¿Todo Zumbado?

Laidi Fernández de Juan
15/6/2016

Difícilmente se repita la conjugación de talentos que reunía la criatura conocida como Héctor Zumbado. Es uno de esos fenómenos, de esas rarezas que solo aparecen de vez en vez, de modo que podemos sentirnos dichosos de haber sido contemporáneos suyos, al menos por un rato. Quienes tuvieron la dicha de disfrutarlo durante muchos años, aquellos afortunados que fueron sus amigos, escribirán páginas estremecedoras en su honor. No tuve esa suerte, pero sí fui (soy y seré) devota lectora de sus libros, admiradora incondicional de su ingenio, y deudora en más de un sentido.

H. Zumbado (como firmaba) se burló de lo humano y de lo divino, criticó, satirizó, puso al descubierto males sociales que entorpecen nuestras vidas, y supo conquistar al público sin acudir nunca a la chabacanería.H. Zumbado (como firmaba) se burló de lo humano y de lo divino, criticó, satirizó, puso al descubierto males sociales que entorpecen nuestras vidas, y supo conquistar al público sin acudir nunca a la chabacanería. Todo lo contrario: siendo un hombre cultísimo, se colocó en la postura del ciudadano común, de manera que sus textos eran entendidos, elogiados, perseguidos por todos. Si alguna vez la literatura humorística fue considerada lo que es, expresión artística genuina, en gran medida se debe a Zumbado. Continuador del trabajo de exponentes del costumbrismo cubano (Emilio Roig, Jorge Mañach, Eladio Secades, Enrique Núñez Rodríguez, y de otros escritores como Juan Ángel Cardi), Zumbado se distingue por la osadía de no eludir el tema político dentro del socialismo cubano.

Hay que ubicarse en el contexto de su mayor esplendor como escritor, para entender la valentía a la que hago referencia. Durante los años 70 y 80, todavía bajo las ráfagas de lo que más tarde fuera considerado el Quinquenio Gris, ya leíamos páginas asombrosamente reveladoras de lo que sucedía en Cuba en esos momentos. Tipos sociales (Consultoso, Chapucio, Curdonauta), absurdas trabas burocráticas (que él llamó Burrocratismo), la intransigencia como barrera a la iniciativa (su cuento “El hombre que creía en el sol” es un clásico de la narrativa cubana), y un sentido de la justicia a toda prueba (“La causa que refresca”), por citar solo algunos ejemplos, lo convirtieron en un clásico viviente.

Hay que ubicarse en el contexto de su mayor esplendor como escritor, para entender la valentía a la que hago referencia.Publicista, reportero, autor de guiones y de textos para el teatro, narrador, poeta (él denominaba a sus versos “poesías que dan aco”), entrevistador y sobre todo, brillante escritor de la cotidianidad, Zumbado representa un parteaguas en la literatura cubana.

Su influencia en dicha esfera de la cultura, así como en el humor en general, resulta imposible de delimitar. Escapa a todo intento de encasillamiento. Nos corresponde el deber no solo de evitar que un día sea olvidada su impronta, sino de perpetuar su legado. Concluiré citando palabras suyas, que colocó a manera de prólogo en su libro ¡Esto le zumba!, de 1981, sin sospechar, por supuesto, que serían proféticas:

“He intentado que sean cuentos inteligentes, bonitos y agradables; que entusiasmen y emocionen; que el lector salte de gozo, brinque, se arrastre por el suelo, llore, grite, se hale los pelos, ría a carcajadas, se preocupe, reflexione y riflexione, se conmueva, se impacte totalmente y salga corriendo como un poseído por la calle, saltando y vociferando: `!Qué gran autor! ¡Qué gran libro!´”.