This must be the place: Una transición necesaria
Entonces, no hay lugar como el hogar… ni mal que dure cien años
This must be the place (2011) toma lugar entre la necesidad irremediable de suturar viejas heridas y el pedido de un cambio oportuno. Para Paolo Sorrentino, Cheyenne (Sean Penn), protagonista de este filme, es un personaje que no externaliza sus penas, solo sus acciones le sirven de atuendo para saldarlas dentro del sitio en deuda en el que se encuentra.
La vida de Cheyenne, personaje principal de esta historia poco usual en la filmografía del realizador, parece en principio configurarse como una realidad alternativa en la que Syd Vicius se recupera de las drogas y los efectos nocivos dejados por la fama.
La película oculta los detalles de una vida hecha antes de que el paso del tiempo se vuelva agobiante, tras el espectáculo, el rock and roll y un proceso catastrófico de abstinencia en el que solo queda la huella de lo que fue un ser humano. Experiencias vitales han transformado al protagonista, que es para el tiempo del filme un hombre enrarecido y extravagante en sus cincuenta, y que parece luchar por mantener algún vestigio de esa antigua vida, aunque sea en vestimentas.
El abandono de la música, el envejecimiento mustio y el mínimo contacto con la sociedad, es para el protagonista reflejo de un auto infligido dolor devenido de su pasado.
De lo poco que revela This must be… sabemos que Cheyenne fue una antigua estrella de rock que no tiene algo mejor que hacer que merodear por el vecindario, las tiendas y su propia casa, que toma represalias con lo que cree injusto, mientras le hace sombra a su esposa bombero (Frances MacDormand). Acompaña, además, a su amiga Mary (Eve Hewson), una punk girl que lidia con las arremetidas del amor de forma indiferente y con una madre afligida por la desaparición física de su hijo, que, en sustitución dolorosa del último recuerdo, solo encuentra su vívida imagen en Cheyenne.
El abandono de la música, el envejecimiento mustio y el mínimo contacto con la sociedad, es para el protagonista reflejo de un auto infligido dolor devenido de su pasado. Las acciones en su cotidianidad, su caminar compungido, su manera de hablar tan calmada que llega a irritar y el comportamiento sin sentido que despiertan en el espectador ciertas alarmas de anti-natura, son la respuesta penitencial de la pasada estrella ante un suceso nunca dicho que lo detuvo en el tiempo y que solo le dejó vestuario de antaño.
La extravagancia del personaje es un símbolo de expiación inmersa en un callejón sin salida, debido a que ni le quita la culpa, ni le permite olvidar. No obstante, este encuentra una vía de escape hacia el perdón que tanto busca, mientras sigue lo que aparenta ser una jugarreta del subconsciente disfrazado de un complejo de héroe que se salta el oblivion y la insatisfacción.
Este giro se da cuando el protagonista, con el permiso de su esposa (ente que gobierna realmente sobre sus acciones), viaja a Estados Unidos desde Dublín, Irlanda, para asistir al funeral de su padre. En la recreación de este entierro judaico se entera de que su progenitor le daba caza a un oficial nazi que lo torturó cuando estuvo en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
La extravagancia del personaje es un símbolo de expiación inmersa en un callejón sin salida, debido a que ni le quita la culpa, ni le permite olvidar.
Al parecer, es prescindible para la historia relatar el momento en que Cheyenne toma por misión personal la acechanza de su antecesor; la transición es natural. Esta causa justa se comprende a modo de cierre enmendador para el ciclo del recién fallecido y su memoria desde la visión del protagonista, además de que funciona dentro de dicho proceso de entendimiento como el fin que él busca.
A partir de aquí, el personaje encauza una odisea de acontecimientos transitorios para soltar esa silenciosa carga que lo atormenta tras asumir su nueva tarea. Para esto la película toma un derrotero diferente a la estructura que venía desarrollando, que no solo da paso a una transformación narrativa, sino, también estilística y discursiva. El director adopta la road movie para desplegar el conflicto en el cual el personaje establece la persecución mientras se redescubre en esta nueva etapa de su vida.
La carretera pasa a convertirse en el escenario principal y los habitantes a su alrededor fomentan ese ejercicio de análisis introspectivo en el que la estrella del filme hallará las respuestas para ahogar su culpa. El dolor cotidiano con el que conviven estos nuevos personajes sirve de medio en un proceso de asimilación para Cheyenne, quien deja de verse solo en el mundo, mientras lucha en una batalla imposible.
Muchas cosas ocurren en este nuevo lugar (o lugares) que el protagonista acoge como el sitio para enfrentar sus demonios. Las personas, principalmente Rachel (Kerry Condon y su hijo retraído, quienes sirven de potenciadores del cambio), con sus acciones y formas de ser, advierten consejos sabios ante la mirada de Cheyenne, cambian su visión enajenada de ese tipo de relación cercana al martirio al que estaba acostumbrado. Él les es recíproco entonces con la amabilidad y la sabiduría que la vida le ha dado.
El argumento expuesto tiene una traducción narrativa dentro de la misma cinematografía. Sorrentino utiliza la plasticidad en las imágenes que caracterizan a sus realizaciones para adentrar al espectador en la existencia de su protagonista y los nuevos personajes con los que comienza a relacionarse en este viaje de redescubrimiento y sutil análisis íntimo de las reservas de una sociedad, otra.
El director hace muestra de esa relación espiritual que tiene con los personajes creados, quienes se convierten en reflejo de sí mismo como autor
Así, códigos de identidad sustentados por la metáfora del viaje y su imagen directa provocan al espectador a tratar de entender el diálogo existente entre las profundidades del figurante principal de la trama en comparación con la del resto de los personajes que aparecen y sus contextos (algunos en pos de descifrar y otros en ser descifrados), a la vez que adentra al público en el manifiesto definitivo de la cinta.
El director hace muestra de esa relación espiritual que tiene con los personajes creados, quienes se convierten en reflejo de sí mismo como autor, de sus recelos y virtudes, para que se experimente un ejercicio de imbricación a nivel de emoción; busca siempre la libertad ansiada del individuo para consigo mismo y para con todos.
Este proceso en This must be… se genera desde la adopción de un nuevo mundo, inhóspito, lleno de aparentes banalidades venidas de rumores de la tierra dejada atrás por el protagonista, solo desmentidos en la nueva carretera. Aborda la aprehensión de lo poco usual, radicado en el poder de las simples cosas externalizadas que le otorgan los otros a Cheyenne; resulta este un acto de consciencia que pone al personaje principal en comunicación con su interior.
Mediante dicho proceso de asimilación se traducen varias nociones que yacen inconscientes o no dentro del protagónico, pero que la película se enfoca en mostrar. Conceptos como la ausencia de familia, la felicidad, las carencias emocionales, la pérdida del gusto, son temas que penan a Cheyenne tras su culpa, y este se reconcilia con ellos al sentir la nueva realidad.
This must be… está configurada para que hasta los paisajes rurales otorguen una reinterpretación en la que resalte la revelación del viaje para el héroe sobre sí mismo y no el lugar en que está o al que se dirige. Incluso, las relaciones de poder (tema usual en Sorrentino, aunque esta vez con una ligera connotación terrenal y no política, cultural o deliberadamente contestataria) no chocan con el extraño.
Sucede que con ese trasfondo intenso que el protagonista ha tenido no basta para cerrar su ciclo entero. Cheyenne se hace a sí mismo nuevamente según las circunstancias y las relaciones hechas; mas enfrentarse a esos problemas reales con personas reales en un presente real, no lo lleva a eliminar su necesidad de saldar las deudas de su padre y las suyas propias a punta de arma.
La caza del antiguo nazi parece tomar relevancia tras un proceso de duda. El viaje le ha enseñado mucho, sí, pero su objetivo primordial sigue suelto y desconocido. El protagonista no termina de comprenderse, necesita de un símbolo que determine el cierre de su caza, el cierre de su deuda, el cierre de esa vida pasada que le permita recomenzar como alguien nuevo.
Es difícil ver un filme de Sorrentino que no agregue un toque de comicidad al dolor, el trauma y la pérdida. El director sabe manejar convincentemente estos tintes emotivos, pero como sustento dentro de un poder de sanación personal, de sentido de superación y reinterpretación del mundo tal cual se vive.
Así sucede con This must be…, y con Cheyenne, que afronta su realidad a partir de lo que ha sido capaz de vivir y de las decisiones que ha podido tomar. Llega entonces a cambiar en el final de la cinta para abrazar a los otros, que, como él, son incomprendidos.
Este filme se podrá disfrutar en la Sala 2 del Multicine Infanta el domingo 20 de agosto a las 5:00 pm como parte del ciclo “Paolo Sorrentino, la belleza aún más grande”.