Supongamos que hoy es sábado en la noche y estamos frente al Teatro Trianón esperando para entrar a ver la más reciente versión del clásico Réquiem por Yarini, escrito por Carlos Felipe y estrenado en 1965 por el Conjunto Dramático Nacional. Ahora, de la mano de la Compañía de Teatro El Público, versionada dramatúrgicamente por Norge Espinosa y dirigida por el Premio Nacional de Teatro Carlos Díaz, la puesta en escena repleta el teatro hasta hacer difícil la compra de las entradas. Supongamos, además, que tenemos entrada.

Y entramos.

“La puesta en escena repleta el teatro hasta hacer difícil la compra de las entradas”. Imagen: Tomada de Teatro El Público  

Apenas nos sentamos, vemos en la parte superior del escenario, dividido en dos niveles, a una actriz representando a Santa Bárbara. Porque para hablar de Alberto Yarini, bajo el nombre de Alejandro en esta puesta, no pueden faltar ni las putas, ni la calle de San Isidro, ni la religión. Y es ahí donde está ambientada la obra. Los colores rojo y negro, lámparas chinas, sillones pomposos, muchachas eróticamente vestidas en las esquinas y un personaje esencial, La Jabá, siendo avisada de la muerte del gran proxeneta de La Habana, ponen al público inmediatamente en situación apenas comienza la obra.

Lo que parece una señora bajo un sombrero ancho y velo largo, aguarda.

También espera por la llegada de Yarini, La Santiaguera.

Espera el público.

Completamente desnudo y tapando su sexo con un abanico rojo, de frente a un enorme espejo que está en escena solo para él, sobre las tablas, otros actores visten al actor que interpretará al emblemático personaje tan notable hoy dentro del imaginario popular como Matías Pérez o El Caballero de París. Tabaco encendido en los labios, el protagonista despliega tras su primera calada y una sonrisa sensual, la carrera contra la muerte que va a librar por una noche.

A la salida de Alejandro, se suma con prestancia su rival, el francés Luis Lotot, comenzando así a figurarse la tragedia que ocurrirá más tarde y de la que los dioses, muertos y santos, han hablado. La sangre de Yarini correrá, aunque el amor sobreprotector de La Jabá, una vieja amante, entregue ofrendas a Eleggua o al mismísimo Changó.

“(…) el guion se desdobla jugando con las palabras y con una contemporaneidad con vigencia a futuro”.

El ambiente creado con el vestuario de cabaret; en el caso de las mujeres, los impecables trajes en los hombres y el empleo de trasvestis, nos posicionan directamente en los bajos fondos de la Cuba republicana de 1910, pero asimismo tratando de dialogar con una visualidad más contemporánea. Sobre las tablas un violín, un clarinete y unos batás, adornan sonoramente el espectáculo que por momentos parece musical francés con su bailarina de cancán y sus meretrices cantando a coro “Lágrimas negras”.

Durante el primer acto de la obra la puesta desarrolla uno de los núcleos centrales de la historia. La venta de La Santiaguera al francés Lotot. Yarini sabe que se está enamorando de la fogosa prostituta y tras un juego de adivinación en el que pierde, la mujer pasa a manos de Lotot, dejando al afamado chulo sumido en la tristeza, pero con el honor intacto por haber cumplido su palabra.

La mujer fatal pasa a otras manos.

La señora de velo largo sigue esperando en el escenario.

Pausa de quince minutos.

Al regreso del intermedio, Yarini ha comprendido que debe abandonar la ciudad hasta que termine la purga de “vicios y juegos”. El gobierno va a hacer una campaña de moralización y él, el mayor chulo de La Habana, no puede sobrevivir para contarlo. Es aquí donde entra el mayor peso intertextual de la obra. Con un lenguaje clásico y hasta kitsch, en diálogos elevados, el guion se desdobla jugando con las palabras y con una contemporaneidad con vigencia a futuro. Complementan el juego con la realidad la aparición de fantasmas como La Macorina —la señora de largo velo— o Ña Virgulita. Todo profetiza. Para Yarini terminar la noche vivo, tendrá que emprender un viaje sin mirar atrás. El simple gesto de girar la cabeza lo mantendrá vivo o lo convertirá en muerto.

Comienza Alejandro a caminar en línea recta.

“La sangre de Yarini correrá, aunque el amor sobreprotector de La Jabá entregue ofrendas a Eleggua o al mismísimo Changó”. Imagen: Tomada del Instagram del actor Roberto Romero

No gira sobre sus talones, aunque escucha un quejido conocido.

¿De quién es esa voz que escucha mientras se aleja?

Donde antes estuvo Santa Bárbara, está ahora, tras escaparse de las manos del francés, la mujer fatal, o la puta fatal, como quiera llamarse, y Yarini gira la cabeza.

El amor y el deseo se juntan en una escena de sexo larga, muy larga, en la que el chulo ama y se deja amar por La Santiaguera. Es aquí donde el desnudo, un recurso muy utilizado por El Público, pasa a otro nivel y las posturas sexuales —ya desde antes esbozadas— comienzan a chocar con el espectador que, algunos complacidos, otros incómodos, se cuestionan el uso y/o abuso del recurso.

Destacan actuaciones magistrales en este elenco sabatino, como la de Fernando Hechevarría o Roberto Romero.

Yarini va a morir.

El gobierno lo busca.

Lotot lo busca.

Entrado en razón nuevamente, el ilustre chulo comienza la verdadera carrera contra una muerte que ya es inevitable. Su rival, el souteneur francés, entra reclamando a la mujer que le pertenece y Alejandro, demostrando su hombría, lo hace pelear, esta vez con estiletes. Lotot conoce la profecía. No quiere ser el que derrame la sangre del chulo más respetado de La Habana, pero Alejandro insiste en la batalla, cree que el amor, al fin alcanzado, basta para burlar a los dioses.

Alejandro muere.

Las putas lloran-cantan.

El público ovaciona.

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