores independentistas. Luz, como su hermana Isabel, era activa en apoyar los movimientos revolucionarios de su esposo, por lo que crió a sus hijos en un ferviente patriotismo sin distinción de sexo o edad. El matrimonio de Castillo Moreno y Luz Vázquez tuvo siete retoños: Pompeyo, Francisco, Lucila, Adriana, Leonela, Atala y Heliodoro. Francisco del Castillo, el esposo, murió joven, un año antes del estallido revolucionario. El patriotismo de Luz Vázquez fue sometido a las peores pruebas posibles. El 17 de octubre de 1868, en plenos preparativos para la toma de Bayamo, murió su hijo Pompeyo del Castillo. A las nueve de la mañana cruzó las calles de la ciudad para enterrarlo. Ese mismo día abrió las puertas de su casa para recibir a los mambises y a la orquesta que interpretaba himnos de combate.
El calvario de Luz Vázquez apenas comenzaba. Sus hijas eran fervientes revolucionarias, en particular Adriana, quien durante el período conspirativo, se dedicaba públicamente a hacer propaganda patriótica. Apenas tenía 15 años. Perucho Figueredo, quien actuaba como protector de la familia de su fallecido concuño, le recomendaba a Adriana que tuviese cuidado, pero la chica apenas hacía caso. Fue una de las más destacadas participantes en la epopeya de esos días y una de las que interpretó La Bayamesa. Himno patriótico,de Pedro Figueredo,el 28 de octubre de 1868, en honor al triunfo de las armas mambisas.
En enero de 1869 el avance de las tropas españolas sobre la ciudad lleva a la decisión patriótica de su incendio antes de verla rendida al enemigo. Luz y sus hijas son de las primeras. Abandonan el confortable hogar, luego de incendiarlo, y se internan en los montes, en la serranía, cerca de Guisa. Allí logran permanecer hasta 1870. Han cambiado su lujosa vivienda bayamesa por una choza “de cujes cubierta con hojas de árboles y plantones de hierba de guinea” y se alimentan de frutas silvestres y tubérculos. Adriana enferma de tifus; Lucila, de tuberculosis. Casi sin poder moverse, son sorprendidas por las tropas colonialistas el 22 de enero de ese año. Trasladadas a Bayamo, se les permitió retornar a su hogar. Mas este no existe. Solo estaba en pie la antigua cochera. Allí fueron a vivir las débiles mujeres sin que su espíritu patriótico decayera. Un médico español va a ver a Adriana; esta, a pesar de su debilidad, se niega a que la asista. La tradición afirma que expresó: “Yo soy revolucionaria. Usted no puede asistirme”. Y se cuenta desde entonces que en su último momento se irguió en la cama, se aferró a los barrotes de hierro y entonó La Bayamesa de su tío político y tutor Pedro Figueredo, hoy nuestro Himno Nacional.
Pero aún las penas de Luz Vázquez no habían concluido. Su hija Lucila, gravemente enferma de tuberculosis, estaba cercana a la muerte. En un instante pareció que esta la había alcanzado. Desesperada, según una versión, Luz se quitó la vida; según otra, murió al instante. Lucila se recuperó, pero Luz abandonaba el mundo que le dio una belleza reputada, una canción que la inmortalizara y una vida enteramente patriótica, como esposa, madre y ciudadana de la República de Cuba en Armas.
Por lo general, se hace referencia a los patriotas que convirtieron la manigua en hogar. Quien estudie la época y estos acontecimientos se dará cuenta de que el sacrificio tenía otras dimensiones. No eran solo los hombres los que convertían los campos en terrenos de batalla, eran familias enteras las que renunciaban a los cómodos hogares citadinos para convertir los montes de Cuba en el hogar mambí. La entereza de la mujer cubana, de la cual Luz Vázquez y sus hijas son paradigmas, se repite en otras circunstancias y en los más diversos espacios de la Isla. Otro ejemplo lo constituye su hermana Isabel Vázquez, esposa de Pedro Figueredo, quien junto a este y sus hijos e hijas se internó en la manigua y sufrió privaciones que llegaban hasta la hambruna.
Muy lejos de estos acontecimientos bayameses, en La Habana, conspiraba otra mujer, Cecilia Porras-Pita, quien fue condenada el 26 de octubre de 1871 a seis años de galera por sus actividades revolucionarias. Desde la prisión escribió una canción que también se hizo popular, titulada La presa enferma. El general cienfueguero Federico Fernández Cavada relata en carta a su esposa el heroísmo de las mujeres villareñas y afirma que si un nombre debe llevar la revolución es el de “la revolución de las mujeres”, por su heroísmo y firmeza.
“La revolución por la vía de las armas era también resultado de la revolución cultural y patriótica de músicos, poetas y escritores”.
La trascendencia de La Bayamesa de Fornaris, Céspedes y Castillo la convirtió en canción de cuna y en la expresión romántica de lo más puro del sentimiento de lo cubano. No solo recorrió toda la Isla, sino que entró en el hogar de los habaneros y se refugió en lo más íntimo de los expatriados. Era el alma límpida y clara del ser cubano. La revolución por la vía de las armas era también resultado de la revolución cultural y patriótica de músicos, poetas y escritores que no solo se expresaban en términos políticos, sino a través de todas las manifestaciones culturales, espirituales y desde el corazón. La Bayamesa de Fornaris, Céspedes y Castillo ha sido su manifestación más permanente
II
La Bayamesa de Pedro Figueredo
La noche del 13 de agosto, en el encuentro que sostuvieron Pedro Figueredo, Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio, dirigentes del Comité Revolucionario de Bayamo, este último le pidió a Figueredo que compusiera un himno similar a La Marsellesa. Por entonces, la marcha francesa, que llegaría a ser el himno nacional de ese país, era desde 1848, cuando de nuevo se había popularizado, el himno de los revolucionarios en el mundo. El patriota bayamés aceptó el cometido y esa misma madrugada, tras un intenso proceso creativo, tuvo lista la letra y la música para piano del himno al que llamó La Bayamesa. Para ser interpretada en público se requería de la adecuada instrumentación. Figueredo decide establecer contactos con el maestro Manuel Muñoz Cedeño, quien dirigía entonces una de las orquestas de la ciudad, para solicitarle que se encargara de la instrumentación sin la letra. El encuentro tuvo lugar el 8 de mayo de 1868, en casa de Figueredo, y el maestro Muñoz Cedeño aceptó entusiasmado la solicitud, imbuido del espíritu patriótico del himno. El autor no le reveló entonces el propósito de la composición y, en cambio, sí le pidió que mantuviera en secreto el encargo, con la excusa de que iba a ser una sorpresa para sus amigos, a lo cual se comprometió el orquestador.
Días después, cuando el maestro Muñoz Cedeño tuvo lista la orquestación, invitó a Figueredo a escucharla en su domicilio y este acudió acompañado de varios amigos: Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Manuel Anastasio Aguilera. Pasadas las ocho de la noche, los músicos comenzaron la ejecución y el reducido público quedó gratamente sorprendido; tanto el mensaje de la marcha como su calidad artística contribuyeron a su éxito. Desde ese momento Figueredo comenzó a meditar un modo de darla a conocer en un lugar público, al que acudiese una concurrencia significativa.
La oportunidad se concretó en la celebración del Corpus Christi, que en esa ocasión tuvo lugar el 11 de junio de 1868. Figueredo conferenció con Muñoz y con el sacerdote cubano que oficiaba en la Iglesia Mayor, Diego José Batista, quien prohijó con entusiasmo la idea de que la marcha se ejecutara durante el Te Deum y la procesión posterior. El gobernador de Bayamo, Julián Udaeta, iba a estar presente en la celebración. Figueredo manifestó enseguida su determinación de asumir toda la responsabilidad en caso de que la osadía provocase algún incidente con las autoridades de la ciudad.
Los conspiradores habían tenido noticias de este plan y el día señalado la mayor parte de las familias bayamesas vinculadas al movimiento revolucionario se instalaron desde temprano en la iglesia, por lo que en poco tiempo esta se encontró abarrotada. Hasta el pelotón de infantería y el propio Gobernador tuvieron dificultades para acceder al recinto. Formaba parte del público un grupo de patriotas distinguidos, entre ellos el propio Figueredo y los otros dos miembros del Comité Revolucionario, además de Donato Mármol, José Joaquín Palma, Manuel Anastasio Aguilera, Rodrigo Tamayo, Esteban Estrada, Joaquín Acosta y Juan Izaguirre, entre otros.[4]
Tras la misa y el Te Deum, se sucedieron instantes de general expectación que hacían presentir un giro inesperado de los acontecimientos. El maestro Muñoz Cedeño ordenó con un gesto iniciar la ejecución, y las notas del himno guerrero resonaron en todo el ámbito de la iglesia. La orquesta estaba integrada por tres violines (Pedro Muñoz Cedeño, Juan Ramírez y el propio director Manuel Muñoz Cedeño), cuatro clarinetes (Manuel Muñoz Jerez, Joaquín Muñoz Jerez, Joaquín Fonseca y Jesús Hechevarría), dos cornetines (José Caridad Cedeño y Miguel Aguilera), un trombón (Juan Aguilera), un bombardino (Francisco Cedeño), un figle (Francisco María Tamayo), y un contrabajo (José Manuel Aguilera).
Posteriormente se repitió más de una vez el himno en la procesión, y el entusiasmo de los bayameses fue in crescendo, así como las sospechas de las autoridades sobre su verdadero sentido patriótico y no religioso. Cuando la multitud se retiró a sus hogares, el Gobernador citó sucesivamente a Muñoz Cedeño y a Figueredo, pero ninguno de ellos reveló la verdad y Udaeta no pudo dar por ciertas sus conjeturas.
Poco después, el 24 de julio, día de la celebración de Santa Cristina, tuvo lugar una reunión en el domicilio de Pedro Figueredo, a la que asistieron los principales conspiradores de la región. En la misma, el propio autor y anfitrión ejecutó en el piano la pieza musical, y su esposa, Isabel Vázquez, interpretó la letra. Años después, uno de los asistentes, Carlos Manuel de Céspedes y de Céspedes, hijo del Padre de la Patria y esposo de una de las hijas de Figueredo, introdujo la novedad de atribuirle la letra del himno a Isabel Vázquez. No es de dudar que dada la relación que tenían ambos esposos, Figueredo haya consultado o escuchado alguna que otra sugerencia de Isabel. Aunque la intención de Carlos Manuel de Céspedes y de Céspedes no parece ser más que un desconocimiento de las interpretaciones anteriores que había tenido la marcha patriótica, sirvió para nuevas y extrañas especulaciones. Nuevamente la intriga funcionó en aras de disminuir el valor de una de las más bellas figuras de la historia revolucionaria cubana.
“Con el estallido de la insurrección, el 10 de octubre de 1868, La Bayamesa de Figueredo cobraría todo su sentido como himno patriótico”.
En horas de la noche se organizó un baile en los salones de la Sociedad Filarmónica, en el que participarían los conspiradores más prominentes. También estaba invitado el Gobernador. Ante la tardanza de este, varios de los involucrados en los preparativos de la insurrección, con sutil ironía, decidieron acudir a su vivienda a esperarlo para acompañarlo en un desfile hasta la sede de la Filarmónica. Figueredo, integrante de la comitiva, le pidió a Udaeta que reemplazara el uniforme militar por uno de etiqueta. El mayor atrevimiento, sin embargo, fue que en el exterior de la vivienda aguardaba la orquesta y, en cuanto salió el Gobernador, esta comenzó a ejecutar el himno que días atrás le había causado tanta suspicacia. Durante todo el trayecto los músicos continuaron tocando el himno guerrero y, al arribar a la Filarmónica, la multitud irrumpió en ambiguos aplausos, dirigidos más a los ejecutantes que al propio Udaeta. Este no pudo objetar nada ante tales actos de supuesta deferencia. Estas actividades previas al 10 de octubre explican que la melodía, e incluso en ciertos círculos la letra, fueran conocidas.
Con el estallido de la insurrección, el 10 de octubre de 1868, La Bayamesa de Figueredo cobraría todo su sentido como himno patriótico. En la mañana del 20 de octubre, tras la toma de la ciudad de Bayamo por los mambises y la rendición del cuartel, la multitud se agolpó en la plaza para celebrar la victoria. El tañido de las campanas y la música acompañaban el entusiasmo general, avivado por la presencia de Figueredo, quien se abrió paso entre la multitud. El bayamés ilustre iba sobre su caballo Pajarito y, erguido sobre la montura, arengaba a sus compatriotas con exclamaciones revolucionarias.[5] La muchedumbre, inspirada por el triunfo, comenzó a tararear las notas de La Bayamesa, con la música de fondo que ejecutaba la orquesta. Entonces hizo su entrada La Abanderada, Candelaria Figueredo, hija de Pedro Figueredo, vestida con el traje de libertadora, escoltada por un hijo de Figueredo, Gustavo, y por otro de Céspedes, Carlos Manuel. El entusiasmo creció aún más y se inició una marcha por la calle El Comercio, encabezada por Céspedes, Perucho y la propia Abanderada. Detrás iban otros líderes de la revolución, Luis Marcano, Pío Rosado, Donato Mármol, Maceo Osorio, Esteban Estrada y José Joaquín Palma. Los jefes de la insurrección y el pueblo que los secundaba completaron una vuelta a la plaza, sin que el entusiasmo decayera.
Paulatinamente se levantaron voces que le solicitaban a Figueredo que revelara la letra del himno patriótico, ya que su música era conocida por todos, para que fuese cantada por los presentes. A la altura de la calle Mercaderes la petición se hizo más fuerte y provocó que se detuviera la marcha. Extrajo entonces el autor un lápiz y un papel de su bolsillo y, sin moverse de sitio, sobre la montura del caballo, anotó los versos que con anterioridad ya había compuesto del patriótico himno.[6]
Tomada la ciudad, se comenzó a organizar su gobierno y el ejército. Céspedes nombró los primeros mayores generales y, entre ellos, a Pedro Figueredo como jefe del Estado Mayor de las fuerzas mambisas. Entre las iniciativas de los revolucionarios de la ciudad, se decidió publicar un periódico que resultase un órgano oficioso del gobierno independentista. El mismo llevó el nombre de El Cubano Libre y tenía como subtítulo, Primer periódico independiente que se publica en Cuba. Durante mucho tiempo se ha polemizado en torno a cuáles fueron las estrofas que se cantaron el 20 de octubre. En el número del 27 de octubre de 1868, año I, no. 4, siete días después de haber sido conocida su letra públicamente, aparece, por primera vez, el texto impreso firmado por el propio autor. Se publica con el nombre de La Bayamesa. Himno patriótico. Solo consta de dos estrofas, que constituyen actualmente el Himno Nacional cubano:
La Bayamesa. Himno patriótico
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria es vivir.
En cadenas vivir es vivir
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas, valientes, corred!
Pedro Figueredo[7]
Al día siguiente, se dio el solemne Te Deum por el triunfo de las armas cubanas y el surgimiento del gobierno provisional de Bayamo, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes. Ofició en el mismo el sacerdote bayamés Maximiliano Izaguirre. Doce muchachas bayamesas interpretaron el himno compuesto por Figueredo, mientras su hija, Candelaria, Canducha, enarbolaba y hacía flotar la bandera de La Demajagua. Ello explica que, con la circulación del periódico El Cubano Libre, del día 27 de octubre, y el solemne Te Deum del día 28, todo Bayamo conociese y cantase las dos estrofas que aparecen en el periódico y que se interpretan en el Te Deum. Ello aclara que fueron también estas las estrofas que se interpretaron el 20 de octubre y, sobre todo, las que conoció entonces el pueblo bayamés. Otro aspecto importante es que no se le da aún la connotación de himno nacional, sino solo de himno patriótico.
La Bayamesa de Figueredo, tal cual figura en El Cubano Libre y como fue interpretada en el Te Deum, se hizo muy popular. En uno de sus primeros números El Cubano Libre reproduce el ambiente de alegría que reinaba en la ciudad. En particular, había dos orquestas muy queridas y populares que se paseaban por sus calles interpretando, entre otras piezas, el himno patriótico de Figueredo:
En el Bayamo revolucionario al caer la tarde estas dos populares orquestas recorrían las calles del pueblo “seguidas por más de mil quinientas personas” para ayudar a elevar con sus sones el fervor patriótico de los habitantes. [8]
Ello explica que, al marchar a los campos mambises, La Bayamesa de Figueredo se convirtiera en el himno de los patriotas. Pero también otras versiones de esta marcha, inspiradas espontáneamente por algún que otro creador, surgieron y circularon durante los diez años de la Guerra Grande. Entre estas, hubo una que incluso tan tardíamente como en el año 1897, la recordaban participantes en dicha contienda. Se trata de una composición de cuatro estrofas, de las cuales la primera y la cuarta son las que figuran en La Bayamesa original de Figueredo.
El propio autor de la segunda y la tercera estrofa, el dominicano Manuel de Jesús de Peña y Reinoso, explica el origen de esta versión en una carta que le remitiera a Tiburcio Aguirre en 1897, quien aún la recordaba. Peña y Reinoso participó en la Guerra de los Diez Años, en la que fue representante a la Cámara por Oriente y secretario de este órgano hasta su salida de Cuba para una misión asignada por Carlos Manuel de Céspedes. En 1872 se encontraba en la jurisdicción de El Cobre y tuvo varios contactos con el presidente Céspedes, en los que, además de asuntos políticos, afloraron aficiones comunes en torno a la literatura y, en particular, la poesía.
En un encuentro de esta índole, coincidió que un asistente muy cercano del Presidente, de nombre Jesús, entonaba a cierta distancia, con voz de barítono, las estrofas de La Bayamesa de Pedro Figueredo. Escuchándolo ambos, Céspedes le pidió a Peña su opinión sobre la composición. Este último expresó su valoración positiva, aunque objetó que la letra le parecía incompleta. Céspedes se sorprendió ante esta respuesta y, a su vez, inquirió, con cierta dosis de humor, cómo podría él completarla. El dominicano extrajo su cartera y en uno de sus folios escribió las dos estrofas adicionales, además de transcribir las de Figueredo:
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria es vivir.
Es trazar en caracteres de oro
nuestro nombre cubierto de gloria
con el sacro buril de la Historia
en los tiempos que están por venir.
Que “vencer o morir” solo sea
el clamor que la brisa dilate.
¡Y al sublime fragor del combate
vuestras duras cadenas romped!
En cadenas vivir es vivir
en oprobio y afrenta sumido
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas, valientes, corred![9]
Esta versión circuló ampliamente en la manigua, coreada por voces populares que encontraban en su hondo sentido patriótico los ánimos necesarios para continuar en combate. Obsérvese que, de nuevo, se confirma que lo que circulaba en el campo mambí, así como en el pueblo, eran las dos estrofas publicadas en Bayamo y cantadas en el Te Deum, las que con posterioridad fueron nuestro Himno Nacional. Queremos llamar la atención sobre un error que contiene esta versión. La frase original “en afrenta y oprobio sumido” es alterada: “en oprobio y afrenta sumido”. Hacemos esta observación porque ese error se repetirá en otras versiones.
Por otra parte, El Cubano Libre de 27 de octubre de 1868 había circulado entre los expatriados cubanos y algunos conservaban ejemplares. De este modo se mantenía no solo en la memoria, sino también documentalmente, la versión original de La Bayamesa de Figueredo. Cuando en abril de 1869 se celebra en Guáimaro la Convención Constituyente, se acuerda como símbolo nacional la bandera de Narciso López, no así un himno nacional. La Bayamesa de Figueredo seguía siendo, simplemente, un himno patriótico. Durante todo el período que transcurre entre 1878 y 1895, La Bayamesa de Figueredo continuó siendo interpretada por personas que la habían conocido.
Era tal la popularidad del himno patriótico de Figueredo, que una versión que circuló en el extranjero y que pretendió ser un “alcance” de El Cubano Libre del 27 de octubre altera por completo el himno de Figueredo a pesar de que aparece firmado por este. Ello ocasionó nuevas confusiones con respecto al Himno de Bayamo, más aún cuando, al parecer, era un complemento del periódico bayamés, con la fecha con que se había publicado el original. Esta adulteración fue impresa en Nassau y circuló entre los expatriados. Copias del mismo se encontraban en Nueva York:
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
Hoy romped la cadena ominosa
a los gritos de honor, libertad.
No querrais en cadena vivir
En afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido…
¡A las armas, valientes, volad![10]
Son numerosas las fuentes que confirman la popularidad de La Bayamesa de Figueredo, a la cual muchos llamaban el Himno Bayamés o Himno de Bayamo. No haremos aquí un recuento de esas fuentes que refieren dónde se cantó y cómo se tocó el himno de Figueredo en los más diversos lugares. Las adulteraciones, los cambios, tanto en la letra como en la música, se explican por ser, por lo general, una transmisión oral. Sin embargo, existía un lugar donde, sin duda, se conoció la auténtica versión de La Bayamesa de Figueredo. Nos referimos a Cayo Hueso, en Estados Unidos. Allí se refugiaron muchos de los hombres vinculados a los inicios de la guerra del 68, así como familias enteras de patriotas. Este fue el caso de la de Pedro Figueredo, incluyendo a su hija Candelaria, quien sufrió persecuciones y prisión en Cuba. Candelaria, conocida como Canducha, había participado en los primeros momentos de creación del himno por su padre, en los acontecimientos del 20 de octubre y en el solemne Te Deum del 28 del mismo mes. Además, se le conocía no solo por haber sido la abanderada de los mambises bayameses, sino también por el dominio del piano. Por estas razones resulta lógico que con su presencia y actividades en Cayo Hueso sí se interpretara la versión original del himno.
Candelaria contrajo matrimonio el 21 de abril de 1877 con Federico del Portillo. Entre los relatos de Gerardo Castellanos sobre la vida en el Cayo, existe una referencia iluminadora sobre la historia del himno:
Es aprobado en Cayo Hueso el reglamento de la Banda de la Libertad. Su fin era tocar gratuitamente para hacer economía en las fiestas patrióticas. Se componía de 29 músicos y varios aprendices. Era director Rafael Fitz (actualmente vive en Guanabacoa); clarinetista, el general Rogelio Castillo; flautista, Federico del Portillo, casado con Candelaria Figueredo, la célebre abanderada de Bayamo, hija de Perucho. Todos eran fervorosos patriotas y muy discretos como músicos.[11]
Esta cita de Gerardo Castellanos vincula al esposo de Candelaria con las interpretaciones musicales que hacía la Banda de la Libertad, por lo que la versión debió ser muy fiel a la original, por el dominio de la misma que tenía La Abanderada del 68.
Por otra parte, José Martí estaba inmerso en los avatares de preparar la guerra continuadora. Sus constantes visitas a las distintas comunidades cubanas en los Estados Unidos le habían permitido conocer el himno patriótico que había circulado en los campos insurrectos de Cuba y en la emigración. Se trataba de La Bayamesa, de Figueredo. En sus visitas a Tampa y Cayo Hueso, Martí aprendió de los veteranos y expatriados la fuerza particular que tenían su música y su letra para enaltecer los ánimos revolucionarios y llamar al combate por la libertad de Cuba. Ejemplos de ello figuran en el testimonio que ofrece Ángel Peláez, uno de los organizadores de la primera visita de Martí a Cayo Hueso, a fines de 1891. Antes de llegar al Cayo, encontrándose en Tampa, fue recibido en varios clubes patrióticos. Ante la presencia de Martí “la emigración cubana aplaudió la ocasión que se le presentaba de oír al famoso peregrino que predicaba la cruzada contra el feudalismo implantado en la tierra de Heredia y de Varela. (…) Cien, y cien, y cien brazos se extienden entre los pródigos vítores y las cadencias marciales del himno bayamés.[12]
Una vez en Cayo Hueso, asiste a una actividad política en la tabaquería de Eduardo Gato, en enero de 1892. Allí, “el glorioso himno de las batallas cubanas saludó la llegada del héroe, cuya obra colosal en vano ha intentado España destruir, haciendo cruzar el océano a 150,000 hombres, y gastando trescientos millones en el transcurso de año y medio”.[13]
En ese mismo año, José Martí crea, en su estrategia revolucionaria, el periódico Patria, como vocero del movimiento independentista cubano. Su primer número vio la luz el 14 de marzo de ese año. No había transcurrido un mes cuando, el 10 de abril, se constituía el Partido Revolucionario Cubano. La empresa patriótica necesitaba de sus símbolos. La bandera de Narciso López, según la había definido la Constitución de Guáimaro, era la bandera cubana, por lo que presidía cualquier acto, reunión, local y hogar que se definiera como cubano. No ocurría así con el himno, tan necesario para enaltecer el espíritu revolucionario según había constatado en Tampa y Cayo Hueso. Martí le solicita al patriota camagüeyano y músico reputado Emilio Agramonte y Piña que recogiera el himno de Figueredo, música y letra, y la transcribiera al pentagrama, ya que se trataba de una pieza musical conocida entre los emigrados cubanos. El 25 de junio de 1892, en el número 16 del periódico Patria, aparecían junto a las bases del Partido Revolucionario Cubano y el artículo “El Partido”, la letra y la música de La Bayamesa. Himno Revolucionario Cubano, de Pedro Figueredo. Es de observarse que Martí, en lugar de titularlo Himno Patriótico lo tituló Himno Revolucionario Cubano. En la misma hoja del mismo número del periódico Patria aparece un artículo firmado por “Un veterano”, donde se cuenta la importancia del himno que reproducía Patria:
La Bayamesa, por La Marsellesa, fue compuesta por Pedro Figueredo, el indómito revolucionario, meses antes del pronunciamiento de Yara. La Bayamesa se tocaba por las bandas criollas de la localidad, se cantaba por las damas y se tarareaba por los muchachos de la calle. Aquel pueblo, que acariciaba ya la revolución, daba así expansión a sus sentimientos patrios antes de lanzarse a la lucha.
Cuando hendiendo las almas se dio a conocer como el canto de guerra del pueblo heroico, llegaron sus acordes a los oídos del coronel Udaeta, el caído Teniente Gobernador de la ciudad, que encerrado con sus tropas en el Cuartel Militar principió por escuchar con atención, continuó por reconocer el aire, y terminó por exclamar: “¡Buena me la han jugado! ¡Debí de haberlo presentido, debí antes haber comprendido su semejanza con La Marsellesa, debí haber adivinado que era un canto guerrero! ¡Aun yo, sin saberlo, he tarareado muchas veces el himno que ahora escucho con horror!”.
Bayamo cayó en poder de la Revolución el 20 de octubre a las diez de la mañana cuando las campanas tocaban a vuelo, cuando vitoreaba la multitud ebria de gozo, cuando los colores de la libertad sin orden, sin concierto, aparecían en todos los balcones, en todas las casas, cuando toda la ciudad entusiasmada anunció el triunfo de la revolución, apareció rodeada por la multitud en el centro de la plaza de la iglesia, erguido sobre su jadeante caballo, que arrojaba sangre por los hijares y espumas por la boca, un hombre quemado del sol, desconocido por el polvo, que sombrero en mano gritaba: “¡Bayameses, viva Cuba!”, y en medio del frenesí que enloquecía aquel pueblo, en medio de las lágrimas y la alegría rompe la orquesta y llena los aires con los dulces acordes del himno La Bayamesa.
Enseguida Pedro Figueredo rasga una hoja de su cartera, y cruzando su pierna sobre el cuello del indómito corcel, escribe la siguiente octava:
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria es vivir.
En cadenas vivir es vivir
en oprobio y afrenta sumido.
Del clarín escuchad el sonido:
¡A las armas, valientes, corred!
El pueblo hizo coro, la cuartilla de papel corrió de mano en mano y el mismo Figueredo ordenó la marcha que al son de la música recorría las calles y entusiasta exclamaba: “Que morir por la patria es vivir”. Y mientras los españoles se rendían, el pueblo cantaba y el autor de La Bayamesa, ebrio como Rouget de Lisle,[14] ebrio de gozo por su triunfo, hacía popular su canto de guerra, cuyo espíritu selló cuando pocos años más tarde era conducido en ignominiosa procesión a través de las calles de Santiago de Cuba, donde lanzó su último aliento acribillado a balazos exclamando orgulloso, soberbio: “¡Morir por la patria es vivir!”.
Un veterano[15]
En el mismo número del periódico aparece un artículo de Martí titulado “El Himno de Figueredo y el acompañamiento de Agramonte”:
Patria publica hoy, para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez; para que espolee la sangre y las venas juveniles el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en los pechos de los hombres. ¡Todavía se tiembla de recordar aquella escena maravillosa! Con cariño reverente envía a Patria el himno desde el Cayo uno de los héroes de aquellos días cuya beldad se procurará imitar en vano; uno de los caballeros de la independencia, que se fue del país cuando la libertad se oscureció en él, y no volverá al país sino cuando la libertad vuelva a brillar; un padre que tiene ocho hijos, y a los ocho les ha enseñado el himno; un cubano que cree cuando recuerda los años sagrados y cuando vislumbra en el porvenir los que les van a suceder; un coronel que lleva todavía el mando en los ojos, y escribe con la pluma rápida y brillante de las batallas: Fernando Figueredo.
El acompañamiento del himno es de uno de los pocos que tuviesen derecho a poner mano en él, de nuestro maestro Emilio Agramonte, cuya alma fervorosa nunca se conmueve tanto como cuando recuerda aquellos días de sacrificio y de gloria en que las mujeres de su casa daban sus joyas al tesoro de la guerra, en que los jóvenes de la casa salían, cuatro veces seguidas, a morir. ¡No han de ponerse las cosas santas en manos indignas! Ni quiso el maestro ilustre hacer gala de arte en la composición; sino de respeto al himno arrebatador y sencillo. ¡Oigámoslo de pie, y con la cabeza descubierta![16]
“¡No han de ponerse las cosas santas en manos indignas!”.
Este texto de Martí esclarece que es el sobrino del autor del himno, Fernando Figueredo, quien le envía a Patria, desde Cayo Hueso, el texto y la música del himno patriótico. Los escritos que aparecen en el periódico Patria de ese díano son otra cosa que la exaltación del himno necesario para la nueva etapa de la lucha independentista. Es Martí quien coloca La Bayamesa de Figueredo como himno de combate de los revolucionarios cubanos. En lugar de aparecer como himno patriótico, aparece como himno revolucionario. Resalta, con particular sentido, cómo aquel coronel Fernando Figueredo Socarrás le había enseñado la pieza patriótica a sus ocho hijos. No era una excepción. Las dos cuartetas que aparecen con el acompañamiento de Emilio Agramonte no hacen más que continuar, en la nueva etapa, con el himno “arrebatador y sencillo” que lleva al combate por la independencia y la soberanía de Cuba. Es necesario destacar un aspecto de esta versión. La frase “en afrenta y oprobio sumido” aparece, de nuevo, invertida: “en oprobio y afrenta sumido”. No era la única vez en que esto había ocurrido. Y es explicable gracias a las versiones orales, incluso escritas, que habían circulado con anterioridad. La Revolución Cubana tenía su periódico, Patria; su Partido, el Partido Revolucionario Cubano; su bandera, la que se había aprobado en Guáimaro; y su himno, la inmortal pieza de Pedro Figueredo.
“Es Martí quien coloca La Bayamesa de Figueredo como himno de combate de los revolucionarios cubanos”.
Desde entonces La Bayamesa de Figueredo fue conocida en diversos países de América Latina y Europa. Un ejemplo de ello es la publicación, por el Comité Central Italiano por la Libertad de Cuba, del libro La lotta di Cuba e la solidarità italiana[17] (La lucha de Cuba y la solidaridad italiana), obra del doctor Francesco Federico Falco, y en la que se transcribe literalmente la versión publicada por el periódico Patria. Es de destacar que Emilio Agramonte Piña, un notable músico profesional, le efectuó determinados cambios a la pieza original con el objetivo de “darle más énfasis y marcialidad”. Su idea, según Martí, era que “lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez, para que espolee la sangre y las venas juveniles”.
La Bayamesa. Himno Nacional Cubano
Durante la contienda de 1895 a 1898 el himno revolucionario de Bayamo fue entonado en los clubes patrióticos de la emigración, así como por bandas de música que existían en las fuerzas mambisas. En estas últimas predominaba el Himno Invasor creado a inicios de la contienda del 95 por Enrique Loynaz del Castillo y orquestado por Dositeo Aguilera, director de la banda de música que acompañaba a las fuerzas de Antonio Maceo.En diciembre de 1898, como parte del recibimiento en Guanabacoa de las primeras tropas insurrectas que entraban en La Habana, los organizadores decidieron que se interpretara La Bayamesa de Pedro Figueredo, himno revolucionario, publicado por José Martí en el periódico Patria. Con tal propósito, le pidieron al compositor y director José Antonio Rodríguez Ferrer que se encargara, en esta oportunidad, de la orquestación y dirección interpretativa de la pieza musical. El acto, según las reseñas, resultó memorable por los cuidadosos arreglos de Rodríguez Ferrer y las emociones patrióticas que suscitó esta versión musical entre los cubanos que participaron en el acontecimiento. Rodríguez Ferrer compuso una introducción instrumental, a modo de llamada de atención, que quedaría ya definitivamente incorporada al himno, así como adecuaciones a una banda orquestal de pequeño formato. Jesús Gómez Cairo explica el aporte de Rodríguez Ferrer a lo que constituiría nuestro Himno Nacional:
Primero: Tomó como base la línea melódica que había plasmado Emilio Agramonte en su transcripción, pero no su acompañamiento de piano (existían ya entonces también otras versiones de la melodía que Rodríguez Ferrer desechó).
Segundo: Armonizó y orquestó esa línea melódica con algunas esenciales adecuaciones en función del medio instrumental que hubo de utilizar para interpretarla: la banda, que por las escasas posibilidades de músicos en esa ciudad, fue pequeña. Según se dice no pasaba de 12 músicos.
Tercero: Compuso una introducción instrumental a modo de diana de vibrante estilo marcial, que la partitura de La Bayamesa no poseía y era fundamental para lograr el efecto de llamada, de clarín, indispensable a la dramaturgia musical de un himno que es, ante todo, una marcha de combate.[18]
Más de un año después, al iniciarse la Convención Constituyente de 1900, interpretó La Bayamesa de Figueredo, en la versión de Rodríguez Ferrer, la banda de formato completo dirigida por el maestro Guillermo Manuel Eduardo Tomás Bouffartigue. Este músico cienfueguero había participado activamente en los conciertos que se daban para recaudar fondos para el Partido Revolucionario Cubano en Nueva York. Su esposa, Ana Aguado, conocida como La Calandria, también participaba en estos conciertos como cantante. A ella le escribió José Martí: “Los tiempos turbios de nuestra tierra necesitan de estos consuelos. Para disponerse a morir es necesario oír antes la voz de una mujer”.[19] Guillermo Tomás había regresado a Cuba en 1899. Fundó la primera banda de formato completo el 15 de agosto de 1900; la misma se inició como Banda de Música del Cuerpo de Policía de La Habana. Las condiciones de este cuerpo llevaron a su director y al alcalde de la ciudad a convertirla en la Banda Municipal de La Habana, que entre otros inmortales directores tuvo a Gonzalo Roig. También a Guillermo Tomás se debe la creación, en 1910, de la primera Orquesta Sinfónica de La Habana. Jesús Gómez Cairo define: “la ejecución del himno estuvo a cargo de la banda de formato completo, devenida posteriormente Banda Municipal de La Habana, bajo la dirección del insigne músico maestro Guillermo Tomás, entonces el más ilustrado de los directores musicales cubanos”.[20]
Recordando aquel momento, en una entrevista publicada por el periódico Excélsior, Guillermo Tomás expresa: “Fue un momento solemnísimo, de esos que no se olvidan nunca en la vida. Los músicos estábamos quizás más emocionados que nadie. Muchas veces me he quedado pensando cómo pudimos llegar al final.[21] Guillermo Tomás, a quien lo caracterizó siempre la modestia y la honradez, aclaró que los arreglos y la orquestación pertenecían a Rodríguez Ferrer, aunque es evidente que le incluyó elementos que permitieron completar la obra. La Asamblea Constituyente decidió desde entonces que La Bayamesa de Figueredo, con los arreglos y orquestación de Rodríguez Ferrer y Guillermo Tomás, se convirtiera en el Himno Nacional Cubano. Sin embargo, ello no quedó expresado en el texto constitucional de 1901.
El destino guardaba sorpresas en torno a la obra musical. En 1912, al crearse el Museo Nacional de la Música, la señora Adela Morel decidió donar, por medio del conocido patriota Fernando Figueredo Socarrás, una partitura que hasta entonces había sido desconocida. Según el relato de la señora Morel, estando Perucho Figueredo en la finca Santa María de Camagüey, el 10 de noviembre de 1869, ella, una joven en aquel momento, se le acercó y le pidió que le escribiera la partitura con letra y melodía de La Bayamesa. A continuación ofrecemos la versión entregada por la señora Adela Morel.
Al combate corred, bayameses,
que la patria os contempla orgullosa.
No temáis una muerte gloriosa,
que morir por la patria es vivir.
En cadenas vivir es vivir
en afrenta y oprobio sumido.
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas, valientes, corred!
No temáis los feroces iberos,
son cobardes, cual todo tirano,
no resisten al bravo cubano;
para siempre su imperio cayó!
¡Cuba libre! Ya España murió.
Su poder y su orgullo ¿dó es ido?
Del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas, valientes, corred!
Contemplad nuestras huestes triunfantes,
contempladlos a ellos caídos;
por cobardes huyeron vencidos,
por valientes sabemos triunfar.
¡Cuba libre!, podemos gritar;
del cañón al terrible estampido;
del clarín escuchad el sonido.
¡A las armas, valientes, corred!
Este documento provocó una verdadera conmoción. Nunca antes se habían conocido las estrofas finales que contenía la donación de Adela Morel. Ello trajo numerosas especulaciones. La autenticidad del documento fue probada, pues de puño y letra del propio Figueredo consta que “palabra y música” son de su autoría. Además, en un costado del mismo testifica lo siguiente: Copiados para la Srta. Adela Morel. Santa María, nov. 1 de 1869. A partir de estos datos, dos cosas diferentes se pueden inferir. La primera, que Figueredo haya escrito esta obra con todas sus partes, pero que solo divulgó las dos primeras estrofas, ya fuese con el objetivo de facilitar su interpretación o por no creer necesario incluirlas todas. Lo cierto es que, en El Cubano Libre, en el Te Deum del 28 de octubre y en la versión que en Cayo Hueso divulgaron Candelaria Figueredo, su esposo, Federico del Portillo, y el propio Fernando Figueredo, solo figuraron las dos primeras estrofas. También está comprobado que solo fueron conocidas por los participantes en la Guerra de los Diez Años las dos primeras. No hay referencia anterior a las cuatro estrofas finales. La otra posible interpretación es que estas hayan sido añadidas por Figueredo con posterioridad a los acontecimientos de Bayamo. Esto parece validarlo el hecho de que la letra de estas estrofas presenta incorrecciones que no están en las dos primeras, y el desconocimiento de ellas por parte de las personas más cercanas a Perucho Figueredo.
Independientemente de los posibles orígenes de estas estrofas agregadas, lo cierto es que serían algo así como una nueva versión de La Bayamesa de Pedro Figueredo. El Himno Patriótico, Himno de Bayamo, Himno Revolucionario Cubano o Himno Nacional era conocido y reconocido por las dos estrofas publicadas por el propio Figueredo en 1868. Así lo plasmaron en sus textos las constituciones de 1940, 1975 y 2019.
Notas:
[1] José Maceo Verdecia: Bayamo. Edición anotada por Ludín Bernaldo Fonseca García. Ediciones Bayamo, Bayamo, 2009, pp. 19-20.
[2] Entrevista inédita concedida por Amparo Torres Alciniega al Dr. Eduardo Torres-Cuevas, el 29 de marzo de 2018.
[3] Loc. cit; p.94.
[4] Ibídem, p.49.
[5] La Comisión Patriótica Pro Himno Nacional a la Mujer Cubana: La Abanderada de 1868. Candelaria Figueredo (hija de Perucho). Autobiografía, Habana, Cultural S.A., 1929.
[6] Ibídem, p.88.
[7] El Cubano Libre. Primer periódico independiente que se publica en Cuba, Bayamo, martes 27 de octubre de 1868, año I, no. 4, p. 2.
[8] Zoila Lapique: ob. cit. p. 220.
[9] Carta de Manuel de J. de Peña y Reinoso a Tiburcio Aguirre, de fecha 25 de diciembre de 1897. En: Rodríguez Demorizi, Emilio: Martí y Máximo Gómez en la poesía dominicana. Editora Montalvo, República Dominicana, 1953.
[10] Zoila Lapique Becali: Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes, 1570-1902, Ediciones Boloña, La Habana, 2007, p. 218.
[11] Gerardo Castellanos: Panorama histórico. Ensayo de cronología cubana, La Habana, Ucar, García y Cía., 1934, t.2, p.1021.
[12] Ángel Peláez: Primera jornada de José Martí en Cayo Hueso. Imprenta América, S. Figueroa editor, New York, 1896, pp.9-10.
[13] Ibídem, p.26.
[14] Se refiere a Claude-Joseph Rouget de Lisle, oficial del cuerpo de ingenieros del ejército revolucionario francés que enfrentaba la invasión prusiana. Escribió Canto de Guerra para el Ejército del Rin el 25 de abril de 1792. Este himno se popularizó, por lo que era cantado por el batallón de marselleses que entraron en París en julio de 1792, y rebautizado con el nombre de La Marsellesa. Para la época en que Figueredo compone su Bayamesa, no era el Himno Nacional de Francia, sino el que se había generalizado entre los revolucionarios del mundo a partir de 1848.
[15] “La Bayamesa. Himno revolucionario Cubano” Patria, 25 de junio de 1892, Nueva York, no. 16, p.2.
[16] Patria, 25 de junio de 1892, Nueva York, no. 16, p.3.
[17] Biblioteca Nacional de Cuba. Colección cubana: Francesco Federico Falco. La lotta di Cuba e la solidarità italiana. A cura del Comitato Italiano Centrale per la libertà de Cuba, Roma, dicembre di 1896. Ver Eduardo Torres-Cuevas: Antonio Maceo: las ideas que sostienen el arma, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1995.
[18] Jesús Gómez Cairo. Breve historia del Himno Nacional de Cuba. 150 Aniversario de “La Bayamesa. Himno Patriótico Cubano”. 20 de octubre de 2018, Ediciones Museo de la Música, La Habana, 2018, p.10.
[19] José Martí: “Carta a Ana Aguado de Tomás, 7 de junio de 1890”. En Obras Completas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, tomo XX.
[20] Loc. cit., n.18, p.10.
[21] Ídem.
Gracias Jiribilla por tan excelente articulo….
Interesante artículo. Esta historia con menos detalles se la escuché a Idilio Urfe en los años ochenta del pasado siglo en el Seminario de Música Popular situado en la Iglesia de Paula. Es