Teatro de grupo: responsabilidades compartidas
26/5/2016
Mayo Teatral, temporada de teatro latinoamericano y caribeño organizada por Casa de las Américas, ha fijado en 2016 la mirada sobre el teatro de grupo. Para muchos fue sorpresivo el llamado porque creen esta tendencia pasada de moda; para algunos fue otra posibilidad de repensar una manera de hacer y de vivir donde se comparten las responsabilidades creativas, con una ética sustentada en el respeto al otro.
A finales de los años 80 o principio de los 90 del pasado siglo, una nueva generación conquistó los espacios de creación teatral en Cuba. Se formó en la aulas del Instituto Superior de Arte de La Habana, en una Facultad de Artes Escénicas liderada por la doctora Graziella Pogollotti, que contaba entre sus maestros a Flora Lauten y Raquel Carrió, Rine Leal y Francisco López Sacha, Raquel y Vicente Revuelta, Roberto Blanco, Ana Viñas y Armando Suárez del Villar, Raquel Mendieta y Gloria María Martínez, entre muchos otros representantes de las diversas tendencias del teatro cubano de aquellos años. Estos jóvenes llegaron al mundo profesional en el contexto de un país que asistía al derrumbe del muro de Berlín, al tiempo que continuaba apostando por la equidad y la justicia social.
Bajo el influjo del Odin Teatro, el Grupo Cultural Yuyachkani, Teatro La Candelaria, Teatro El Galpón y Teatro Buendía, para esos jóvenes teatristas cubanos era impensable otra forma de trabajar que no fuera la del teatro de grupo. Hijos de la Revolución cubana, fervorosos defensores de la utopía de un mundo mejor para todos, nutridos con los ideales de justicia social para hacer frente a la hegemonía del capital, sus necesidades expresivas encontraron cauce eficaz compartiendo el acto creativo con los compañeros.
Raquel Carrió (Teatro Buendía), Patricia Ariza (Teatro La Candelaria) y Dra. Graziella Pogollotti
Bajo el influjo del Odin Teatro, el Grupo Cultural Yuyachkani, Teatro La Candelaria, Teatro El Galpón y Teatro Buendía, para esos jóvenes teatristas cubanos era impensable otra forma de trabajar que no fuera la del teatro de grupo.Miguel Rubio, director de Yuyachkani, definía así esa forma de asociación: “El grupo fue la célula madre en que nos organizamos para gestar esa nueva teatralidad que reclamábamos a voz en cuello y que debía marchar acorde con los tiempos que se vivían, donde predominaba un sentimiento colectivo” [1].
Dramaturgia grupal, entrenamiento corporal, creación colectiva, partitura del actor, diálogo intenso con el entorno social, fronteras desdibujadas entre teatro y vida, compromiso con el destino del país, del continente y de la Humanidad toda, solidaridad entre los colegas, lucidez para reflexionar sobre la práctica artística, imaginación a prueba de balas, son algunos de los rasgos comunes entre los cultores del teatro de grupo, puerta abierta a los más diversos caminos de la creación.
Ha sido arduo el camino de los maestros antes citados, plagado de incomprensiones, amenazado por las rupturas, sin patrocinio oficial, bajo el imperativo de las carencias materiales, siempre al borde de la quiebra. Solo la necesidad de expresarse acompañados por el grupo les ha permitido reinventarse para sobrevivir durante buena parte del siglo XX y en lo que va del XXI, porque teatro de grupo es también el espacio de convergencia de las individualidades que se equilibran en franca complicidad con los compañeros.
Solo la necesidad de expresarse acompañados por el grupo les ha permitido reinventarse para sobrevivir durante buena parte del siglo XX y en lo que va del XXI.Los espectadores de Cuba hemos sido afortunados porque los seguidores del teatro de grupo han mantenido una presencia continua y renovada en festivales y eventos, en los cuales ha sido posible apreciar la labor desempeñada a lo largo de los años. Contraelviento o Los músicos ambulantes, de Yuyachkani; Nuestra señora de las nubes o La razón blindada, de Malayerba; El Quijote o El paso, de Teatro La Candelaria; Las perlas de tu boca o Charenton, de Teatro Buendía, son algunos de los recuerdos más impactantes que atesoro como espectadora de primera fila. Tal vez las palabras del maestro Santiago García al exponer sus razones para hacer teatro expliquen mi emoción: “Lo que buscamos es la vida y los conflictos más profundos que tiene la existencia” [2].
Belleza formal, actores en estado de gracia, indagaciones en los asuntos humanos y sociales de cada país, necesidad de diálogo con el espectador, han sido las claves del trabajo. Enrolarse en una aventura como esta es una elección ética y estética, pues el teatro de grupo no pretende convertirse en la única forma de organización teatral.
Enrolarse en una aventura como esta es una elección ética y estética, pues el teatro de grupo no pretende convertirse en la única forma de organización teatral.Grupos fundados en Cuba por egresados de la Universidad de las Artes de La Habana, como Argos Teatro, Estudio Teatral de Santa Clara, Teatro de Los Elementos, Teatro de las Estaciones y El Ciervo Encantado han sobrevivido a numerosos contratiempos. El aprendizaje ha sido duro, pero no ha cesado aún, pues estos colectivos rondan las dos décadas de existencia, de ahí que los 50 años de Teatro La Candelaria o los 45 del Grupo Cultural Yuyachkani sean estímulos fundamentales para continuar el camino. Mucho sacrificio les ha costado lograr la estabilidad y preservar la memoria como colectivo, pero han trabajado infatigablemente en la conformación de sus poéticas teatrales para construir representaciones de la sociedad en que viven y trabajan.
Raquel Carrió, dramaturga (Teatro Buendía) y Miguel Rubio, director (Grupo Cultural Yuyachkani)
En el 2001 Casa de las Américas convocó a repensar el teatro de grupo. En esa ocasión, la teatróloga Vivian Martínez Tabares se cuestionaba: “Cómo se articula el teatro con la vida en cada espacio de la múltiple geografía latinoamericana y cómo podemos validar la unidad dentro de la diversidad en las condiciones de hoy. Qué sentido tiene hoy el grupo entendido como núcleo medular en la organización de una experiencia colectiva y con qué alternativas nuevas habrá que coexistir” [3].
Al teatro le corresponde, otra vez, acompañar a los pueblos en la batalla con las herramientas del arte.
Cada quien ha respondido de manera muy particular a estas interrogantes. El abordaje de la marginalidad en Chamaco, de Argos Teatro; la exploración en la eticidad de El traidor y el héroe, del Estudio Teatral de Santa Clara; la indagación en las transformaciones socio-económicas que tienen lugar en el campo cubano, con la consiguiente pérdida de las tradiciones, realizada por Teatro de los Elementos; las reflexiones sobre el ser humano que ha hecho a través del títere el Teatro de las Estaciones; la investigación sobre la identidad nacional de El ciervo encantado con Triunfadela: son estos algunos ejemplos de las inquietudes que mueven a los creadores y de sus maneras de hacer teatro en la Cuba del siglo XXI.
Carlos Celdrán (Argos Teatro), Flora Lauten (Teatro Buendía), Vivan Martínez Tabares, directora de Mayo Teatral y Nelda Castillo (El Ciervo Encantado)
Para agradecer el otorgamiento del título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de las Artes de La Habana, Miguel Rubio pronunció un discurso donde aseguraba: “A mi entender, los mejores momentos, si podemos hablar de mejores momentos, o más bien, los momentos de gran fuerza y singularidad en esta historia, han sido aquellos en que nuestro teatro ha sido parte de las luchas de nuestros pueblos por darse una vida mejor. Entonces, en esos momentos, nos atrevimos a reconocernos en nuestra particularidad y a inventar creativamente el teatro que nos hacía falta, sin vernos obligados a marchar al compás de las culturas hegemónicas” [4].
Hoy Latinoamérica vuelve a estremecerse por el zarpazo de los poderes económicos, que quieren borrar de la faz de la tierra los sueños de justicia social y fraternidad. Al teatro le corresponde, otra vez, acompañar a los pueblos en la batalla con las herramientas del arte. Otro momento de la Historia donde la creatividad de nuestros teatristas se pondrá a prueba.