Son de la loma y los llanos
23/10/2020
El son, con su extraordinaria riqueza, es patrimonio esencial de la cultura cubana y del pueblo que la encarna. Lo ha sido siempre, desde su génesis, porque no nació en laboratorios ni en gabinetes elitistas. Nació en ámbitos populares, gracias al impulso creador y la sensibilidad de sus cultores, gracias al talento indiscutible de sus primeros maestros.
No hay expresión musical en Cuba tan extendida, tan arraigada. Y nótense los grandes aportes de esta nación al acervo musical del continente y del mundo. Pero el son —con sus variantes regionales, con sus disímiles formatos instrumentales, con la lírica singular de sus letras— se hizo y se hace, se cantó y se canta, se bailó y se baila en todo el país. De Pinar del Río a Guantánamo.
La musicóloga Laura Vilar explicaba en el Noticiero Cultural que se trata de un movimiento homogéneo, más allá de puntuales variaciones. Hay constantes técnicas e interpretativas que han marcado su devenir. Pero eso no significa que hablemos de un género estático, cerrado. Es evidente su evolución, y las potencialidades renovadoras de sus células básicas. Se puede hacer (y se hace) un son absolutamente contemporáneo sin traicionar las esencias de toda la vida.
Se puede comprobar con el ejercicio cotidiano de excelentes músicos y agrupaciones en Cuba. No vamos a citar a ninguno, porque corremos el riesgo de dejar a gente imprescindible fuera de la lista. Pero no hay que buscar mucho en la producción musical cubana de ahora mismo para encontrar buenos ejemplos.
Y si revisamos el catálogo histórico hay ahí un tesoro incalculable. ¿Cómo se puede calcular la riqueza espiritual de un pueblo?
Desde hace mucho el son se abrió camino en Cuba, en el Caribe, en el mundo entero. Se pueden “rastrear” sus influencias en muchos géneros de la música popular bailable latinoamericana. El llamado “boom” de la salsa le debe mucho, por ejemplo. Esa huella es notable, incluso, en expresiones más lejanas por sus implicaciones estéticas. Algunos relevantes compositores cubanos de las vanguardias, y algunos contemporáneos, partieron —y siguen partiendo— del son para recrearlo en sus obras de concierto.
Es que estamos hablando, más que de un género, de un gran complejo cultural, que trasciende incluso el ámbito musical para instalarse en la poesía. Ahí está la obra de Nicolás Guillén para demostrarlo.
No hay dudas, el son está salvado, porque es presencia permanente. Y la tradición siempre ha encontrado garantes de su continuidad. Es evidente y plausible el empeño institucional, independientemente de ciertas veleidades del mercado; es importantísimo el ejercicio investigativo, teórico, historiográfico que genera. Pero una tradición no se preserva en la academia.
Hay son porque es auténtica expresión de un pueblo, símbolo de su creatividad y de su espíritu. Sin necesidad de declaratoria oficial, el son es hace mucho patrimonio de la nación. Las declaraciones oficiales, en todo caso, confirman lo que el pueblo ha consagrado.