Te has quedado con nosotros, Federico
19/8/2019
En la pared de mi cuarto, frente a mi cama, tengo colgados dos retratos de Federico García Lorca. En uno de ellos está engalanado con un traje y se le ve serio; pero en el otro, la imagen que más me gusta, viste un overol y sonríe, detrás tiene un póster que anuncia su Teatro Universitario “La Barraca”. Ya desde hace bastante tiempo ambas imágenes del poeta han visto mis amaneceres y anocheceres. Me han visto paulatinamente crecer en medio de las lides de las artes escénicas.
Fotos: Internet
Al poeta debo mis mejores momentos adolescentes con la literatura dramática. Por esos encuentros que tanto me marcaron, quedan en mi mente y constantemente cito los versos de obras como Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba o El público. Así pues, no es nada raro que cada 19 de agosto me siente en el borde de mi cama, mire los retratos, abra el tomo Teatro Mayor y lea alguna de las obras que hicieron para siempre inmortal a nuestro Federico.
Semejante impulso ahora mismo me hace compartir estos breves pasajes que tienen la intención de devolvernos, ante la desmemoria que suele asecharnos a los seres humanos, un poco de la historia de vida de Federico García Lorca.
Nacido en Fuente Vaqueros, Granada, el 5 de junio de 1898, su nombre completo es Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca. No vino a caminar hasta los cuatro años de edad. Pero ello no impidió que siempre fuera un ser muy sociable, sonriente, musicalísimo, un apasionado fervoroso de la lectura. Su madre Vicenta Lorca Romero, maestra primaria, lo inició en el mundo de las letras. A muy temprana edad —según Ian Gibson, uno de sus biógrafos más reconocidos— ya leía a Víctor Hugo, Cervantes, Lope de Vega, Calderón, en fin, estaba en contacto con lo mejor de la literatura universal y española. Y aquel cuya timidez en los primeros años escolares apuntaba que sería un fracaso como estudiante, llegaría nada más y nada menos que a matricular Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de Granada. Sin embargo, la literatura le arrastraba.
Su traslado en 1919 a la Residencia de Estudiantes en Madrid, le valió para conocer muy de cerca al pintor surrealista Salvador Dalí, quien fuera su gran amigo y amor platónico, al escritor Rafael Alberti y al cineasta Luis Buñuel. El enjambre intelectual con el que se relacionara Federico, sería reconocido años más tarde por la crítica y la teoría literaria como Generación del 27, pues en aquellos años se unieron para homenajear los 300 años de la muerte del poeta Luis de Góngora y porque después serían los responsables de ciertas rupturas con la práctica artística y literaria que les precedió.
Entre todos Federico resultó rápidamente un virtuoso. Podía tocar el piano, escribir poemas y teatro. Este último oficio, el de poeta teatral, como le gustaba que le nombraran, en un principio no le resultó tan grato por el fracaso del Maleficio de la mariposa (1928), pero después lo elevaría a la categoría de inmortal (algo que veremos más adelante).
Como poeta visitaría en 1929 los EE.UU. De esa experiencia sinuosa quedaría un cuaderno titulado un Poeta en New York. En 1930 es invitado a venir a Cuba, por Fernando Ortiz, entonces líder de la Institución Hispanocubana de Cultura. Lorca, ya establecido como un escritor de talla en las letras hispánicas, quedaría fascinado con la belleza del trópico, con el inmenso parecido de La Habana y Cádiz. Escribiría en una carta a su madre: “si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba”[1]. Aquí conoció total libertad. Se relacionó con la intelectualidad más reconocida (José María Chacón y Calvo, Juan Marinello, Rafael Suárez Solís). Apenas unos jóvenes, José Lezama Lima o Nicolás Guillén, escucharían entusiasmados parte de las cinco conferencias — La mecánica de la poesía, Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Un poeta gongorino del siglo XVll, Canciones de cuna españolas, La imagen poética de don Luis de Góngora, La arquitectura del cante jondo— que el poeta pronunciara en el desaparecido Teatro Principal de la Comedia de La Habana.
Pero realmente se le conoce por su entrañable amistad con los hermanos Loynaz y Muñoz. Flor, Carlos Manuel, Enrique y Dulce María serían sus alter ego. Con ellos viviría momentos maravillosos (cenas, paseos, fiestas, recorridos por La Habana). Mientras estuvo en Cuba los visitaría casi todos los días. Les interpretaría una que otra obra al piano, les leería fragmentos de su tragedia Yerma y legaría a uno de ellos, a Carlos Manuel, el manuscrito de la muy polémica pieza teatral El público.
Federico viviría días intensos en la isla. De vez en cuando se daría sus escapadas de los ojos de sus amigos y degustaría el café de las negras viejas de los barrios, la suspicacia de las representaciones escénicas del Teatro Alhambra; aprendería la musicalidad del son, conocería a los mulatos del puerto y visitaría provincias como Pinar del Río (Consolación del Sur, Valle de Viñales), Villa Clara (Sagua la Grande), Matanzas (Ciénaga de Zapata) y Santiago de Cuba[2] (Colegio Normalista). Y cuando partió, se llevó tanto de nosotros, que el capitán del navío en que viajaba refirió que “con sus sones alborotaría la tripulación”.
A su regreso a España las cosas no andarían bien. Vendrían días oscuros en que el fascismo se apoderara de su patria querida y no tardaría la conjura en hacer de Federico, una más de sus víctimas. El 19 de agosto de 1936 Lorca sería fusilado, entre las tres y las cuatro de la madrugada, en el camino que va de Víznar a Alfacar, Granada. Refiere Gibson, en Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, que el poeta no murió en el primer momento en que fue abatido por las balas y que sus últimas palabras fueron, según el testimonio de los que participaron de tal horrible acto, “todavía estoy vivo”.
Y desde entonces siempre lo ha estado. Recuerdo todo esto porque al autor, al ser humano, hay que conocerlo para comprenderlo y comprender lo que nos lega, lo que edifica en nosotros. Nadie pondrá en duda la magistralidad de su dramaturgia, la cual es una pena que sea tan poco estudiada en su totalidad en los centros docentes de nivel medio y en algunos de nivel superior en Cuba. Solo La Casa de Bernarda Alba figura entre los textos objeto de ¿debate? en los planes de estudio. Pero Federico no es solo eso, es mucho más. Bodas de sangre, Yerma, Así que pasen cinco años, El público, Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa, Doña Rosita la soltera, El amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, entre otras, son obras, desde la manera en que las razono y siento, con una belleza sin igual: no solo la prosa y el verso tienen una limpieza y un altísimo grado poético, sino las propias circunstancias, el drama al que se enfrentan sus personajes. Porque no es lo mismo hacer teatro en verso con aspirados tintes poéticos, que lograr que el teatro en su acción misma sea una dimensión poética, y eso lo consiguió Federico mirando a los hombres sin historia, al campo, sublimando los dichos y la psicología del pueblo. En sus textos, lo real y los ficcional urden un universo en el que se niega la represión, la tradición que veta al hombre de ser y escoger libremente su destino; se incentiva a la sinceridad, la lucha por lo que se quiere, dar riendas sueltas a la pasión.
Por ello es imposible olvidar a Lorca. Cada año su huella en nosotros crece y nos hace más libres, más humanos. Su obra es un crisol que nos une y nos alerta. Su vida, una lección a no claudicar, a enfrentar los escarnios que puedan aparecer. A fin de cuentas un artista, un ser humano con buena fe, siempre se ha de recordar. Por eso, a 83 años de tu último suspiro, te sentimos tan cálido y vivo, y de ninguna manera podemos olvidarte, Federico.