Hay intelectuales que escriben teatro y logran buenas obras; hay dramaturgos que escriben teatro y logran excelentes obras; y hay poetas dramáticos que escriben teatro y logran obras señeras. Los primeros intentan copiar los tintes de su realidad, los segundos alcanzan a reflejar algunos de los condicionamientos de su época, y los terceros asumen al teatro como un espacio imaginario para la interpretación reflexiva y lúdica de lo sensible de la realidad.