A sus 92 años, Alfredo Sosabravo dedica cuatro horas diarias a la pintura. Es una disciplina que tiene incorporada desde hace décadas y que, indudablemente, marca la constancia y consolidación que caracteriza su obra.
En la mañana de ayer, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana develó un conjunto escultórico de dos piezas del maestro, en la explanada del Castillo de la Real Fuerza.
Bajo el título de Arlequín y Héroe, las piezas de bronce siguen la línea de los singularísimos personajes de Sosabravo, que con estas nuevas ya suman tres esculturas suyas en la entrada de la notable fortaleza habanera.
La Jiribilla aprovecha la ocasión para conversar con el destacado pintor, ceramista y escultor cubano.
En 2004, Soldadito fue donada a Eusebio Leal y después emplazada aquí. ¿De qué forma dialogan estas dos nuevas piezas con la ya colocada?
Hace años donamos la escultura Soldadito a Eusebio Leal para que la pusiera en algún lugar de La Habana; él fue quien eligió la entrada del Castillo de la Fuerza. Siempre queda el recuerdo de Eusebio, sobre todo, cuando caminamos la ciudad.
Ahora, la nueva dirección de la Oficina del Historiador decidió poner dos más de bronce de distintas épocas, todas hechas en Italia. La idea era enriquecer, porque esa sola quedaba un poco huérfana. Las tres conforman un conjunto escultórico más importante para el ambiente en general.
Todo el mundo viene al Castillo, porque es de las construcciones más antiguas que tenemos. Este también fue sede del Museo Nacional de la Cerámica. Aunque la fortaleza tiene sus valores propios, para mí es un honor que estas piezas estén emplazadas aquí.
Con una mirada retrospectiva, ¿en qué medida su experiencia en el grabado, la escultura, la cerámica, la colografía ha posibilitado la consolidación de su trabajo?
Muchísimo. En el año 1950 empecé como pintor autodidacta y con pocas condiciones para crear mi obra. En 1956 pude entrar a San Alejandro y tomé algunas técnicas y disciplinas que necesitaba. De ahí en adelante empezó mi carrera como joven artista.
Luego de 1959, Acosta León me había dicho que enviáramos un trabajo a un concurso de grabado del Museo Nacional, relacionado con temas de la Revolución. Yo sabía pintar y tenía cierta referencialidad del grabado, pero nunca había hecho uno. Me dio las ideas para hacer una xilografía… Presenté la obra y recibí premio. Era como el niño prodigio del grabado, pues el mío era distinto al del resto. Parecía que había aprendido de los impresionistas alemanes, que ni siquiera conocía en ese momento.
Después, incursioné en la cerámica. Las manifestaciones llegaron a mí accidentalmente, y las aprovecho. Una trae de la otra, no están aisladas. Por ejemplo, provenía de la pintura y el dibujo, ello me fue útil para el grabado. Cuando comencé en la cerámica tenía mucho del grabado, después de la escultura. Algo similar ha pasado con el bronce y el vidrio. Estoy orgulloso de que las distintas manifestaciones hayan venido a mí.
“Creo que hay un buen futuro para las artes plásticas. Es importante que haya una continuidad (…)”.
En su condición de Premio Nacional de Artes Plásticas, ¿cuál es su valoración sobre el desarrollo de las artes visuales en nuestro país?
Las artes plásticas son muy saludables en estos momentos. Veo por la televisión las inauguraciones y hay mucha calidad en el grabado, sobre todo. A veces percibo a graduados del ISA con propuestas muy interesantes; creo que hay un buen futuro para las artes plásticas. Es importante que haya una continuidad, como quise hacer cuando joven, que admiraba mucho a Peláez, Portocarrero…, quería ser como ellos.
Próximos a festejar el 503 aniversario de la fundación de La Habana y el 40 de su declaratoria como Patrimonio de la Humanidad junto al sistema de fortificaciones, ¿son estas inauguraciones un regalo para La Habana?
Claramente, es uno de los motivos, que estas obras contribuyan desde ya al aniversario de la ciudad.