La 33 Feria Internacional del Libro de La Habana no solo celebró la literatura, sino también confrontó realidades urgentes. En el centro de este debate, la conferencia Perspectivas de posicionamiento del libro electrónico. Cuba en circunstancias concretas, liderada por el escritor y coordinador del Programa Nacional del Libro Digital en Cuba (PNLDC), Jorge Ángel Hernández, desnudó las contradicciones, desafíos y esperanzas de un país que busca navegar entre la tradición impresa y la revolución digital. 

Hernández inició su intervención con una provocadora comparación del semiólogo Umberto Eco: “El libro es como la cuchara, la rueda o la tijera: una vez inventado, no puedes conseguir algo mejor”. Con esta metáfora, defendió la perdurabilidad del formato físico, pero advirtió que la adaptación al mundo digital es ineludible. “El libro electrónico ya está aquí, y aunque no sustituye al papel, se ha convertido en un objeto de atención comercial y educativa con infinitas posibilidades”, afirmó. 

Sin embargo, al preguntarse si Cuba cuenta con la tecnología para posicionar su literatura en el ecosistema digital global, respondió sin ambages: “No, no la tenemos. Ni existen posibilidades de insertarnos en igualdad de condiciones”.

Jorge Ángel Hernández, coordinador del Programa Nacional del Libro Digital en Cuba, habló del potencial de las 22 editoriales territoriales cubana y de sus capacidades para exportar servicios.

La brecha tecnológica, agravada por el bloqueo estadounidense y las crisis internas, parece insalvable. Pero Hernández, llamó a un “optimismo empírico”: “Las desventajas jamás frenaron la expansión de nuestra literatura. El rigor en la edición y el diseño cubanos supera, en muchos casos, a quienes nos aventajan en recursos”. 

Uno de los ejes más críticos de su análisis fue la “superpoblación editorial”, un fenómeno que describe como “convulso y desmedido”. Según datos del Instituto Cubano del Libro (ICL), en el país existen 192 editoriales registradas, aunque solo tres publican más de 50 títulos al año. “Tenemos editoriales que sacan menos de cinco libros anuales. ¿Cómo sostener eso en un contexto de precios del papel por los cielos?”, cuestionó. 

“El libro electrónico ya está aquí, y aunque no sustituye al papel, se ha convertido en un objeto de atención comercial y educativa con infinitas posibilidades”, afirmó Hernández.

El escritor detalló cómo, desde 2011, el costo del papel se ha multiplicado “escandalosamente”, mientras la producción global crece a cuentagotas. “El bloqueo nos obliga a pagar precios exorbitantes por insumos básicos. Ante esto, el libro electrónico no es una alternativa, sino una necesidad”, insistió. Sin embargo, advirtió que el formato digital no debe verse solo como “una salida de crisis”, sino como un proyecto estratégico para “democratizar el acceso y conectar con lectores dentro y fuera de Cuba”. 

Hernández criticó la “anomia” de algunas editoriales que, por miedo a lo desconocido, “actúan contra sí mismas”. “Hay un pánico simbólico a perder el control. Algunos ven el libro electrónico como una amenaza, no como una herramienta”, explicó. Este temor, sumado a la falta de políticas integradoras, ralentiza la transición. 

Pero el coordinador del PNLDC también destacó avances. Mencionó el potencial de las 22 editoriales territoriales y la capacidad de “exportar servicios editoriales”, gracias al rigor profesional acumulado. “Nuestros correctores y diseñadores podrían competir globalmente. Tenemos la calidad, pero nos falta infraestructura y visibilidad”, admitió. 

“El espacio de Cuba Digital en la FILH, que reúne a autores, editores y tecnólogos, se erigió como un espacio clave para ensayar soluciones”.

Frente a la pregunta de si Cuba está preparada para migrar masivamente al libro digital, Hernández fue realista: “Nuestra población aún consume mayoritariamente papel. Pero el llamado de Fidel a leer sigue vigente, y ahora requiere nuevos soportes”. Recordó que, a pesar de las limitaciones, Cuba logró crear una cultura literaria robusta tras la Campaña Nacional de Alfabetización, y confía en que el mismo ímpetu aplicará a lo digital. 

No obstante, alertó sobre un problema paralelo: la crisis de generación de materia prima. “Tenemos una superpoblación de autores, pero muchos pasarán sin dejar huella. El mercado no puede absorber tantos títulos sin criterios de calidad”, sostuvo. Para él, el libro electrónico podría funcionar como un filtro, permitiendo que obras de géneros menos difundidos o experimentales encuentren su audiencia sin presionar la impresión física.

El espacio de Cuba Digital en la FILH, que reúne a autores, editores y tecnólogos, se erigió como un espacio clave para ensayar soluciones. Hernández destacó paneles sobre diseño digital, distribución en plataformas y propiedad intelectual, temas urgentes para Cuba. “Necesitamos formar especialistas en marketing digital, negociación de derechos y algoritmos de recomendación. Sin eso, seguiremos fuera del juego”, afirmó.

“Cada libro digital es un puente. Puede que no tengamos la tecnología de otros, pero tenemos historias que contar y un pueblo ávido de leerlas”.

Aunque reconoció que el camino es “complejo y arduo”, cerró con un mensaje esperanzador: “Cada libro digital es un puente. Puede que no tengamos la tecnología de otros, pero tenemos historias que contar y un pueblo ávido de leerlas”. 

La disyuntiva cubana no es única, pero sí singular. Mientras el mundo avanza hacia metaversos y big data, la mayor de las Antillas libra una batalla por no quedar rezagada, sin perder su identidad. Como sentenció Hernández: “El libro electrónico no es la muerte del papel, sino su reinvención. Y en esa reinvención, Cuba tiene mucho que aportar”.