Nuestro entrañable Nicolasito me pidió que comentara, para ustedes, el libro Tengo, de Nicolás Guillén, obra donde el Poeta Nacional emplea toda su maestría y su dominio del oficio, para expresar, en versos impecables, su entusiasmo por el triunfo de los ideales de justicia que había perseguido incansablemente con su vida y su poesía. Cuando acepté dicha solicitud, vino a mi memoria aquello que nos cuenta Ciro Bianchi, en la entrevista que le hiciera a Guillén, publicada en la valoración múltiple que le dedicaran al autor de Motivos de son. Allí, el periodista relata cómo un joven autor, con El Gran Zoo en la mano, le dijo al poeta que aquel libro debió ser escrito por un miembro de su generación. Ante tal comentario, Nicolás respondió “Hubiera sido magnífico. Lo único que el joven que hubiese escrito ese libro necesitaba cincuenta años de experiencia poética”. Resulta innegable la importancia de esa obra en un momento donde estaban escribiendo, con plena vitalidad, poetas de varias generaciones y se imponía un modo de decir que privilegiaba lo conversacional. Estos autores buscaban, en el habla cotidiana, la mejor manera de dialogar con los protagonistas de las transformaciones sociales propuestas por el triunfo de la Revolución.
Para algunos críticos, El Gran Zoo era un intento del poeta de acercarse a la nueva retórica y demostrar que él también podía moverse en los predios de una poesía cercana a lo coloquial, al discurso cotidiano. Quienes esto afirmaban, sin duda olvidaron o no sabían que, en gran parte de la obra de Nicolás Guillén, se puede rastrear, sin mucho esfuerzo, la huella dejada por los integrantes de este bestiario, tan distinto al de Apollinaire y al del zoológico que está del otro lado de cualquier calle. Los temas, los motivos, incluso las formas en que se muestran esos textos, pueden rastrearse sin dificultad en la obra anterior de Guillén.
Refiriéndose a la comprobable maestría de Nicolás, en este libro, Yannis Ritsos, el gran poeta griego, a quien visitamos José Luis Moreno y yo, una mañana espléndida en su acogedora casa de Atenas, me dijo que los versos de El Gran Zoo, traducidos por él, sólo podía escribirlos un poeta dueño de la palabra y, sobre todo, de la libertad que le ofrecía el triunfo de sus sueños. Creo que ahí está una de sus claves principales: la maestría y el reposo, aplicable también a Tengo, el libro que nos convoca y que forma parte de ese primer momento de la Revolución, donde predominaba una genuina vocación fundacional.
“Yannis Ritsos, el gran poeta griego, (…) me dijo que los versos de El Gran Zoo, traducidos por él, sólo podía escribirlos un poeta dueño de la palabra y, sobre todo, de la libertad que le ofrecía el triunfo de sus sueños”.
Pero antes de entrar en las páginas imprescindibles de Tengo, donde se confirma una vez más la vitalidad de nuestra poesía, su diversidad y riqueza, me permito recordar para ustedes, algunas consideraciones que hice sobre Nicolás Guillén, a propósito de su primer centenario. Calificaba entonces a nuestro poeta, como la imprescindible voz de un siglo convulso, voz que enriqueció nuestra lengua, que logró desentrañar las claves de su tiempo y dotó al verso en español de esa dimensión universal que sólo los grandes pueden conferirle.
Muchos críticos e investigadores, de las más diversas tendencias literarias y estéticas, han estudiado la poética de Guillén.
A la mayoría de estos especialistas le ha interesado destacar, muchas veces ignorando la honda hispanidad de sus versos, lo que se ha denominado, indistintamente, como “poesía negra”, “afrocubana”, “mestiza” o con otros términos que apuntan igualmente al componente negro de nuestra identidad cultural, tan magistralmente integrado al discurso lírico del poeta cubano. El propio Nicolás Guillén, hablando sobre el tema, definía esta zona esencial de su obra con un término más apropiado: “color cubano”. No es ésta, desde luego, una definición física, no se refiere únicamente a la mulatez de nuestra piel sino a una fusión más profunda, ésa que nos permite tener una visión del mundo desde nuestra propia condición de hombres y mujeres de una cultura mestiza.
Cuba tiene una peculiaridad que, si bien no es sólo privativa de nuestra Isla, la caracteriza de una manera impecable. Me refiero a esa proverbial capacidad de fundir en una sola, las más diversas identidades culturales. Lo más estudiado ha sido siempre la mezcla entre la diversa cultura española y las culturas africanas, proceso en el que, a diferencia de otros países de componentes multiétnicos, ambas identidades dieron origen a ese “color cubano” del que hablaba el poeta.
De todos modos, no es ocioso recordar que no sólo existen en nuestra cultura el componente negro y el hispánico, al cual le debemos, sin duda, nuestra identidad. A la Isla llegaron, para quedarse, hombres y mujeres de diversas regiones del mundo, portadores de otros modos de pensar y hacer, y su sangre también alimentó el cuerpo de lo cubano. Me viene de pronto a la memoria, la imagen de cierta mulata de rasgos asiáticos, de abundante pelo negro y lacio, herencia de los pobladores originales de nuestra tierra, y andar saleroso, que escondía en la profundidad de sus ojos los ritmos ancestrales de tres continentes y la sensualidad de todas las islas posibles. ¿Sería la misma que le movió a Guillén las “Aguas del recuerdo”? Aquella “mulata de oro” que una vez miró al pasar: “moño de seda en la nuca, / bata de cristal, / niña de espalda reciente, / tacón de reciente andar”.[1]
Aunque en una proporción menor, si lo comparamos con los españoles y africanos, en la Isla se han asentado, a lo largo de toda nuestra historia, chinos, árabes, judíos, polacos, japoneses, rusos, además de hombres y mujeres de las islas del Caribe y del continente americano. En todos los casos, salvo excepciones poco significativas, han sido asimilados y forman parte de nuestro ser nacional.
“A la Isla llegaron, para quedarse, hombres y mujeres de diversas regiones del mundo, portadores de otros modos de pensar y hacer”.
La cristalización de lo cubano es el resultado de un largo proceso, en cuyo origen, como elemento fundamental está, sin duda, la presencia africana y los rigores de la esclavitud, con todas sus consecuencias y la sistemática defensa que hicieron de sus tradiciones, a través de todos los medios imaginables e inimaginables, los propios esclavos y sus descendientes, enfrentándose a conflictos de toda índole, donde primaba la discriminación racial y cultural, que tanto tiene que ver con la obra de Nicolás Guillén; pero se haría una lectura tendenciosa e incompleta de su poesía si no tuviéramos en cuenta que en el centro mismo de su poética, está esa enorme y vencedora capacidad de asimilación que caracteriza a nuestra cultura como su más acabado signo de identidad. Nuestro mestizaje no es sólo el resultado de la unión de dos o más etnias, es un proceso espiritual mucho más profundo, de donde ha nacido un ser abierto a toda posibilidad de integración, dotado de una insaciable curiosidad y tan seguro de sí mismo, que le permite la generosidad de darse sin reservas y vincularse con las más disímiles formas de expresión cultural.
Nicolás Guillén es el ejemplo más ilustrativo de ese complejo entrecruzamiento de caminos que hace de Cuba una de las más completas rutas del mestizaje, pero es también, sin duda, el poeta cubano de su generación con mayor conciencia de su responsabilidad como creador. En su caso, esta responsabilidad era doble: con la obra misma y con los hombres y mujeres de su tiempo, especialmente con aquellos que constituían el sector preterido de la sociedad. Su propia poética, al decir de Ángel Augier, “[…] cubre todos los registros posibles porque se ha formado con los elementos totales que integran el complejo nacional cubano”.[2] Pocos poetas tienen, como Guillén, una conciencia estética tan clara. Su quehacer se caracteriza por una constante creatividad y una búsqueda insaciable, sometidas al más estricto rigor literario. Rigor realmente proverbial, que le obliga a buscar el metro justo para el sentimiento singular y a no permitirse la menor debilidad, ni siquiera en los momentos en que se deja ganar por el divertimento lírico o por el poema ocasional. Muchos son los ejemplos con los que podríamos iluminar esta afirmación, recordemos solamente el laborioso proceso del que nació la “Elegíaa Jesús Menéndez”, una de las piezas antológicas de la poesía de nuestra lengua.
“Pocos poetas tienen, como Guillén, una conciencia estética tan clara. Su quehacer se caracteriza por una constante creatividad y una búsqueda insaciable”.
Cuando aparece Tengo, en 1964, publicado por la Editorial de la Universidad Central de las Villas, con prólogo de José Antonio Portuondo y bajo el cuidado de Samuel Feijóo, muchos fueron los que se interesaron en el libro y en alguna de las entrevistas que dio, Nicolás dijo que toda su obra anterior representaba el sentimiento del no tengo. Este poemario, escrito como testimonio y respuesta a las nuevas circunstancias que empieza a vivir la Isla, tuvo de inmediato la aceptación de la mayoría de los cubanos, sobre todo, de ese inmenso sector al que se le negaron siempre los derechos fundamentales. Una gran parte de esos hombres y mujeres ya habían aprendido a leer y a escribir, y podían reconocerse en las páginas del libro. Entre otras cosas, porque descubrieron que no era necesario ocultar sus orígenes para caminar con la frente alta por las calles y entrar a los sitios donde ayer les estaba negado el paso, tan solo por ser guajiro, negro o pobre. Me atrevo a decirles hoy, que el logro mayor, el más difícil de medir o traducir en palabras, fue el de tomar conciencia de que no éramos seres inferiores, darnos cuenta de que nos habían castrado la autoestima, de que no solo existían sitios vedados para nosotros, sino que también nos negaron la posibilidad de desarrollar nuestras potencialidades como seres pensantes. Superar esa alienante realidad, restablecerles la dignidad plena a los marginados de siempre, fue la conquista mayor, la que marcó para siempre a varias generaciones. Duele que ese logro imprescindible se esté olvidando en estos días. Sobre esto último volveremos más adelante.
En Tengo, como ya indiqué al inicio de mis palabras, Nicolás quiere y logra dejar testimonio de los primeros años del triunfo de la Revolución. La mayoría de los poemas están marcados por ese fervor fundacional que nos embargaba, por la euforia de la conquista de todos los derechos. Pero el libro, como nos señala José Antonio Portuondo en el prólogo a la primera edición, vuelve a recordarnos, para que no lo olvidemos, “la lucha contra el yanqui [que no cesa]; la solidaridad de los pueblos […] con la Revolución Cubana; la pugna redentora de nuestros hermanos de América Latina y de todos los explotados por las potencias coloniales y neocoloniales; la dura pelea del hombre negro contra la discriminación racial; la sátira aguda, quevedesca, contra los personajes y personajillos de la reacción y el imperialismo; […] la alegría infinita de la tierra y de la libertad recobradas; el derecho al canto y la risa y el dolor también por los que cayeron en la lucha por la libertad”.
“En Tengo (…) Nicolás quiere y logra dejar testimonio de los primeros años del triunfo de la Revolución”.
De todos modos, el lector confirmará que, aun cuando vuelve a sus temas de siempre, ahora desde la posición del vencedor, Guillén demuestra estar ganado por el deseo de hablar de las nuevas circunstancias, porque se sabe dueño de su propio destino. Buena parte de los textos que componen Tengo, acusan esas características.
Aquí me gustaría precisar que el poeta no hace concesiones, no sacrifica su modo de decir, ni se deja arrastrar por la tendencia predominante de la época, donde no pocos de los que están escribiendo se proponen dialogar con la nueva realidad apropiándose del habla popular, de la conversación, e intentan lograr, con un verso desnudo, asumir la épica cotidiana. No hay en esta observación un rechazo a esa tendencia, de la que alguna vez participé. Reconozco que la poesía coloquial, practicada por no pocos autores de diversas generaciones, logró dejarnos magníficos libros publicados en esos primeros años del triunfo revolucionario. La mayoría de esas obras siguen siendo hoy referencia para entender a cabalidad la trascendencia de nuestra tradición lírica. Ejemplo de ello son algunos de los libros de poetas como Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís, Pablo Armando Fernández, Rolando Escardó, Rafael Alcides, César López, todos miembros de la Generación de los Cincuenta y de poetas jóvenes de entonces como Lina de Feria, Nancy Morejón, Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez Rivera y Jesús Cos Causse, por solo nombrar algunos.
Nicolás, como ya apunté, no se suma a esa tendencia aun cuando no la desconoce, pero prefiere ajustarse a su poética y abordar desde ella los nuevos días de la Isla. Para algunos críticos, en Tengo el tono es otro, y sin duda lo es. En este libro, como dejó dicho Nicolasito, cuando respondió al periodista Ernesto Montero, lo que le interesa al poeta destacar son “las aspiraciones y las realidades, a la vez que el ajuste con el pasado” y eso implicaba modulaciones nuevas, constatables en el poemario, aun cuando se presenten en los moldes formales de siempre.
“Nicolás (…) prefiere ajustarse a su poética y abordar desde ella los nuevos días de la Isla”.
En efecto, en Tengo encontraremos una gran variedad estrófica. Está el romance de lenguaje directo e impecable factura, donde resuena la juglaresca épica y donde, en algunos pasajes, sentimos un eco de Miguel Hernández, pero de inmediato la estrofa recupera la voz plena, que todos conocemos, del mejor Nicolás Guillén. Un ejemplo de ello está en “Abril sus flores abría”. Mientras la estrofa fluye relatando los hechos y nos habla de la naturaleza de los mercenarios, de pronto entra el rejuego anafórico de la reiteración significativa, tan caro a su estilo. Veamos:
“Pagados están en dólares/ y en inglés órdenes tienen/ de que en Cuba ni un ensueño/ ni una flor, ni un árbol quede/. […] Pero el pueblo los achica/ los achica y los envuelve/, los envuelve y los exprime/ y los exprime y los tuerce”.
La diversidad estrófica, como ya indiqué, le permite al lector dialogar, con una gran variedad formal. Allí encontrará, además de romances como el ya citado, sonetos, décimas, cuartetos de alto vuelo, pareados de sonoridad y fluidez impecable, letrillas, sones, baladas, canciones, y hasta una honda elegía (“La sangre numerosa”), dedicada al joven miliciano Eduardo García Delgado. Además de esta pluralidad estrófica, hay también en el libro, una gran diversidad métrica donde cada octosílabo, cada heptasílabo, cada alejandrino o endecasílabo, confirman que todo sentimiento, cada tono, cada necesidad expresiva, reclama y encuentra su metro.
“La diversidad estrófica (…) le permite al lector dialogar, con una gran variedad formal”.
Como nos dice Denia García Ronda, en el prólogo a una reciente edición de esta obra, “Tengo es, en una gran parte, la crónica poética de los cinco primeros años de la Revolución en el poder”. Los poemas que integran el libro, nos recuerda Denia, ya habían sido publicados en distintas revistas y periódicos durante ese período. Precisamente en ese primer lustro es donde se prodigan los cantos a la victoria de Girón, donde encuentra su heroica marcha el Ejército Rebelde, donde las milicias afirmaban el paso para defender esa “libertad de canción bajo la lluvia”, donde descubríamos que “El justo tiempo humano” lo podíamos sostener con “nuestras propias manos”, porque ya estaba “En su lugar la poesía” y era el momento de reconocer que teníamos derecho a tener, a ser dueño de lo que siempre debió pertenecernos.
En esos cinco años iniciales, donde van apareciendo los poemas de Tengo, todo es heroico, triunfal; vemos nacer el sol de otra manera. El libro de Guillén, en ese ambiente de euforia revolucionaria, tiene una excelente recepción del público y la crítica. Aún no han llegado los primeros síntomas de extrañamiento, aún no afloran las primeras preguntas, los cambios de impresiones con los cuales la nueva generación de poetas hace irrupción en el panorama literario de la Isla. A estos nuevos bardos, Tengo los deja insatisfechos.
“El libro de Guillén, en ese ambiente de euforia revolucionaria, tiene una excelente recepción del público y la crítica. Aún no han llegado los primeros síntomas de extrañamiento, aún no afloran las primeras preguntas”.
Guillermo Rodríguez Rivera nos dice, sobre este particular, “Los que entrábamos en la literatura cuando se publicó Tengo acaso consideramos aquel poemario como demasiado acrítico, demasiado satisfecho con su entorno”. Esa visión prevaleció y de algún modo es responsable de cierto injustificado olvido que ha sufrido un libro que resulta muy significativo dentro de la obra de Nicolás Guillén. Tal vez el poema que le da título, junto a otros que están en la misma cuerda, sean los que motivaron la valoración apresurada de los jóvenes de entonces; veían esos versos como demasiado complacientes, laudatorios, y, sin embargo, como recuerda el propio Guillermo, “La inesperada historia —que es más sorpresiva que toda la literatura— convirtió algunos de esos satisfechos poemas casi en textos subversivos”. Lamentablemente ha sido así, pero quiero resaltar que, cuando Guillén escribió Tengo y el resto de los versos donde cantaba al triunfo de la libertad, a la conquista de todos los derechos, no solo estaba dejando testimonio de una nueva realidad, sino dándole voz a lo que sería, desde ese momento y para siempre, el destino de la Patria. Hablaba del presente, pero apuntaba al futuro, a ese todavía incierto porvenir, donde debíamos mantener lo conquistado como brújula que nos salvaría de todo intento de retroceso al pasado. Así es como releo esos versos y como recomiendo que se estudien, para que Tengo, el poema, siga siendo incómodo mientras se sigan escamoteando conquistas de las que el poeta hablaba.
Retomando las palabras de Denia en el prólogo a la última edición del libro, me permito terminar, como ella lo hace, citando al propio Nicolás Guillén: “Anduvimos, andamos… Nos reímos/ a veces, y lloramos/ a veces. Pero estamos/ en pie, como quisimos”.
Notas:
[1] Guillén, Nicolás: Obra poética, Editorial Letras Cubanas, 1995. p 211-212.
[2] Augier, Ángel: “La poesía de Nicolás Guillén”, en prólogo a Obra poética, Editorial Letras Cubanas, 1995. p.9