Paquita Armas dejó un legado como amiga, mujer guerrera y cubana total, como periodista y caimanera, y su ímpetu e impulso de siempre palpitan con fuerza.
Esta recapitulación de aquella experiencia, que fue enlace natural de lo que se llamó en su momento grupo, brigada, asociación Hermanos Saíz, en sus diferentes etapas, está indisolublemente ligada a esa génesis de disímiles promociones y creadores, que alguna vez fueron jóvenes, y tuvieron en sus luces y sombras, herejías y prejuicios, sueños y ambiciones caimaneras.
La cuestión no puede lucir más peliaguda. Y no porque andar hirsuto ha sido mal visto en los albores del nuevo siglo; pues tal cosa ya se resolvió, apenas con uno de esos inevitables bandazos del gusto, y llevar barbas hoy vuelve a tener su atractivo. Pero sí el tiempo y su transcurrir despiadado, la ineluctable edad con sus achaques, el tránsito hacia un más allá de la inclemente “media rueda”. Por supuesto, también el peso de esa historia, con su carrera de relevos entre leyendas negras y rosas, de estaciones grises y doradas.
Hace algunos días coincidieron en La Habana dos importantes —y jóvenes— exponentes de la canción española contemporánea, con dos propuesta musicales muy interesantes.