En las sociedades contemporáneas predomina la ilusión de la neutralidad de la tecnología. La presencia creciente de esta en la vida de los individuos; su capacidad —a veces aparente— para hacer mucho más fácil la vida; la maleabilidad —en la medida en que almacena información sobre nosotros— de irse adaptando a nuestras necesidades y gustos como un guante hecho a la medida, son la cara más visible de un proceso mucho mayor, en el cual la tecnología no solo ha ido satisfaciendo ciertas necesidades humanas y colectivas, sino que además es parte de un determinado sistema de relaciones de producción y dominación, y a ellas responde.

“La tecnología como tal no puede ser separada del empleo que se hace de ella”.

Ya Herbert Marcuse, en su libro de 1964, El hombre unidimensional, hacía referencia a la tecnología como un producto específico de las sociedades en las cuales se genera. Para Marcuse las sociedades del capitalismo altamente desarrollado, ya en su época, mostraban claras tendencias totalitarias; tendencias a contener y controlar en su seno cualquier síntoma de descontento que pudiera fracturar, de alguna manera, la cohesión y funcionamiento del sistema.

Ante las características totalitarias de esta sociedad, no puede sostenerse la noción tradicional de la “neutralidad” de la tecnología. La tecnología como tal no puede ser separada del empleo que se hace de ella; la sociedad tecnológica es un sistema de dominación que opera ya en el concepto y la construcción de técnicas.[1]

O sea, la tecnología no es una suma de meras herramientas, sino que es parte de una estructura mayor de dominación subjetiva y de control de las sociedades humanas. Hoy este proyecto de dominación va más allá del marco de los Estados nación tradicionales y se constituye en un proyecto de dominación global. No es casual que la disputa hegemónica en el mundo contemporáneo tenga a la tecnología como elemento central. No solo las materias primas clave de esta industria y la propia tecnología militar, sino en materia de software, patentes, las denominadas redes sociales digitales y la tecnología de establecimiento y desarrollo de redes de conexión como la 5G y la 6G, entre otras aristas.

Este uso de la tecnología para la dominación fáctica se complementa perfectamente con su uso para la dominación ideológica. La lógica profunda parece ser el consenso neoliberal en torno a las mágicas virtudes del libre mercado y a lo que Margaret Thatcher definiera magníficamente en su frase: “No hay alternativa”. No hay otro sistema posible, no hay otra opción.

Un buen ejemplo de la aceptación de este mantra podemos hallarlo en una noticia reciente. Desde hace un tiempo se han hecho sumamente populares las Inteligencias Artificiales (IA), que pueden producir imágenes y otros contenidos totalmente nuevos sobre la base de archivos y aprendizajes anteriores. Una de ellas, denominada ChatGPT, no solo tiene la capacidad de comunicarse con sorprendente facilidad, sino que es capaz de, si se le dan ciertas pautas, articular hilos narrativos, argumentos e incluso escribir los capítulos iniciales o finales de cualquier historia.

“Este uso de la tecnología para la dominación fáctica se complementa perfectamente con su uso para la dominación ideológica”.

A esta IA el medio británico Wales Online le pidió que escribiera una historia sobre cuál sería su accionar para salvar la Tierra. La solución de la herramienta, luego de analizar cuantiosos volúmenes de datos, fue que las prácticas insostenibles de la humanidad eran el problema. De ahí que propusiera extinguir o disminuir radicalmente la población del planeta.[2] Esta herramienta “neutral” es incapaz de ver las relaciones de producción y distribución imperantes como la verdadera causa del problema medioambiental y humano que aqueja al planeta. Es preferible extinguir la especie antes de modificar dichas relaciones. La ideología del capitalismo está ahí, viva, actuante, aunque no siempre la veamos.

Estamos insertos de lleno en lo que el británico Mark Fisher denominó “realismo capitalista”; la lógica del capitalismo neoliberal triunfante, sobre todo después del colapso del socialismo en Europa del Este, y en particular, la vergonzosa claudicación de la burocracia soviética. Los 90 fueron años de auge del neoliberalismo, y el capital triunfante logró su mayor victoria ideológica: desaparecer de la escena, irse tras bambalinas. Con el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ya no había dos opciones contrapuestas, sino solo una, viable, posible.[3]

Fisher, con excepcional lucidez, describe las formas en las cuales esa dominación se implantó hasta lograr que todos aceptáramos que no hay alternativa. Al no ser un problema del sistema vigente, porque este era natural e inevitable, las consecuencias visibles del sistema de producción pasaron a los individuos. La depredación del planeta es responsabilidad de los corruptos CEO (Chief Executive Officer) de corporaciones puntuales, o responsabilidad nuestra, que no tenemos conciencia ecológica a la hora de comprar y desechar. Los crecientes problemas mentales de las sociedades contemporáneas son culpa de los individuos, que tienen pobre disposición al trabajo, que no se sacrifican lo suficiente o que no logran adaptarse a la dinámica epocal.

El individuo vive preso entonces en una atroz batalla consigo mismo, mientras las dinámicas de la vida actual obligan a que se resquebraje cualquier refugio que pueda tener. Lo colectivo se fractura, y lo familiar se resiente con padres que deben tener dos y tres trabajos para vivir e hijos que son educados en gran medida por los medios de comunicación tradicionales, las redes, etc. El resultado son individuos lacerados e indefensos, incapaces de identificar las raíces del mal profundo que los arrastra. Mientras las dinámicas de acumulación del sistema siguen impasibles, y los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, en una debacle que ya arrastra consigo incluso a la clase media de los países más desarrollados.

“El individuo vive preso entonces en una atroz batalla consigo mismo”.

En medio de este “realismo capitalista”, de la aceptación de que no hay alternativa, es normal que se imponga el desánimo, la confusión, la locura. Numerosos testimonios culturales de época dan fe de este estado anímico. Es como si todas y todos hubiesen sido ganados por el espíritu del personaje de Albert Camus en su excepcional novela El extranjero. Mark Fisher, influido por el psicoanálisis, habla de un “hedonismo depresivo” para definir este estado. Sociedades tristes, que solo son capaces de buscar el placer más inmediato.

“Todo conspira para que la enajenación se profundice y quedemos atrapados en nuestra burbuja individual”.

Este individuo incompleto, fracturado por las propias relaciones capitalistas en las que vive,[4] es a la vez aislado y vigilado por la tecnología. La creciente adicción a los dispositivos electrónicos, los software pensados y construidos desde la aceptación de lógicas sistémicas, el deterioro cognitivo como resultado de exponerse constantemente a productos simplificados y estandarizados; todo conspira para que la enajenación se profundice y quedemos atrapados en nuestra burbuja individual.

Fisher habla también del autocontrol como un reflejo que el sistema implanta en los sujetos desde una edad bien temprana, de forma que nosotros mismos seamos nuestra primera línea de vigilancia. Pero no satisfecho con eso, el Gran Hermano capitalista nos ha rodeado de un universo tecnológico que vive y se autorreproduce almacenando masivamente nuestra información, la cual es usada tanto para la publicidad como para la política. La autovigilancia se complementa con la vigilancia activa, en un círculo vicioso represivo en el cual estamos presos.

Mark Fisher, quien acabaría suicidándose en 2017, víctima del propio “realismo capitalista” que tan lúcidamente denunció, nos deja al final de su libro Realismo capitalista ¿no hay alternativa? (EpubLibre, 2019) una bocanada de esperanza:

La larga y negra noche del fin de la historia debe considerarse una oportunidad inmejorable. La generalidad opresiva del realismo capitalista implica que hasta las más tenues alternativas económicas y políticas cuentan con un potencial enorme. El evento más sutil es capaz de abrir un enorme agujero en el telón gris y reaccionario que ha cubierto los horizontes de posibilidad bajo el realismo capitalista. Partiendo de una situación en la que nada puede cambiar, todo resulta posible una vez más.[5]

Conviene entonces conservar intacta la esperanza en la tarea del pensamiento crítico y comenzar a construir la capacidad colectiva de romper la burbuja individualista y patear el gran tablero del sistema. Que la tecnología sirva para la emancipación y no para la enajenación. Que la alternativa a los grandes retos del presente sea la superación revolucionaria del orden de cosas vigente y no el sacrificio violento de la especie humana.


Notas:

[1] Cfr Herbert Marcuse: El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Ed. Planeta-Agostini, 1993, p. 26.

[2] Consultar “Una IA propuso exterminar a toda la humanidad para evitar el fin del mundo”. Disponible en www.plaugroundweb.com.

[3] En palabras del propio Fisher: “Lo que entiendo por realismo capitalista: la idea muy difundida de que el capitalismo no solo es el único sistema económico viable, sino que es imposible incluso imaginarle una alternativa”, p. 12

[4] Consúltese la exposición que hace Marx en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 sobre las múltiples enajenaciones de las que es víctima el trabajador en el proceso de producción capitalista.

[5] Cfr. Fisher: Ob. cit., p. 83.