Sueño con niñas atropelladas por camiones de carga, aplastadas por las gomas que saben hendir el asfalto. También sueño con niñas comunes, interesadas en la televisión y en el juego de los colores.
Cuando Moscú en las tardes parecía concentrar en sí el sabor del futuro y a cambio aceptamos el espeso, sucio y frío aire de Arbat, desandamos la calle —esa calle de los dorados milagros, pero también de movimientos incesantes, hormigueos, cuestionamientos, mercadeos y soledades.
Me miro al espejo. Tras recibir el cotidiano round deinsultos salgo a la calle. La abigarrada monotonía delinfierno de asfalto y megaholos se me mete por losojos y me acaricia las neuronas.