“Padrón empezó ante mí con un esbozo de sus vampiros caribeños, ¡sí, vampiros en el Caribe!; el vampisol, (…) y se desdobló en los personajes. Hacía las voces, los ruidos, las garras arañando, los colmillos, fácil de imaginar chorreando sangre, gruñidos… y luego pasaba al habla de los gánsteres, hasta el mismo final en que Pepito toca la corneta, es decir, en este caso, Juan toca la corneta. ¡Vaya lujo que me di!”.
“A través de la risa y del divertimento, como decía Mark Twain que debía trabajarse: divirtiéndose, Juan Padrón enseñó la Historia de Cuba del siglo anterior al pasado mejor que nadie”.