El Odin Teatret tiene su estación en Cuba, y ya, vencidos recelos y suspicacias, hemos podido abrazar aquí a su líder, y tenerlo como a un maestro al cual reverenciar y con el cual discutir desde esa dimensión que nos concede lo que de algún modo ya nos pertenece.
Acá van mis comentarios sobre tres de los muchos títulos que cubrieron esa ambiciosa cartelera. Valgan como reflejo de lo que dejan esas jornadas, y como espacio abierto para la necesaria discusión acerca de un evento que, como pórtico teatral de Cuba hacia el mundo, y viceversa, requiere ahora de un análisis que equilibre sus logros y tropiezos, para bien del público, de los artistas, de todos los que en él se esforzaron. Y del teatro que vendrá.
Desde el 22 de octubre hasta el 1 de noviembre, los principales circuitos habaneros y también subsedes en ciudades cercanas, acogieron un panorama diverso. Dedicado a la dirección escécnica, a los 90 años de Peter Brook y a los 30 de Teatro Buendía, el Festival fue también el resultado de un intento por articular la pluralidad de la escena a partir de los diferentes lenguajes de la dirección teatral.