Toirac hace el cuento
18/3/2020
UNO
Hasta el 22 de marzo, José Ángel Toirac expone en el Museo Nacional de Bellas Artes una de sus más interesantes y polémicas series: Tiempos Nuevos, realizada entre 1995 y 1997.
Como es tradición, la principal pinacoteca de Cuba organizó a finales de 2019 la muestra consagrada al ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas. Generalmente se trata de exposiciones antológicas, pero, más que proponer un recorrido por su inmenso quehacer, Toirac prefirió mostrar obras que en su momento no pudieron exhibirse en este país. Se saldaba una deuda. La concreción de ese anhelo en la sala temporal del tercer nivel del Edificio de Arte Cubano devino un gran acontecimiento.
“Y, ya ves, no se acabó el mundo” —comentó una señora, que se decía admiradora y seguidora por largos años de la obra de Toirac, mientras apreciaba los lienzos el día de la inauguración.
DOS
Más de veinte años tuvo que esperar Toirac para exponer estas obras en una galería cubana. Las razones pudieran parecer obvias a más de uno: el “protagonista” es Fidel Castro. Y no se trata de un homenaje convencional a esa significativa figura de la historia cubana y latinoamericana, como pudiera parecer a primerísima vista. Resulta algo más complejo: imágenes más o menos icónicas de Fidel son recolocadas en un nuevo contexto: la publicidad. Es paradójico. Para algunos pudiera resultar incluso provocador, si se tiene en cuenta la explícita oposición del líder cubano a buena parte de los esquemas y los presupuestos del mercado capitalista.
Lo de Toirac es arte político. Y el arte político suele ser incómodo.
TRES
El jueves 12 de marzo José Ángel Toirac acudió al Museo Nacional de Bellas Artes. La idea era contar sus experiencias, hablar de las motivaciones de su exposición.
Ciertamente, no había demasiado público. Pero en arte un puñado de personas puede ser multitud.
Rodeado de gente muy interesada, atentísima a lo que estaba diciendo, Toirac lució cómodo. Los que conocen al artista saben que es un hombre que se prodiga poco. Un hombre sencillo. Un hombre aparentemente tímido. Es como si le costara romper el hielo.
“No me hubiera imaginado que él fuera el autor de estas pinturas tan lindas, parece tan ‘normal’, tan de la calle —le susurró una persona a otra persona, sin detenerse a pensar que esa persona a la que le susurraba pudiera ser perfectamente un amigo de Toirac.
Al final el encuentro devino tertulia íntima y amena. Y José Ángel Toirac fue un anfitrión encantador.
Sin alardes de sapiencia, sin ínfulas de grandeza, sin tecnicismos o impresiones rebuscadas… narró las peripecias de esta serie. Con la naturalidad del vecino que cuenta una historia cotidiana.
Primero, como era de rigor, explicó las características de la exposición, que además de los lienzos incluía libros, fotografías y material audiovisual, además de obras más recientes.
Después lo puso todo en su contexto. Partió del convencimiento de que la obra trasciende al artista y a sus puntuales espectadores (de ahí el título, Ars Longa) para ofrecer, en ejemplar ejercicio de síntesis, las coordenadas esenciales de su trabajo como creador, las coordenadas de esta serie.
CUATRO
Para José Ángel Toirac un museo de arte es un templo. Y asumiendo esa metáfora hermosa concibió su exposición. La primera sala es como el viacrucis, la preparación del viaje espiritual. En la sala principal, en una sola pared, el “altar mayor”.
Como si estuviera pidiendo permiso, Toirac invitó a los presentes a ver el conjunto de lienzos una y tantas veces cuestionado. Impresionaba. La imagen de Fidel Castro repetida, en actitudes y épocas disímiles. Solo o acompañado. Despierto o durmiendo. Escuchando o hablando. Recreaciones de fotografías célebres. Y, en todas, una marca comercial.
Lo inaudito: Fidel Castro “anunciando” productos. La dignidad, la indudable belleza, la simpatía de un político puestas en función de campañas publicitarias.
Arte político, lo decíamos más arriba… arte que sacude, que emplaza, que interroga.
Y, frente al gran retablo, el artista.
Pequeño ante la inmensidad del referente, el artista.
Solo ante su obsesión, el artista.
Como Miguel Ángel ante la Capilla Sixtina… tendrán que perdonarme la comparación.
—¿Eres consciente del privilegio? —me preguntó una amiga.
Yo escuchaba a Toirac como se escucha a un sacerdote.
CINCO
Muchos críticos y especialistas han analizado a profundidad las implicaciones de esta muestra. En esta misma revista, para no ir tan lejos. Mucho se ha hablado de la polémica, del itinerario de estas obras. Ahorrémonos mi propio análisis, que no es tan docto.
SEIS
En el discurso de agradecimiento del Premio Nacional de Artes Plásticas, que se entregó en este mismo Museo, José Ángel Toirac hizo una declaración de principios:
“Creo que la responsabilidad de un artista es producir y socializar su arte.
”Creo que el rol de su obra es abrir interrogantes, más que aventurar respuestas.
”Creo que la crítica es tan pertinente como la herejía, porque solo el diálogo y la discusión mantendrán viva la fe.
”Creo que más importante que lo que nos hagan es aquello que hacemos con lo que nos han hecho”.
Este credo pudiera ser punto de partida de numerosos debates éticos y estéticos. La posición de Toirac es diáfana.
Ojalá otros emularan tanta coherencia.
SIETE Y FINAL
José Ángel Toirac contó esa tarde una conversación suya con un funcionario que no identificó: No es el momento para esta serie —le dijo. Él mismo tuvo reservas al principio. Fidel Castro es un referente inmenso. Titánico.
Fidel es la posibilidad y el límite.
No es cuestión de bandos políticos, se trata de la trascendencia de un ejercicio público… de la responsabilidad de abordarlo y recrearlo desde el arte.
Él lo ha hecho contundentemente. La solidez del concepto es su escudo ante las veleidades de la crítica, el mercado y el propio público.
Y es, también, la mayor demostración de respeto.